Richard Canán
La crisis política en El Salvador ha ocupado un increíble silencio en los medios planetarios y los organismos internacionales, demostrando nuevamente la doble moral, el doble rasero y la hipocresía de la derecha conservadora y sus medios tarifados para proteger a toda costa a sus agentes lacayos.
El protagonista principal de esta tumultuosa historia es el mismísimo presidente Nayib Bukele, tratado hasta ahora como un inocuo millennial, preocupado más por su imagen en las redes sociales (vive en modo selfie) que por su gestión gubernamental.
Pero el mundo vio en directo el pasado 9 de febrero, como en medio de una posesión mística («La decisión que vamos a tomar ahora la vamos a poner en manos de Dios. Vamos hacer una oración»), a Bukele le dio por asaltar a la fuerza las instalaciones del parlamento salvadoreño.
Todo en medio de rabietas y rezos, intentando presionar a los diputados de ese país para que aprobaran de manera expedita el proyecto de seguridad correspondiente a la «tercera fase del Plan Control Territorial», que le permitiría meterle el diente a un financiamiento por más de 100 millones de dólares.
Apenas 20 diputados de un total de 84 se presentaron para el circo montado por Bukele quien, ante la falta de quórum, amenazó iracundo que si «no aprueban el préstamo, el Consejo de Ministros los va a volver a citar y, si aun así no lo aprueban, el pueblo deberá poner en práctica el artículo 87 de la Constitución», que «reconoce el derecho del pueblo a la insurrección». Es decir, el Presidente de esa nación promoviendo una revuelta violenta en contra del poder legislativo.
Las sorprendentes imágenes mostraban a un quejoso y solitario Bukele, sentado en la curul del presidente del parlamento, recitando rezos y décimas, pero totalmente rodeado de militares y policías fuertemente armados con fusiles de asalto y demás pertrechos para la guerra.
Recordando de primera mano los sinsabores y cicatrices de más de 12 años de cruenta y sanguinaria guerra civil («75,000 muertos (mayoría civiles), 550,000 desplazados internos y 500,000 refugiados en otros países»).
Poseído por el demonio fascista, Bukele amenazó al parlamento con disolverlo y se inició una persecución en contra de los principales diputados de la oposición (tanto de ARENA como del FMLN), algunos de los cuales recibieron «visitas» en sus residencias por parte de efectivos de las fuerzas militares, conminándolos a presentarse «voluntariamente» en la sesión del parlamento convocada por el enajenado Bukele.
Los organismos internacionales afines a la derecha, destacaron por su acostumbrada tolerancia y condescendencia. El maléfico secretario general de la arrodillada OEA, el agente imperial Luis Almagro, a duras penas masculló una escueta reseña, incluso con tono de beneplácito:
«Mantuve conversación telefónica con Canciller de El Salvador. Expresó respeto del Gobierno de su país por Constitución e institucionalidad y reafirmó compromiso de Gobierno del Presidente con políticas de seguridad que han arrojado positivos resultados».
Qué descaro, ni una sola referencia al conflicto entre poderes o a la coercitiva amenaza militar del poder ejecutivo sobre el parlamento. Su blandengue posición es un evidente espaldarazo a las acciones de coacción política ejecutadas por Bukele.
Por cierto, las operaciones de injerencia del embajador norteamericano en El Salvador fueron más que evidentes. En días previos a la crisis política (el 07 de febrero), el embajador Ronald Johnson metió presión al señalar que «El Plan Control Territorial ha tenido resultados en reducir la violencia.
“Esperamos que se encuentre pronto la mejor forma de darle continuidad respetando el rol de cada órgano del Estado. Cuenten con nuestro apoyo para crear más seguridad y prosperidad en El Salvador». Sin embargo, luego de la crisis de la toma del parlamento (10 de febrero), el embajador tuvo que recoger los platos rotos y declarar que «No apruebo la presencia de la Fuerza Armada en la Asamblea ayer y me sentí aliviado que esa tensa situación terminó sin violencia.
“Ahora reconozco los llamados a la paciencia y la prudencia. Me uno a todos los actores que están pidiendo un diálogo pacífico para avanzar». Qué manera tan falaz e hipócrita de hacer política, dando órdenes y contraordenes a su títere Bukele.
Las fuerzas revolucionarias salvadoreñas salieron al frente a las agresiones del presidente Bukele. De manera contundente, Óscar Ortiz, secretario general del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional le increpó al disociado Bukele, «Si tú crees que la confrontación y los golpes de Estado no traen graves daños colaterales estás equivocado (…) venimos de un conflicto (armado) largo y amargo, para retroceder».
También en contraofensiva, la comandanta Nidia Díaz señaló con mucha hidalguía que «Como Grupo Parlamentario del @FMLNoficial hemos interpuesto demanda contra @nayibbukele por el delito de sedición. Ante la @PDDHElSalvador denunciamos la intromisión que el ejército ha hecho contra la @AsambleaSV». Tremendo coraje y valentía de las imbatibles fuerzas revolucionarias salvadoreñas.
Si esta situación hubiese ocurrido en otro país latinoamericano objeto del odio del imperio norteamericano (como Venezuela, Cuba o Nicaragua), de inmediato hubiesen soltado sus perros y aplicado otro paquete de espurias sanciones, con más bloqueo económico y financiero para el país, y tendrían los portaaviones con sus marines listos para la ofensiva final.
Esta es la cruda realidad latinoamericana. Estamos secuestrados bajo los antojosos caprichos y la doble moral del Tío Sam y su odioso representante de turno, el inefable Donald Trump.