A las 9:18 am del lunes 21 de enero, el presidente de la Asamblea Nacional en desacato (AN), Juan Guaidó, dijo desde su cuenta en tuiter que los sucesos en el comando de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) de Cotiza, Caracas, son «una muestra del sentimiento generalizado que impera dentro de las FAN, nuestros militares saben que la cadena de mando está rota por la usurpación del cargo presidencial, por lo que la AN se compromete a brindar todas las garantías necesarias a los militares que contribuyan a la restitución de la Constitución».
Hacía referencia a la supuesta Ley de Amnistía emitida por la AN para que los funcionarios del Estado venezolano desconocieran al presidente Nicolás Maduro, y se plegaran a su llamado a reconocer como máxima autoridad del país al parlamento venezolano, considerado en desacato por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
El suceso referido por Guaidó arrancó unas horas antes (2:50 am) cuando un reducido grupo de militares adscritos al Comando de Zona número 43 de la GNB, irrumpió en el puesto de Coordinación Policial de Macarao en Caracas, trasladándose luego al Destacamento de Seguridad Urbana de la GNB ubicado en Petare, logrando sustraer parte del arsenal de armas del mismo, para terminar en el noroeste de Caracas, donde terminaron rendidos y capturados en la sede de la Unidad Especial de Seguridad Waraira Repano, en Cotiza, municipio Libertador, también adscrita a la GNB.
Dos ataques, un llamado y una entrega
Cronometrada para ser la primera noticia del lunes, este grupo de militares de la GNB emitió cuatro videos en las redes sociales, donde declararon «estar unidos para restablecer el hilo constitucional como se los pide el pueblo de Venezuela», en alusión a los llamados a sublevarse militarmente realizados por la junta directiva de la AN, partidos del antichavismo, el Grupo de Lima y altos cargos del gobierno de los Estados Unidos como el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el director del Consejo de Seguridad Nacional, John Bolton.
El despliegue histriónico del uniformado que habla ante las cámaras, deja ver la intención de proyectar una imagen similar a la del abatido el 15 de enero del año 2018, Óscar Pérez, que en su corto pero escandaloso derrotero intentó crear el guion en el que un grupo de militares con supuestas capacidades superiores ponía en jaque al gobierno de Maduro. Amparados en esta maniobra, envasada para consumo interno y externo, Guaidó, junto con medios como La Patilla y NTN24, intentaron mostrarla como un ejemplo de lo que sucede puertas adentro de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).
Caído el grupo en desgracia, los operadores tradicionales de la narrativa del caos, procedieron al alargue de la agenda noticiosa exponiendo videos en las redes sociales de «manifestaciones a favor de los militares», emulando lo que hicieron después del fallido asalto al Fuerte Paramacay, en Carabobo, en el año 2017. Una repetición de la misma lógica espectacularizante que se esfuerza por establecer un vínculo directo entre sublevación, acciones armadas y el supuesto respaldo popular del que carece este tipo de eventos.
Otros datos a tener en cuenta los expuso el presidente de Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Diosdado Cabello, quien señaló que los sublevados quedaron inmediatamente a la merced del Estado, luego de que sus promotores no cumplieran con lo acordado. Y que por los hechos «no se tuvo que lamentar la pérdida de ninguna vida, afortunadamente». Dijo también que los teléfonos incautados a los alzados revelan que recibieron llamadas desde el exterior horas antes del momento de la operación.
La dimensión de los acontecimientos
Quien funge de «líder» es el sargento Alexander Brandes Figueroa, que cerca del amanecer afirmó estar encerrado en el escuadrón de Cotiza desde donde pidió el alzamiento de otros destacamentos y del «pueblo de Venezuela». El lenguaje con el que se refiere a sus compañeros de armas es para nada inocente, los califica de «guerreros», terminología idéntica a la usada por el grupo terrorista que lideró Óscar Pérez en los acontecimientos violentos del año 2017.
Tanto el mensaje de los videos, como su ultra mediatizada difusión en las redes sociales por parte de cuentas «influenciadoras» del antichavismo, reflejan que más allá del efecto internacional, premeditado, la búsqueda se centra en crear un clima de opinión que invite a más cuerpos militares a sublevarse, y a la reanimación de sectores civiles opositores para que salgan a la calle el próximo 23 de enero, quienes desde 2017 se encuentran sumergidos en un ambiente de desidia, frustración y enojo contra sus dirigentes por el fracaso de sus últimos planes de cambio de régimen.
Visto desde un ángulo desapasionado, el resultado de una operación que bien podría calificarse como amateur, sucedió en medio de la presión iniciada desde la AN en desacato y sus llamados a la rebelión militar, apoyada por las declaraciones del Grupo de Lima y respaldada por los comunicados emitidos por Pompeo, Bolton y compañía. El resultado ha sido una maniobra efectista que tuvo como protagonistas a unos 27 militares de bajo rango que actuaron como lobos solitarios moviéndose de un lado a otro sin estrategia, ni plan, más que publicar algunos videos en las redes sociales.
Valga la comparación para señalar que cuando iniciaron las operaciones de cambio de régimen en Libia y Siria, los militares que se alzaron contra Muhamar al-Gadafi y Bashar al-Assad eran altos oficiales con mando de importantes tropas que rápidamente se integraron a los grupos irregulares armados para ir en contra de los dos poderes estatales. Mientras que en Venezuela, unos días antes de una convocatoria similar, el resultado de esta sublevación es el asalto a dos sedes de seguridad de poco peso, en las periferias de la ciudad, y la posterior entrega de los sublevados después de unas pocas horas.
Apuntes sobre los días por venir y los límites de la realidad
Para nadie es un secreto que los altos cargos del gobierno de Estados Unidos tomaron hace tiempo la decisión de iniciar un conflicto irregular en Venezuela, después de apoyar la irrupción de la célula dirigida por Óscar Pérez. Y para nadie es un secreto que ahora intentan usar de ariete a la AN en desacato para posibilitar un mismo rumbo, un mismo camino, que desemboque en la salida violenta, ya sea por medio de un conflicto o un golpe militar. La decisión se está tomada, y ni siquiera existe el intento de ocultar las intenciones como lo hicieron en las guarimbas del pasado.
El 23 de enero buscará ser, de nuevo, la chispa que encienda una pradera para intentar fracturar al alto directorio cívico-militar de la Revolución Bolivariana, paralelo a un posible escalamiento del conflicto en la arena internacional.
Sin embargo, el rápido desmontaje de la célula armada de Pérez, como la fugaz sublevación aquí reseñada, demuestran los límites que tiene esta lógica transnacional de ejercicio de poder que muchas veces, cuando intenta trasladar sus intenciones a territorio venezolano, se choca con una realidad objetiva que le es esquiva, y a la vez, ajena a sus planes.
Este señalamiento, por otro lado, no oculta el peligro actual, ni minimiza la amenaza que se cierne contra Venezuela, sobre todo teniendo en cuenta que en este tipo de procesos, como el que pretende iniciar el antichavismo, gran parte de lo pesado se mueve aguas abajo y surge de sorpresa para agigantar, en apariencia, el tamaño de la fuerza de quienes se oponen al gobierno venezolano.
El devenir de los últimos años es claro: intentaron incendiar el país en 2017 con las guarimbas y fueron derrotados con la instalación de la ANC, intentaron establecer un grupo irregular con Pérez a la cabeza y fueron derrotados por los organismos de seguridad, intentaron dar al menos dos golpes de Estado en 2018 e incluso asesinar al presidente Maduro con un atentado, y tampoco pudieron cumplir con sus objetivos.
En cada arremetida, sin embargo, hacen daño, y mucho, pero una cosa es decir que van a iniciar una guerra y otra muy distinta es comenzarla.