Manuel Espinoza
El debate actual sobre el futuro de Nicaragua no puede reducirse a la lucha intestina en la política nacional, que más que desvío en el posicionamiento regional y en general entre el resto de actores internacionales, nos ha desacelerado económicamente causándonos retraso en alcanzar los niveles de estabilidad necesarios para dar ese gran salto por décadas esperado.
La nación de alguna manera debe ser instruida en la importancia de mantener una estabilidad coherente, tanto política como económica a lo interno, que genere per sé una clara comprensión nacional de qué debe hacer Nicaragua en un sistema internacional que presenta serios cambios en el orden internacional del orden mundial actual.
El problema es que en nuestro país no existen las capacidades suficientes que generen tal nivel de entendimiento a nivel nacional. Ni los medios de información, ni las redes sociales, ni los centros formativos dedicados pueden procurar tal necesidad.
El mundo de las relaciones internacionales es cada día más complejo donde lo único que vale son las decisiones que se toman hoy para el futuro. Sobre todo, en la asociatividad estricta con la política interna del país. La historia nos enseña serias lecciones en este sentido.
Es cierto que es más que difícil responder a la historia política de un país cuando esta comienza con interrogantes, pero aun así, caben algunas interrogantes:
– ¿Cuál hubiese sido el devenir del territorio nacional si uno de los partidos políticos de Nicaragua no trae a los filibusteros norteamericanos a apoyarlos en su lucha a muerte con sus adversarios locales? ¿Nicoya y Guanacaste serian parte de nuestro territorio aun?
– Si Somoza no hubiera sido un títere instalado por la política de control hemisférico de Estados Unidos que se venía gestando, ¿la isla de San Andrés y los cayos de Roncadores y Quitasueños hubiesen sido intercambiados por EEUU con Colombia a cambio de haberles quitado a los colombianos la provincia de Panamá?
– Si Somoza hijo no se hubiera aliado tan fuerte con EEUU para destruir a la Revolución Cubana a tal punto de pedir a las fuerzas invasoras que partieron de Nicaragua que le trajeran un pelo de la barba de Fidel, ¿Cuba hubiera apoyado a los sandinistas para derrocar a Somoza con tanto éxito?
-¿Era posible anticipar que después de la ayuda costarricense a la guerrilla sandinista, la perversidad de su política exterior en los años 80, cuando se alió con la administración Reagan para devolvernos a la edad de piedra con la guerra contrarrevolucionaria?
– Si hubiéramos previsto que el poderío soviético se derrumbaría a los diez años del triunfo sandinista sobre la dictadura somocista, ¿nos hubiéramos aliado con la Unión Soviética?
En este país de más de 6 millones de habitantes, cualquiera puede intentar dar su respuesta y con la pretensión de tener absoluta razón. Sin embargo, el lector entenderá cómo estas interrogantes ayudan a entender lo importante de no solo ver hacia el futuro, sino de entender la realidad actual, que nos evite nuevos tropiezos y más atraso económico y social.
Hoy Nicaragua tiene una oportunidad de oro con la construcción del canal interoceánico, que depara tanto futuro para bien del pueblo nicaragüense, pero que a su vez ha despertado en nuestro adversario hemisférico las intenciones de impedirlo. ¿Cómo lidiar con esa ecuación en la actual coyuntura internacional, sin reparar en los cambios que se pueden generar a corto y largo plazo en el sistema internacional?
El orden multipolar
Ya la Guerra Fría pasó. El orden bipolar terminó. Nadie pudo sustituir el espacio de poder que la URSS ocupaba. Con ese enorme vacío, el orden unipolar occidental que pretenden los norteamericanos a toda costa mantener bajo su liderazgo con el uso de la fuerza y su holganza económica, está llegando su fin y un orden multipolar se manifiesta y define con mayor claridad.
Aun con todos estos cambios el mundo bajo el modelo capitalista y post neoliberal es el que prevalece en el sistema internacional. Bajo ese modelo los países marcan sus propias estrategias o en alianzas para poder desde sobrevivir hasta competir.
Nicaragua no es la excepción. En una dinámica de un Estado consecuente con la necesidad de desarrollarse sin exclusión social, ganándole terreno a la pobreza, invirtiendo en salud, educación e infraestructura, bajo valores de cristianismo, socialista, solidaridad y sandinismo (léase anti-imperialismo), el país está fuera del paraguas del dominio norteamericano en nuestros asuntos internos.
Y ese es el gran dilema de nuestro país de vivir entre la amenaza de la intervención de USA vía la exclusión y la pobreza bajo el poder económico y político de sus peleles oligárquicos y empresarios o directa por el uso de la fuerza militar.
La obediencia y el control son el orden y las reglas del mundo liberal a lo norteamericano. Evitan llamar al mundo de sus sueños como unipolar. En cambio, hacen hincapié en cómo el modelo liberal beneficia a todos y que no son los polos lo que importa, sino las reglas efectivas y la prosperidad generada por la estabilidad internacional y la interdependencia.
Por otro lado, somos testigos de todo lo opuesto a la retórica neoliberal. En la actualidad el orden mundial capitalista es inestable y se mantiene al borde de una crisis.
El propio EEUU está en declive, entendiendo que aun cuando tiendan a debilitarse, las bromas y locuras expresadas por Donald Trump representan la realidad de sus intenciones y futuras actuaciones. Por eso «lo unipolar» es poco probable que tenga alguna posibilidad histórica.
Como alternativa, vemos un mundo multipolar: emergen nuevos centros de poder como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), el Banco Asiático, las relaciones estratégicas entre China y Rusia y la ampliación de un grupo anti hegemónico que incluye a Irán, Corea del norte y varios países en el hemisferio occidental.
Esa multipolaridad devendrá en una comunidad de socios iguales, con la ONU y otros organismos internacionales con capacidades reforzadas. Para esto último un escenario de mayor crisis sería lo único que lo aseguraría.
El dilema de Nicaragua
Las realidades internacionales coyunturales nos ponen en un dilema donde a la vuelta de la esquina habrá que elegir de nuevo en dos líneas de acción. O sucumbir en las acciones de política exterior de los norteamericanos y sus estrategias, o asociarse a los nuevos centros de poder de los cuales está surgiendo el mundo multipolar.
Aunque vivimos bajo el «dilema de la seguridad» que nos obliga a construir de manera más agresiva el aumento de nuestras capacidades que procuren una mayor seguridad, no existe el monopolio del poder en las relaciones internacionales.
No hay «soberano» que se eleve por encima de los demás y las relaciones internacionales también se basan en un principio cooperativo que abarca el comercio, la amistad y la asistencia mutua (entiéndase en términos de alianza). Eso último es la solución más viable frente a las acciones anárquicas de EEUU hacia nuestros pueblos.
De ahí, que los nicaragüenses debemos organizarnos monolíticamente de manera racional, que se entienda que la política exterior debe coadyuvar a la creación de un orden claro y lógico en las relaciones entre todos los estados, supeditado al derecho internacional, que por lógica corresponde a nuestras aspiraciones de paz y prosperidad.
La antigua propuesta del filósofo prusiano Immanuel Kant para las relaciones internacionales podría ser una de las líneas de acción a procurar. Me refiero a uno, procurar democracia a lo interno del estado, superando la distorsión social de la naturaleza humana; dos mantener la interdependencia económica con los diversos actores del sistema internacional, pues cuanto más fuertes sean los lazos comerciales entre los estados, mayor la capacidad de alianza; y tres, ser parte de esa comunidad internacional, que puede formar un frente unido junto instituciones del derecho internacional para oponerse a los países agresores.
Desde luego, eso no acaba con la naturaleza voraz, rapaz y hegemónica del imperialismo. La brújula para el análisis de las causas y actuaciones imperiales nos las da el marxismo en donde el orden mundial es una edificación política única, el sistema económico mundial (Sistema Mundial, como lo denomina el mexicano Inmanuel Wallerstein).
El problema es que, si bien las normas liberales de convivencia son buenas para el núcleo del sistema mundial, producen resultados totalmente diferentes u opuestos en la periferia. Por eso cuando los gringos dicen que nos van a «democratizar» solo consolidan nuestro estatus periférico.
El uso de la fuerza por parte de EEUU ha sido durante mucho tiempo la norma en nuestras relaciones bilaterales y bajo esta negra dinámica los problemas de desarrollo se sienten con toda su fuerza hoy por hoy. El potencial de conflicto en la periferia no ha desaparecido, ni desaparecerá.
De ahí la dificultad y complejidad de establecer relaciones internacionales sobre una base racional. El mundo es demasiado complejo y no lineal para ser comprimido en una matriz racional única.
Aun así, jamás debemos seguir la línea del pensamiento excluyente que propone el conservatismo, que en lugar de proyectos contemplativos sociales e ideológicos, la política estatal debería basarse en el pragmatismo, el sentido común y mejores prácticas.
La ingeniería social no tiene cabida en la política exterior. El poder y la fuerza son la moneda principal en las relaciones internacionales. Cada estado busca poder y hegemonía. La única forma de protegerse es equilibrar el poder de otros y crear un ambiente donde la guerra sería demasiado costosa para un agresor.
La URSS ya no existe y China no se parece en nada a lo que la URSS representaba en el orden bipolar de la Guerra Fría. La India parece más en un vagón del tren euroasiático, que un futuro líder global. Es cierto que nos alegra que el mundo unipolar norteamericano no será una realidad, pero también entendemos, que un sistema multipolar crea demasiada incertidumbre, ya que es más difícil para varios jugadores ponerse de acuerdo entre ellos.
Son las potencias los que forman coaliciones a su alrededor y forman los polos de poder. Estos suelen ser estratégicamente independientes, mientras que la mayoría de estados comparte una dependencia de los fuertes.
Las dudas sobre si el orden internacional a futuro será benigno o peor no es lo que más nos ocupa, sino las contradicciones que dentro del sistema aún persisten. Los poderosos versus los débiles, y los desarrollados versus los subdesarrollados, autodeterminación versus intervencionismo siguen siendo los referentes.
Y es cierto que la rivalidad global entre las potencias que prevalece no es ideológica como hasta en 1991 con el derrumbe del sistema socialista de estados. Sin embargo, en un orden en definición, nuestra política exterior y la diplomacia, sin apartarse de nuestro acervo ideológico, debe ser dirigida a encontrar compromisos ideales entre los estados basados en nuestros intereses.