Mientras una comunidad vela a sus muertos, otra, en un rincón distinto del interior de Colombia, es también atacada y obligada a enterrar a parte de sus miembros.
Luego, los titulares sobre «masacres» llegan a los medios, los colombianos expresan luto y la pregunta sobre qué está pasando en el país que había dejado atrás 60 años de guerra queda en el aire.
No hay respuestas, solo autoridades y políticos manifiestando «solidaridad» y «dolor», prometiendo «investigar» y «llegar al fondo» de los hechos.
Esto que había sido parte de la normalidad durante décadas revivió esta semana con varios sucesos que muestran un recrudecimiento de la violencia en algunas partes del país donde la ausencia del Estado, entre pobreza e incertidumbre por los efectos de la pandemia, es remplazada por el proceder de grupos armados que viven del narcotráfico.
Desde que, en 2016, se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la violencia ha disminuido de manera sostenida.