Richard Canán
En medio de un total frenesí, en estado de Nirvana, el enajenado psicoterrorista Luis Almagro, Secretario General de la Organización de Estados Americanos para más señas, llegó eufórico a la activa frontera entre Colombia y Venezuela, atiborrado de un vocabulario agresivo y altisonante, reñido con las funciones diplomáticas que se supone su cargo exige.
Este triste personaje perdió hace rato la ecuanimidad y la cordura, ha terminado por comportarse peor que los más rabiosos neofascistas de la fauna opositora criolla. Cuando habla, brama más duro que ellos, superando incluso a los perros de la guerra. Por sus ojos hambrientos solo sale odio y sed de venganza, ansioso por restaurar los privilegios de clase de las logias conservadoras.
La visita turística de Almagro a Cúcuta, acompañado de la clase política dominante de Colombia, permitió develar al mundo algunos de los trastornos psicóticos que el pobre personaje está padeciendo. Puso al descubierto su agenda golpista, injerencista e intervencionista.
De tanto creerse el ungido, el libertador de la Alianza del Pacífico, ahora se pasó de maraca al pedir sin escrúpulo alguno la inmediata aniquilación del pueblo venezolano. De su boquita altanera e irresponsable salieron estos desgraciados versos recogidos por todos los medios a nivel mundial: “En cuanto a intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro: creo que no debemos descartar ninguna opción”.
Actuando así, como un evidente auspiciador de las salidas violentas, de las agresiones militares, tan terriblemente recordadas por la doctrina del garrote con las invasiones a Nicaragua, Guatemala, República Dominicana, Panamá, Granada, entre muchos otros.
Almagro se comió totalmente la luz, porque actuando al margen de las leyes internacionales y comportándose como un agente terrorista, confesó de plano su agenda injerencista, revelando que: “Todos sabemos que esto no se resuelve de esta forma, se resuelve cayendo Maduro”. ¿Este extranjero puede votar y decidir quién gobierna en Venezuela? Pues no. Parece que Almagro hubiese sido elegido por alguna potencia o monarquía trasnochada para imponer el futuro de Venezuela, por encima de sus propios ciudadanos. Este es un comportamiento de gente deschavetada.
Pero claro, él no actúa solo. Al perro faldero le mueven la cola. El discurso violento del disociado Almagro está tutelado. Cuenta con el decidido acompañamiento y financiamiento de todas las fuerzas conservadoras del continente y principalmente de las logias ultraderechistas y reaccionarias del imperio norteamericano.
En Cúcuta estuvo escoltado descaradamente por el canciller de Colombia. Y el discurso de la intervención militar sobre Venezuela lo lanzó frente a las narices del impávido José Vivanco, el mismísimo de Human Rights Watch, el que supuestamente se rasga las vestiduras defendiendo los derechos humanos y la paz. Vivanco hizo mutis ante la amenaza de intervención militar. Cosas de la hipocresía y de los que miden su independencia de acuerdo al tamaño de la chequera del aliado de turno. El que más paga es el que más vale.
El colmo es que Almagro es apenas un diplomático, un empleado de un organismo multilateral. Pero desde esta instancia se está erigiendo como derrocador de gobiernos, como promotor de invasiones militares. Estamos frente a un gran exabrupto. Una perversión sin precedentes en la historia diplomática de nuestra américa.
Almagro y sus patrocinadores están violando descaradamente la Carta fundacional de la Organización de Estados Americanos, que en su artículo 1 destaca “la organización internacional que han desarrollado para lograr un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia” y expresamente indica que “ninguna de cuyas disposiciones la autoriza a intervenir en asuntos de la jurisdicción interna de los Estados miembros”.
El deschavetado Almagro está violando flagrantemente estos principios al subordinar a toda la OEA a su cruzada de odio personal. Donde pisotea además lo establecido en el artículo 118 de la propia Carta de la OEA, que indica taxativamente que ni el Secretario General ni la Secretaría “solicitarán ni recibirán instrucciones de ningún Gobierno ni de ninguna autoridad ajena a la Organización, y se abstendrán de actuar en forma alguna que sea incompatible con su condición de funcionarios internacionales responsables únicamente ante la Organización”.
Pero Almagro está alzado con su agenda militarista e intervencionista. Para eso le pagan al peón. Ya se midió su uniforme de belicoso guerrerista. Un uniforme de los US Marine Corps. Le gusta el olor de la sangre. Ya no le importan las excusas ni guardar las formas. Por eso en su mediocre verbo, cita la “responsabilidad de proteger”, omitiendo descaradamente las tragedias y los millones de muertos de Afganistán, Irak, Libia y Yemen. Países donde sus patronos imperiales de occidente tienen décadas hundidos fútilmente en las arenas del desierto. Solo han logrado sembrar la muerte y la destrucción con sus despliegues militares y sus bombardeos. El Estado-Nación de estos países desapareció para dejar paso a la anarquía y a la fragmentación.
Almagro está tan disociado que ni siquiera se atrevió a recular cuando 11 de los 14 países del Grupo de Lima (sus supuestos patronos) expresaron su “rechazo ante cualquier curso de acción o declaración que implique una intervención militar en Venezuela”. A Almagro lo colma la soberbia. Está enajenado, envenado de odio. Por eso se mantiene sublevado. Sus paranoicas alucinaciones le hacen creer que pondrá sus botas manchadas de sangre sobre las cenizas ardientes de Miraflores.
Almagro actúa como el Secretario de Guerra de la derecha continental, como un avanzado agente de la CIA o como el elemento más aventajado de la vanguardia asesina de los US Marine Corps. Sueña con llenar su pecho de condecoraciones, montado en la cubierta de un portaviones en el Mar Caribe. Este disociado ya quemó todas sus naves, no tiene vuelta atrás, no le queda otra que aupar activamente la intervención militar y la guerra.