Marcha de migrantes: “No aguantamos más”

Unos 3.000 centroamericanos aguardan en la frontera el permiso de las autoridades mexicanas. Algunos cruzan el río Suchiate en balsas para seguir su camino hacia EE UU

“¡Dejen pasar a la niña! ¡Dejen pasar a la niña, por favor!”. La bebé, de no más de un año, está inconsciente en los brazos de su madre. “¡Pásemela, la pasamos por acá!”. Una mujer colgada en el portón de la aduana mexicana la toma y la pasa a un hombre detrás de la reja de entrada y la lleva a recibir atención médica. A pocos metros, un padre con dos niños en brazos ruega porque lo dejen pasar: “¡Se están poniendo malos, por favor!”. Cuando por fin logra pasar, después de casi media hora, rompe en llanto. “¡Que no les pase nada, dios mío!”. Otro hombre con la pierna vendada a un pedazo de cartón renguea con sus muletas hacia la entrada.

La punta de la caravana de migrantes se arremolina en el extremo mexicano del puente fronterizo Rodolfo Robles. Son los que apuestan por la entrada legal. Son, desde el mediodía del sábado, los menos. El flujo de migrantes hondureños apostados en el cruce fronterizo ha disminuido de forma abrupta en las últimas horas. Pero los pocos que quedan están desesperados. Y toman medidas desesperadas.

“Ya no aguantamos más, estamos hartos”, dice Carlos Rodríguez, que se ha saltado a la parte exterior de la malla que bordea al puente fronterizo y se ha movido poco a poco, aferrándose al alhambre, colgado a varios metros de altura. Atrás de él vienen sus amigos Fernando, Melvin y Rony, con el riesgo latente de caer al río Suchiate. Cuando llegan al lado mexicano, los agentes de la Policía federal los miran a unos metros, esperando inmóviles del otro lado de la valla. Las autoridades mexicanas han priorizado la atención a mujeres y niños, pero el flujo iba a cuentagotas, se están revisando las peticiones de tránsito y refugio a profundidad.

Hasta Guatemala han llegado entre 5.000 y 5.400 hondureños, según cálculos del Gobierno guatemalteco. Unos 2.000 habrían vuelto a su país en los últimos días, por lo que al menos unas 3.000 personas todavía esperan entrar de alguna forma a México. El Gobierno mexicano ha recibido 640 solicitudes de refugio en la garita de Ciudad Hidalgo (Chiapas) y ha permitido el ingreso de algunas mujeres y niños a un albergue cercano a la frontera.

“Llevo media hora esperando, pero creo que me voy a subir a la próxima”, dice Kayli Maldonado, debajo del puente, en la orilla del río en el lado guatemalteco. “¡Solo mujeres y niños! ¡Solo mujeres y niños! ¡Los policías no están deteniendo a nadie, vamos a juntarnos todos!”, grita Paulo Vallesteros, un migrante hondureño de 24 años que organiza los cruces irregulares en cámaras [pateras] a México. Cuando Maldonado sube a la balsa, su bebé empieza a llorar y ella también. Viaja con sus cuatro niños. Otra mujer embarazada rompe en llanto. Unas 20 mujeres y niños desencallan hacia el río.

Miguel Ángel Guerra, un migrante de Copán de 40 años, medita desde hace hora y media si va a cruzar por agua. Una larga cuerda atada a uno de los pilares del puente se despliega para que los hombres crucen el Suchiate. “¡Regresá, esperá vas a reventar el cordón!”, les pide Vallesteros, que ha ayudado desde las nueve de la mañana y asegura que al menos unos 400 han cruzado. “Está muy duro, no queremos que se asusten los niños”, dice Amílcar López, un campesino viudo de 27 años, que espera su turno en las cámaras con tres niños de 3, 10 y 12 años.

“Nos vamos confiando en las manos de Dios”, dice López, con su hijo más pequeño a hombros y sin ninguna intención de regresar a su natal Ocotepeque en Honduras. Los adolescentes y los hombres jóvenes se aferran al cordón a través del río. Llevan sus maletas en los hombros, sus zapatos en las manos, sus mochilas cubiertas en plástico para prevenir que se mojen. La caravana se ha desbordado hacia el río.

La gran mayoría de los migrantes que han cruzado por agua han desembarcado en el parque central de Ciudad Hidalgo, en el límite sur de México. “Sigue un camino largo, pero tenemos que salir adelante”, dice Alma Canales, de 21 años, que pasó la noche sobre una cobija en un pequeño anfiteatro del parque. Otros pudieron dormir en el auditorio Francisco I. Madero, en donde había varias decenas de migrantes.

La mayoría eran hondureños, pero había también nicaragüenses, guatemaltecos y de otros países centroamericanos que se han sumado a la caravana en los últimos días. “Me fui sin teléfono, sin dinero y sin decirle nada a mi familia, no quería que se asustaran, no quería que me pidieran que no me fuera”, decía Juan José Pérez, un guatemalteco de 22 años que se unió a la caravana en Escuintla, a unos 200 kilómetros de la frontera con México.

En la noche de este sábado, el parque central de Ciudad Hidalgo estaba abarrotado. Cientos de migrantes entonaron el himno de su país y se apostaron en las jardineras, las bancas y la explanada de cemento. Los miembros de la caravana que ya cruzaron a México vuelven a esperar. La apuesta es que un contingente nutrido pueda avanzar en territorio mexicano y los 2.000 kilómetros que los siguen separando de Estados Unidos. Está previsto que salgan a las seis de la mañana del domingo. La mira está puesta en Tapachula, a unos 50 kilómetros de la frontera con Guatemala. “Y de ahí para el norte, pero tenemos que estar juntos”, dice Vallesteros antes de empujar la siguiente balsa sobre el Suchiate.

Pompeo presiona a México
El secretario de Estado de Estados Unidos se reúne con el canciller mexicano, Luis Videgaray, mientras miles de hondureños empiezan a cruzar a México

En una rueda de prensa conjunta celebrada esta mañana en Ciudad de México, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo y el canciller mexicano, Luis Videgaray, se han referido a la caravana de migrantes que viaja de Honduras a Estados Unidos. Lo han hecho en términos bien distintos. Mientras Videgaray mencionaba el respeto a los derechos de los migrantes, Pompeo hablaba de «crisis» migratoria.

Desde hace días, un grupo de miles de migrantes hondureños viaja hacia el norte, muchos desde San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande de Honduras, una de las más violentas de América Latina. A la vista del tamaño del grupo y la facilidad con que pasaron la frontera de Guatemala, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó al Gobierno de ese país con retenerles ayudas económicas si no detenían a los migrantes. Trump ha exigido también al Gobierno de México que haga lo imposible para impedir su paso. El mandatario ha dicho además que enviará al Ejército a la frontera, para evitar que la caravana cruce la frontera.

Todo esto a semanas de las elecciones intermedias en Estados Unidos, en que Trump y el partido republicano se juegan su poder en el Congreso. El 6 de noviembre, los ciudadanos votan para renovar la Cámara de Representantes en su totalidad y un tercio del Senado, las dos bajo control republicano.

En ese contexto se encuadra la visita de Pompeo. El alto funcionario de Estados Unidos ha comparecido con Videgaray poco antes de mediodía. El canciller ha dicho: «México aplicará la ley, lo haremos siempre de una forma humanitaria, pensando en el interés de los migrantes». Justo en ese momento, los migrantes se agolpaban en el paso fronterizo de Tecún Umán, entre Guatemala y México. El despliegue de policías federales del lado mexicano hacía pensar que el paso sería controlado, pero pasadas las 13.00, los migrantes han derribado la valla y se han lanzado al puente, llegando a México.

Antes siquiera de conocer lo ocurrido en la frontera, Pompeo decía: «El presidente Trump ha sido claro respecto al tema que enfrentamos hoy. Estamos llegando rápidamente a un momento de crisis».

Eunice Rendón, experta en movimientos migratorios, recuerda la caravana migrante de abril y dice que aquella, compuesta en su mayoría por ciudadanos hondureños, fue distinta, «más tranquila». «Lo que acabamos de ver», dice, en referencia al derribo de la valla en la frontera, «viene influido por el miedo a no poder llegar a Estados Unidos, por la amenaza de Trump. Y también por la llegada de Pompeo a México. Esta caravana llega después también de que Mike Pence, vicepresidente de EE UU, dijera que los Gobiernos de Centroamérica deben evitar que su gente salga de sus países. La caravana responde a eso, por miedo a que las medidas para entrar a EE UU puedan endurecerse».

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