No puedo respirar

Frei Betto

Fueron las últimas palabras de George Floyd: “No puedo respirar”. Yo tampoco. No logro respirar en este Brasil (des)gobernado por militares que amenazan las instituciones democráticas y exaltan el golpe de Estado de 1964 que implantó 21 años de dictadura.

Elogian a torturadores y escuadrones de la muerte; establecen un toma y daca con notorios corruptos del Centrão; plagian ostensiblemente a los nazis; manipulan símbolos judíos: traman, en reuniones ministeriales, cómo actuar fuera de la ley; profieren palabrotas en reuniones oficiales, como si estuvieran en un antro de facinerosos; se burlan de quien observa los protocolos de prevención de la pandemia y salen a las calles, indiferentes a los 30 mil muertos y sus familias, como para celebrar tamaña letalidad.

“No puedo respirar” cuando veo la democracia asfixiada; la Policía Militar protegiendo a neofascistas y atacando a quien defiende la democracia; al presidente más interesado en liberar armas y municiones que recursos para combatir la pandemia; al Ministerio de Educación dirigido por un semianalfabeto que amenaza con repetir la “noche de los cristales” de los nazis, proclama que odia a los pueblos indígenas y propone encarcelar a los “vagabundos” del Supremo Tribunal Federal.

“No puedo respirar” al ver a los comandantes de las Fuerzas Armadas callados delante de un presidente desaforado que no esconde que tiene como prioridad de gobierno su protección y la de sus hijos, todos sospechosos de graves crímenes y de complicidad con asesinos profesionales.

“No puedo respirar” ante la inercia de los partidos que se autocalifican de progresistas, mientras la sociedad civil se moviliza en contundentes manifestaciones de indignación y en defensa de la democracia.

“No puedo respirar” ante ese empresariado que, con los ojos puestos en el lucro e indiferente a las víctimas de la pandemia, presiona para que se abran de inmediato sus negocios, mientras que los lechos hospitalarios están llenos y se multiplican en los cementerios las fosas comunes como encías desdentadas de Tánatos.

“No puedo respirar” cuando en Brasil y en los Estados Unidos se agrede, encarcela, tortura y asesina a ciudadanos por el “crimen” de ser negros y, por tanto, “sospechosos”. Me falta el aire al ver a João Pedro, un muchacho de 14 años, perder la vida dentro de su casa al recibir un tiro de fusil por la espalda mientras jugaba con sus amigos. O a repartidores asesinados por policías que nos consideran imbéciles cuando tratan de justificar la muerte de tantos civiles desarmados.

“No puedo respirar” al pensar que el bárbaro crimen cometido contra George Floyd se repite diariamente y esos asesinatos permanecen impunes porque no hay una cámara para filmarlos. O al ver a Trump, desde lo alto de su arrogancia, reaccionar a las protestas antirracistas amenazando con callar a los manifestantes acusándolos de terroristas y haciendo intervenir las tropas del ejército.

¿Cómo oxigenar mi ciudadanía, mi espíritu democrático, mi tolerancia, al verme cercado por imitadores del Ku Klux Klan; por generales improvisados como ministros de Salud en plena tragedia sanitaria; por manifestantes que infringen impunemente la ley de seguridad nacional; y por una Bolsa de Valores que sube mientras millares de ataúdes bajan a las tumbas que reciben a las víctimas de la pandemia?

¡Tengo que respirar! No dejar que sofoquen a la sociedad civil, los medios de comunicación, la libertad de expresión, el arte, los derechos civiles, el futuro de la generación condenada a vivir este presente nefasto.

Respiro, a pesar de todo, cuando leo lo que el diseñador Marc Jacobs posteó en Instagram después de que las protestas en Los Ángeles destruyeran uno de sus establecimientos: “Nunca dejes que te convenzan de que los vidrios rotos o el saqueo son violencia. El hambre es violencia. Vivir en las calles es violencia. La guerra es violencia. Bombardear a las personas es violencia.

“El racismo es violencia. La supremacía blanca es violencia. La carencia de cuidados de salud es violencia. La pobreza es violencia. Contaminar fuentes de agua para obtener ganancias es violencia. Una propiedad puede recuperarse, las vidas no. ”Hago míos los versos de Cora Coralina: quiero “más esperanza en mis pasos que tristeza sobre mis hombros”.

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