Lázaro Fariñas
Desafortunadamente existe la doble moral de algunas naciones, cuyos Gobiernos se dan golpes de pecho mientras acusan a otros de ser violadores de los llamados derechos humanos.
La defensa de los derechos humanos de sus habitantes debería ser una asignatura de necesaria aprobación para todos los gobernantes del mundo. Defender los derechos humanos de sus pueblos es un deber de todos los Gobiernos, pero defender los de otras naciones directamente no es de la incumbencia de ningún Gobierno, eso es simplemente intervenir en los asuntos internos de otros países.
En el marco de un organismo internacional como la ONU es donde se puede denunciar, si es necesario, cualquier tipo de violación y discutirse de una forma respetuosa y civilizada de diálogo constructivo. Es allí, en la sede del Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, donde se debe plantear cualquier preocupación sobre violaciones de esos derechos por parte de cualquier Gobierno.
Se sabe, y los ejemplos sobran, que las denuncias que hacen muchos de los países sobre otros están basadas en consideraciones políticas y no humanitarias. La Carta de los derechos humanos de las Naciones Unidas debería ser aplicada en cuanto país en el mundo existe, pero se sabe también que la realidad no se ajusta a ese deseo.
No existe en el mundo un Gobierno que lleve al pie de la letra lo que esa Carta proclama, eso es imposible, tan imposible como el hecho de que alguien nos diga que nunca ha dicho una mentira o que nunca ha cometido algún error. Todos hemos cometido errores en la vida y todos, aunque fuera piadosa, hemos dicho una mentirilla en el transcurso de los tiempos, si no, invito a cualquiera que proclame lo contrario o que tire la primera piedra. Pero este comportamiento no tiene comparación con el de un mentiroso empedernido que miente siempre o casi siempre.
En la historia de las naciones ha habido casos de Gobiernos que han cometido atroces violaciones contra sus pueblos y además, también contra otros pueblos, el Gobierno de Adolfo Hitler en Alemania, en el siglo pasado, es el ejemplo clásico de un actuar criminal, bárbaro y deshumanizante. El problema es que Hitler no ocultaba sus ideas, ni tampoco sus hechos.
Hitler proclamaba abiertamente sus teorías, y las llevaba a la práctica; pero, ¿qué pasa con los gobernantes que se ocultan tras cortinas de realidades inventadas y asesinan sin piedad a otros pueblos, mediante intervenciones militares y bombardeos indiscriminados de ciudades y pueblos? ¿Qué pasa con los que proclaman a los cuatro vientos que son los verdaderos defensores universales de los derechos humanos, mientras les caen a palos a sus ciudadanos cuando salen a las calles a protestar o apoyan a Gobiernos dictatoriales como el de Arabia Saudita? ¿Qué pasa con aquellos que apoyan ciegamente al Estado de Israel que mata indiscriminadamente a los pobladores palestinos de la Franja de Gaza?
Pero también, para ver otra doble moral, solamente hay que referirse a Chile, Argentina, Perú y Brasil cuando estos acusan al Gobierno bolivariano de Venezuela de violar los derechos de los venezolanos. Estos son los que ven la paja en el ojo ajeno y no la barra que tienen en el propio. ¿Con qué moral esos países pueden acusar a Venezuela? Habría que subir a las favelas brasileñas o ir al sur de Chile y preguntarles a los mapuches para que nos cuenten sobre la labor de sus Gobiernos en relación con ellos.
Cuando triunfó la Revolución Cubana, el Gobierno de Estados Unidos implantó la ya conocida y añeja política agresiva contra el pueblo cubano —de la que forma parte el bloqueo—, alegando falta de democracia, mientras en los mismos momentos apoyaba a cuanto dictador existía en América Latina.
Casi 60 años después de aquel triunfo, el actual Gobierno norteamericano crea un show mediático en la sede de la ONU en Nueva York para acusar al Gobierno de Cuba de violar los derechos humanos, mientras en la misma semana el Presidente de esta nación defiende a Arabia Saudita ante las acusaciones de haber torturado y asesinado a un periodista de The Washington Post. Según Trump, hay que dejar que los sauditas lleven su propia investigación, hay que darles tiempo.
Los llamados Gobiernos del Primer Mundo son bien selectivos a la hora de acusar a cualquier otro país. Para ellos hay terroristas buenos y terroristas malos, clasificándolos, claro está, según les convenga a sus intereses. Para ellos, la doble moral está siempre presente en sus actuaciones.