Juana Carrasco Martín | Juventud Rebelde
De que son cuatreros no hay dudas. Basta con ver el robo de las propiedades petroleras venezolanas en Estados Unidos. Pero esa es su misión, derrocar por cualquier medio al Gobierno de Nicolás Maduro y, con miras superiores, hacer otro tanto con Cuba y Nicaragua, los «incómodos» de la región que consideran su traspatio.
Son los más destacados protagonistas de esta «agresión sin precedentes, que incluye la amenaza del uso de la fuerza, con el fin de forzar un cambio de Gobierno para controlar las riquezas del país», como denunciara el canciller venezolano Jorge Arreaza.
Sus hojas de servicio a los intereses más ultraconservadores de la política estadounidense y de las empresas económicas involucradas en el golpe de Estado en curso, lo dicen todo y demuestran que no retroceden ante ningún procedimiento en esta guerra para eliminar al presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, aun a costa de muy peligrosas decisiones para la paz de la región.
De Donald Trump no vamos a hablar. Es el séquito el que nos interesa, pues califica por sus abultadas experiencias entre los más conspicuos criminales políticos estadounidenses, al punto de que pudieran ser juzgados como criminales de guerra por delitos anteriores, y en estos momentos se amparan en la declaración recién renovada de que Venezuela «continúa presentando una inusual y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos».
Por demás, para ellos, un cambio de régimen con total irrespeto al derecho internacional, no tiene ya que ser un asunto secreto. El caso Venezuela demuestra que lo hacen abierta y descaradamente.
El vicepresidente, Mike Pence; el secretario de Estado, Mike Pompeo; el Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton; el asesor en Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental, Mauricio Claver Carone; el enviado especial para Venezuela, Elliott Abrams, y el senador por la Florida, Marco Rubio, son los jugadores estrellas de ese dream team trumpiano, aunque otros, como Roger Noriega, también actúan tras bambalinas.
Elliot Abrams, el criminal de guerra
Designado apenas este año como refuerzo de gran experiencia en operaciones sucias en Centroamérica durante los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush, Elliott Abrams dijo el 23 de febrero:
«Si no cae el día de hoy, si no cae el día de mañana, seguiremos en la lucha con el apoyo de más de 50 países alrededor del mundo, seguiremos enviando ayuda humanitaria, seguimos aplicando sanciones a miembros del régimen de Maduro».
Con cara de ave de rapiña, Elliott Abrams es un político, escritor y diplomático estadounidense que fue condenado por el escándalo Irán–Contra mientras servía a Reagan, pero indultado por George H. W. Bush. Actualmente se afanaba por imponer agendas ultraconservadoras desde el Consejo en Relaciones Extranjeras cuando Trump lo nombró su emisario especial para Venezuela habida cuenta de su experiencia anterior, pues fue uno de los funcionarios estadounidenses tras el fracasado golpe de 2002 contra el Comandante-Presidente Hugo Chávez.
Tras la aceptación de su nombramiento, Abrams calificó la situación en Venezuela como «profunda, difícil y peligrosa», y a seguidas dijo: «Estoy ansioso por empezar a trabajar en ese tema».
De inmediato puso manos a la obra y anunció en una audiencia en el Senado que «habrá más sanciones sobre instituciones financieras que ejecuten las órdenes del régimen de Maduro» y la revocación de visados a ciudadanos venezolanos: «Estamos aplicando todo el peso de sanciones individuales sobre miembros del régimen».
Pompeo, al argumentar la designación de Elliott Abrams dijo: «La pasión de Elliott por los derechos y libertades de todos los pueblos le hacen la persona perfecta y una incorporación valiosa y oportuna. […] Elliott será un verdadero activo para nuestra misión de ayudar a los venezolanos a restaurar plenamente la democracia y la prosperidad de su país».
Fue un hombre clave en la política de Reagan hacia Centroamérica. En la década de 1980 defendió al dictador Efraín Ríos Montt mientras supervisaba su campaña de asesinatos y tortura masiva de comunidades indígenas en Guatemala, aprobando el envío de armas, dinero, inteligencia y la provisión de cobertura política al Ejército de Guatemala mientras este arrasaba las zonas mayas de las montañas del noroeste, borrando de la faz de la tierra 662 pueblos, según cifras del propio Ejército, decapitando niños, crucificando personas.
También fue figura esencial cuando EE. UU. apoyó al Ejército de El Salvador en una serie de asesinatos y masacres realizadas por escuadrones de la muerte. El Mozote, donde un batallón entrenado por Estados Unidos masacró a más de 800 civiles, degollando a niños por el camino, está en su haber, aunque Abrams primero negó que tal exterminio hubiera sucedido.
Luego describió los resultados de las políticas de Reagan en El Salvador como un «logro fabuloso». Lo dijo incluso después de que la Comisión de la Verdad de El Salvador emitiera un informe diciendo que más del 85 por ciento de las atrocidades habían sido cometidas por las fuerzas armadas y los escuadrones de la muerte, que tenían una práctica particular que consistía en cortar los genitales de sus víctimas, metérselos luego en la boca, y dejarlos a la vista de todos en los bordes de las carreteras del atormentado país.
Nicaragua invadida por grupos armados de la Contra que atacaban lo que un general estadounidense describió como «objetivos fáciles», en referencia a civiles, cooperativas y otros blancos semejantes, también cuenta en su dossier.
Se le juzgó no por estos crímenes de guerra, sino por mentir al Congreso, pero una firma complaciente del Bush padre absolvió sus pecados.
Cuando Abrams regresó al Consejo de Seguridad Nacional de George W. Bush, la brújula se inclinó hacia el Medio Oriente y fue primordial en el respaldo a los ataques israelíes contra Gaza, cuando Estados Unidos se negó a aceptar los resultados de las elecciones en que Hamas gano la dirección de los palestinos de la Franja.
Este 2019, en la audiencia para su confirmación, la representante Ilhan Omar mostró la participación de Abrams en apoyo a los criminales centroamericanos. «El 8 de febrero de 1982, usted testificó ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado con respecto a las políticas de Estados Unidos en El Salvador.
En esa audiencia usted rechazó como propaganda comunista un reportaje sobre la masacre de El Mozote, donde más de 800 personas civiles, incluyendo niños de hasta dos años de edad, fueron brutalmente asesinadas por soldados entrenados por Estados Unidos.
Durante esa masacre, algunos de esos soldados presumieron de haber violado a una niña de 12 años, antes de matarla… a niñas, antes de matarlas. Más tarde usted dijo que las políticas de Estados Unidos en El Salvador fueron un “logro fabuloso”. Sí o no, ¿todavía cree eso?».
Elliott Abrams, de hecho, refrendó su posición cuando dijo: «Desde el día en que el presidente Duarte fue elegido en unas elecciones libres hasta hoy, El Salvador ha sido una democracia. Ese es un logro fabuloso».
Conminado por Ilhan Omar a definirse con un ¿sí o no?, Abrams no respondió y la legislador le hizo la pregunta medular en el actual entorno:
Representante Ilhan Omar: Sí o no, ¿Apoyaría a una facción armada dentro de Venezuela que se involucre en crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad o genocidio, si creyera que está al servicio de los intereses de Estados Unidos, como hizo en Guatemala, El Salvador y Nicaragua?
Elliott Abrams: No voy a responder a esa pregunta, lo siento. No creo que toda esta línea de cuestionamiento contenga preguntas reales, por lo que no voy a responder.
John Bolton, el cerebro gris
A Elliott Abrams, para la tarea de «restaurar plenamente la democracia» en Venezuela, lo llevó un compinche de larga data, John Bolton, quien desde abril de 2018 le sirve a Trump, y sin ambages —clarito como el agua y bien turbio como el hidrocarburo—, el pasado enero reconoció en entrevista a Fox Business que para Venezuela «haría una gran diferencia» si las petroleras estadounidenses operaran en suelo venezolano.
Todo un cerebro gris que se ha desempeñado en varias administraciones presidenciales republicanas y que —sin tener jamás la anuencia del Senado— sirvió a otro ilegal en la Casa Blanca, George W. Bush, como Representante Permanente de EE. UU. ante la ONU de agosto de 2005 hasta diciembre de 2006, se le ha descrito como adulador de sus superiores y abusivo con sus subordinados.
Su currículo muestra un amplísimo involucramiento en tanques pensantes o centros de investigación e institutos conservadores como el American Enterprise Institute, Jewish Institute for National Security Affairs, Project for the New American Century, Institute of East-West Dynamics, National Rifle Association, US Commission on International Religious Freedom, y el Council for National Policy.
Pueden agregar al listado la Comisión para la Paz y la Seguridad en el Golfo, Council on Foreign Relations, Federalist Society, National Policy Forum, National Advisory Board, Manhattan Institute for Policy Research, New Atlantic Initiative, Project on Transitional Democracies, y U.S. Agency for International Development (Usaid).
En todas esas instituciones se ubica en las líneas más ultraconservadoras y comprometidas con el unipolarismo estadounidense.
Precisamente cuando se desplegaba la política centroamericana de Ronald Reagan, Bolton fue subadministrador de la Usaid (1 de enero de 1982-31 de diciembre de 1983), luego Fiscal General Adjunto de Estados Unidos por la Oficina de Asuntos Legislativos (20 de enero de 1985-20 de enero de 1988), puesto crucial para perdonar pecados, y Fiscal General Adjunto de Estados Unidos por la División Civil (20 de enero de 1988-20 de enero de 1989).
El cambio normal de presidente no le afectó en lo absoluto y George H. W. Bush lo nombró Secretario de Estado adjunto para Asuntos de Organización Internacional (22 de mayo de 1989-20 de enero de 1993), pero la dinastía Clinton en la Casa Blanca le desalojó momentáneamente de la cima del poder hasta que llegó el hijo, George W. Bush, con quien estuvo como Subsecretario de Estado para Control de Armas y Asuntos de Seguridad Internacional desde el 11 de mayo de 2001 hasta el 2 de agosto de 2005 y, de inmediato, el ya mencionado cargo ante la ONU.
Con cuatreros en la Casa Blanca, era lógico que John Bolton esté donde está ahora, y fue él quien anunció el golpe de 7,000 millones de dólares contra Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA).
Se embolsaron Citgo, la empresa de la mayor refinería en Estados Unidos, propiedad de la petrolera estatal venezolana, para que, según dijo Bolton, el dinero solamente beneficie «al pueblo de Venezuela», así que el capital será manejado por el lacayo autoproclamado «presidente interino», por obra y gracia del plan de golpe de Estado implementado por el imperio contra la nación bolivariana, cuyo principal cliente en la compra del crudo es precisamente Estados Unidos.
Bolton amenaza por igual a otros países y a inversionistas para que no negocien con «oro, petróleo y otros productos básicos» al mismo tiempo que se llena la boca para decir que «luchan por recuperar la democracia» en Venezuela. Además, rastrearon por todo el mundo los activos del Gobierno de Maduro, incluyendo tenencias de oro y cuentas bancarias para incrementar el monto de la rapacería que anuncia como «sanciones».
De este funcionario se dice que conduce su oficina en Washington montado en la parte posterior de un misil crucero, como muestra de la fuerza y el poderío militar de Estados Unidos.
Sus buenas migas con Trump probablemente vienen de que es uno de los principales abogados del «excepcionalismo» de EE. UU. justificante para establecer la hegemonía y la dominación sobre el planeta Tierra, y por ende el pisoteo de la soberanía de los países, que deben doblegarse ante el dictado de Washington, según considera el fanatismo belicista de John Bolton.
Por cierto, la guerra es para otros y no para él, pues en el libro de su alma mater, la Universidad de Yale, escribió: «Confieso que no he tenido ningún deseo de morir en un arrozal asiático». Pero fue y es un defensor a ultranza de la guerra en Irak, aunque para no ir al escenario de combate, se inscribió en la Guardia Nacional.
En 2015 continuaba diciendo: «Creo todavía que fue correcta la decisión de derrocar a Saddam». Por ende, cree que es correcto destituir a como sea al presidente legítimo de Venezuela, Nicolás Maduro, sin importar si ello lleva a una guerra en la región que podría costar millones de vidas y una destrucción inimaginable.
A Bolton hay que adjudicarle, entre otros caprichos belicistas de Trump, retirarse unilateralmente del Acuerdo Nuclear P5+1 e Irán, en mayo de 2018, y el regreso a las sanciones, y en los días más recientes el retiro del Acuerdo sobre las Fuerzas Nucleares de Mediano Alcance con Rusia, que puede llevar a un reinicio de la carrera armamentista en el siglo XXI.
Si sirve para tener un mejor conocimiento de su persona, Richard Painter, quien sirvió como abogado durante la administración Bush, se horrorizó de tal manera cuando conoció que Trump lo había nombrado Asesor de Seguridad Nacional, que escribió en Twitter: «John Bolton fue por mucho el hombre más peligroso en los ocho años enteros de la administración Bush. Empleándolo como asesor de seguridad nacional del Presidente es una invitación a la guerra, guerra nuclear tal vez. Esto debe detenerse a toda costa».