Si de algo se ufana el país que preside Donald Trump es de una supuesta superioridad militar con respecto a los demás ejércitos regulares del mundo. Sin duda, el Pentágono es la institución que más empleados tiene a nivel global, cientos de bases en todas las regiones y el mayor presupuesto, por lejos, en el sector militar.
La asunción de las capacidades militares de la Federación Rusa desmiente tal supremacía, luego de que se develaran armas e informes que evidencian la preeminencia de los rusos en el campo de la guerra regular. Es por ello que Venezuela tiene en el gigante euroasiático a un aliado importante a la hora de disuadir una guerra convencional.
Esta hipotética ofensiva militar por parte de los Estados Unidos se ve como una amenaza directa desde Venezuela, sin embargo se deben considerar los siguientes puntos para entender en qué momento estamos con relación a la opción militar, bandera tan agitada por algunos funcionarios de la Casa Blanca y el Senado.
Reunión en el Pentágono
Luego del fracaso en el intento de golpe militar el martes 30 de abril, las operaciones psicológicas (psyops) no se dejaron esperar y los llamados a una invasión militar estadounidense han sido cada vez más extendidos.
John Bolton y Mike Pompeo son las caras visibles de la intervención militar en Venezuela que en este momento propician una campaña de «relaciones públicas» para ganarle terreno a la opción militar.
La reunión del 3 de mayo en el Pentágono forma parte de tal campaña con la que se intenta desplegar recursos de intimidación contra la FANB vía psyops y mediatización de la narrativa intervencionista. Cónclaves de este tipo, en el que también participaron el jefe de la comunidad de inteligencia y el secretario de Defensa encargado, no suelen ser motivo de noticia por su inherente secretismo.
Sin embargo, una reunión tan publicitada tendría como fin presionar a dos partes: a la FANB (una vez más) y a Donald Trump, que no termina de decidir una acción de mayor fuerza más allá de las sanciones.
Putin al teléfono
El asesor de seguridad nacional ha intentado ganarle terreno a la opción militar respecto a la Casa Blanca, pero su presidente decide quitarse la caspa del hombro con una llamada telefónica a Vladimir Putin.
Trump está convencido de que el negocio militar ha sido muy costoso para los Estados Unidos en las últimas décadas en todo el mundo, al mismo tiempo que las capacidades estadounidenses han quedado retrasadas con respecto a sus competidores globales, «amenazas existenciales» según el Pentágono: Rusia y China.
La llamada Trump-Putin, justo luego de que se filtrara la reunión en el Pentágono, contradijo a plenitud lo que Bolton y Pompeo vienen provocando sobre Venezuela.
El secretario de Estado insistió en una entrevista que los cubanos y los rusos «ya invadieron Venezuela» desde hace rato; que el presidente estadounidense declarara que había acordado con el Kremlin la no-injerencia de lo que sucede en la República Bolivariana significa una desautorización pública de las acciones de sus funcionarios más allegados.
¿Cuba en el Grupo de Lima?
En dirección contraria a lo propuesto por el team Bolton-Pompeo, el Grupo de Lima decidió invitar a la República de Cuba a participar en una mesa de trabajo en torno a la situación venezolana.
¿Se viene una nueva ronda de diálogo con la ciudad de La Habana como centro? En vista de que el golpe militar y las presiones diplomáticas, económicas, financieras y comerciales no llevan al puerto del cambio de régimen, de que «todas las opciones » que han activado contra Venezuela no sirven, a pesar de su virulencia, la inclusión de Cuba en la «solución de la crisis venezolana» sólo puede significar un reacomodo de las fuerzas a nivel regional en medio del asedio, siendo el gobierno de Díaz-Canel un amigo del de Maduro.
En su declaración no deja de criminalizar al gobierno de Nicolás Maduro y de apoyar a Juan Guaidó, pero el tono bajó en su escalada aun cuando desde hace meses se conoce el rechazo a una intervención militar, sea en formato coalición regional o de manera unilateral por parte de los Estados Unidos.
En el Grupo de Lima los actores más beligerantes siguen siendo Brasil y Colombia, aunque en diferente grado, pues dentro de sus establecimientos políticos no hay una decisión unívoca para atacar Venezuela. Más bien parece todo lo contrario.
Siguen las tensiones en Brasilia
Según fuentes de la Cancillería brasileña consultadas por el medio O Globo, Ernesto Araújo viajó a Washington la semana pasada para discutir con Pompeo y Bolton la participación de Brasil en una eventual intervención militar en Venezuela.
Evaluaron asimismo, la posibilidad del paso de militares estadounidenses por el estado brasileño de Roraima para entrar en Venezuela por el sur.
El medio brasileño detalló que el viaje de Araújo causó profundo malestar entre los altos puestos militares brasileños, quienes repetidamente ya se han posicionado contra una intervención en la República Bolivariana.
Sin embargo, un sector importante de los militares ha rechazado categóricamente una acción militar en la región, lo que se traduce en una división entre un grupo pro intervención y otro más moderado que ha provocado cortocircuitos en la administración Bolsonaro.
Por un lado se encuentra la línea más cercana a Jair Bolsonaro, su familia y a Ernesto Araújo, que tiene una relación muy estrecha con el gobierno de Donald Trump y, por tanto, una vinculación de políticas en retroalimentación; del otro lado, está el grupo capitaneado por los generales Augusto Heleno (ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional) y Hamilton Mourao (vicepresidente ejecutivo), quienes han mantenido una posición mucho más moderada respecto a Venezuela.
Lo que tienen ambos grupos en común es la oposición a Nicolás Maduro, pero no existe una decisión unilateral sobre cómo proceder ante el chavismo. Por los momentos, el fustigamiento de Mourao a Bolsonaro es bastante real en cuanto a la intención de involucrar a Brasil en una guerra regular en la región. La tradición castrense de ese país se rompería, sin duda.
El Congreso, otra piedra en el camino
Bien es sabido que solo el Congreso de los Estados Unidos puede aprobar una acción militar contra Venezuela. Lo han venido advirtiendo varios congresistas y senadores desde que Donald Trump dijera en 2017 que tal «opción» era una posibilidad.
Incluso el republicano David Cicilline publicó en su cuenta Twitter que introdujo en el Congreso la ley H.R.1004 (en febrero) «para prevenir una acción militar estadounidense en Venezuela». Algunas facciones republicanas y demócratas en el Congreso rechazan rotundamente una beligerancia de ese nivel, lo que no da unanimidad a la propuesta de Bolton & cía.
Los progresistas aspirantes a la presidencia como Bernie Sanders y Tulsi Gabbard son los principales voceros de la no intervención militar; por otro lado, el mismo Joe Biden y el resto de políticos del establecimiento estadounidense apoyan el cambio de régimen en Venezuela a costa de la credibilidad de Donald Trump, con el que mantiene una guerra interclasista por el poder de Washington.
Sin consentimiento del Congreso, los halcones no podrán acometer sus prerrogativas, sobre todo por el momento crítico que vive la política en ese país, con elecciones presidenciales en 2020. El costo político de una guerra sólo beneficia a unos pocos.
Disuasión militar
El tipo de ataque que el ejército estadounidense plantearía sería el de «fuego por ablandamiento» por suponer un frente ofensivo a la distancia, de bombardeos incesantes, que supone menos riesgos para los soldados norteamericanos. Pero las condiciones militares y geoestratégicas que posee Venezuela en la actualidad no le permitiría a los Estados Unidos una misión exitosa.
En lo que respecta a lo territorial, nuestro país cuenta con un sistema de defensa escalonada conformado por un sistema de defensa antiaéreo de los mejores del mundo, de tecnología rusa.
Hoy Venezuela cuenta con equipos que detectan la presencia enemiga en mar y aire a un mínimo de 300 km en línea recta y con un techo que ronda los 25 mil metros de altura.
Acompañados de aviones Su-30MK2, los cuales poseen la capacidad de enfrentar a cualquier enemigo antes de que invada nuestro espacio aéreo, la tesis de la Guerra Relámpago (ocupar el país intervenido en pocos días con el mínimo de bajas) es altamente complicada llevarla a cabo, a lo que también se suman los focos de resistencia civil y militar que puedan encontrarse en una hipotética fase siguiente de la intervención.
La adquisición hace varios años del sistema de defensa antiaérea S-300VM de medio alcance, probado con éxito en Siria, hace que Venezuela cuente con un sistema de defensa antiaérea escalonada integrada por cañones antiaéreos ZU-23, sistemas de misiles Buk-2M, Pechora-2M y S-300VM rusos, capaces de interceptar toda clase de objetivos, sean misiles o aviones en un rango de hasta 200 km. Este factor defensivo complica la efectividad de una eventual campaña aérea contra el país.
Mínima conclusión
La única manera de que se lleve a cabo, en el corto y mediano plazo, una intervención militar contra Venezuela es que la mayoría de las situaciones descritas en esta nota concluyan o se reviertan a favor de la tesis de John Bolton y Mike Pompeo. Por lo pronto, no existe una línea que vaya directo a las conclusiones por las que presionan estos dos funcionarios de alto nivel.
En Washington, como vimos, hay diferentes consideraciones sobre una guerra en el hemisferio, en América Latina el rechazo a una acción de esa magnitud no es bien vista, aun por gobiernos tan alineados a la política exterior estadounidense como el de Chile y el de Perú, y los costos políticos podrían socavar definitivamente a la administración Trump con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina.
Sólo una operación de mayor escala y una determinación unilateral que rayaría en la psicopatía podrían permitir que una coalición atacara de manera militar a la República Bolivariana.
¿La Casa Blanca estaría dispuesta a tal grado de caos e irresponsabilidad en su propio hemisferio? A la cabeza de esta prerrogativa no se encuentran Dick Cheney, Donald Rumsfeld ni Paul Wolfowitz (los arquitectos de la invasión a Irak en 2003), sin embargo, John Bolton quiere terminar de forjar un legado visible en los libros del Partido de la Guerra.