Los perros de Trump

Rolando Pérez Betancourt | Granma

Los mismos perros, «los perros más feroces», dijo el Presidente de los EEUU, Donald Trump, los que amenazó con soltar contra los manifestantes reunidos frente a la Casa Blanca para protestar contra el asesinato cometido por un policía blanco contra el negro George Floyd.

Donald Trump es el segundo presidente en la historia de su país en no contar con una mascota en la Casa Blanca; el otro fue James Polk (1845-1849). La tradición se remonta a los tiempos de George Washington y, por mucho, los perros han sido mayoría en el puesto de «mascota presidencial».

Los medios se han encargado de darle realce a no pocos de esos acompañantes domésticos: Fala, la scottish terrier de f.d. Roosvelt; Heidi, la perrita con la que Eisenhower tanto gustaba retratarse y, finalmente, Bo y Sunny, de los Obama, últimos canes en pisar las alfombras del edificio presidencial.

Se sabe que los asesores de imagen pública del magnate le han recomendado acoger un perro y dejarse ver acariciándolo, insistencia a la que el mandatario, también cuestionado por un grupo de seguidores, terminó por responder con una evasiva medianamente sincera: «No sé… no me siento cómodo. Me siento un poco como un farsante. Honestamente, no me molestaría tenerlo, pero no tengo tiempo».

No faltan voces, sin embargo, en asegurar que el Presidente puede sentir algún recelo por el mejor amigo del hombre, detalle que se puso de manifiesto cuando el 25 de noviembre del pasado año acogió en la Casa Blanca a Conan, un perro de las Fuerzas Armadas que, según se asegura, fue de gran ayuda en la operación donde murió el líder del denominado Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghd.

En un acto coloreado por una atmósfera de magnificencias televisivas, un exaltado Trump dijo allí: «¡Este es Conan, en este momento probablemente sea el perro más famoso del mundo!» Y siempre en tono grandilocuente: «¡Tan brillante, tan inteligente, Conan hizo un trabajo fantástico, es un perro increíble, muy, muy especial, un tipo duro», insistió. Y después de condecorar al pastor belga malinois con una placa y un diploma, aseguró, haciendo referencia a los dones extras del animal: «Creo que él sabía perfectamente lo que estaba pasando».

Llamó la atención lo bien informado que estaba Trump acerca de esos animales (aunque resultó evidente, y de ello dejó constancia la agencia Reuters, que evitó todo el tiempo aproximarse a Conan –si acaso una miradita de lejos–, al contrario del vicepresidente Pence, que sí gusta de los perros).

Contó Trump que se empieza a entrenarlos cuando tienen uno o dos años y que «su mejor momento» dura unos seis años, «como ocurre con los atletas», dijo. Y advirtió premonitorio a los presentes: «Si abre la boca frente a ti, sabes que morirás, pues están entrenados para matar», sentencia que repitió en tono de broma mirando a los miembros de la prensa con los que tan mal se lleva.

Apología sin par la del Presidente, aquella tarde, por unos perros que quizá superen en eficiencia a los pastores alemanes convertidos por los nazis en un instrumento de terror.

Los mismos perros, «los perros más feroces», dijo, los que amenazó con soltar contra los manifestantes reunidos frente a la Casa Blanca para protestar contra el asesinato cometido por un policía blanco contra el negro George Floyd, crimen que ha incendiado a Estados Unidos de costa a costa y que, de cierta manera, el Presidente asoció, la noche de sus intimidaciones, con el concepto de «devolverle la grandeza a Estados Unidos».

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