Oswaldo Rodríguez Martínez | Prensa Latina
El 7 de septiembre, los panameños celebraron la firma de los Tratados Torrijos-Carter (1977) que les devolvió la soberanía sobre la franja canalera, para lo cual debieron tolerar el enclave colonial otros 23 años.
Ese era uno de los motivos de rechazo del acuerdo por la población del Istmo que, en un plebiscito convocado para someterlo a consulta, si bien lo aprobó la mayoría de más de medio millón de personas, otra cifra nada despreciable de 250 mil dio su NO rotundo.
El general presidente Omar Torrijos, artífice del pacto por la nación centroamericana, interpretó el sentir de su pueblo durante el acto de rúbrica, al referirse a la permanencia de las bases militares durante el período de transición de ocho mil 395 días, el cual sometía al país al peligro de posible objetivo estratégico castrense.
Pronunció entonces un profético pensamiento que explicaba también el recelo de muchos: “Y porque estamos pactando un tratado de neutralidad que nos coloca bajo el paraguas defensivo del Pentágono, pacto este que, de no ser administrado juiciosamente por las futuras generaciones, puede convertirse en un instrumento de permanente intervención”.
Uno de los integrantes del grupo negociador del Tratado, el panameño Aristides Royo, reveló en una entrevista en 2017, que consultaron previamente el texto al líder cubano Fidel Castro, quien opinó que era lo máximo a que Panamá podía aspirar y que Estados Unidos concedería.
La incorporación al Movimiento de Países No Alineados permitió internacionalizar la lucha por las negociaciones, aunque nuestra contraparte pidió que se mantuviera siempre como un asunto bilateral, explicó.
Royo se refirió el amplio nivel de consultas populares que hicieron entonces con sectores de las provincias de Chiriquí (occidente); Los Santos, Herrera y Santiago (centro), además de cada rincón del país, en un proceso democrático nunca visto antes en la nación.
Durante aquella batalla, Torrijos constantemente insistía en que su papel era darle continuidad a las luchas de generaciones que enfrentaron desde el inicio la creación de la colonia, a la cual llamó la quinta frontera, y se autodenominaba ‘el vocero’ de aquellos.
En una original iniciativa, cuando los “torrijistas” celebraron post mortem un cumpleaños de Omar -como cariñosamente le llaman sus admiradores-, la fundación que lleva su nombre convocó: “¿Qué le dirías tú a #MiqueridoOmar en su cumpleaños?”.
Entre las múltiples respuestas aparecieron mensajes de gratitud “por haber llevado el progreso hasta el lugar más recóndito del país; por devolvernos la soberanía; siempre debemos estar agradecidos con ese gran hombre que logró que el Canal fuese devuelto a manos panameñas”.
Su amigo, el poeta Orestes Nieto, escribió en una ocasión: “La dignidad ya no estaba en venta. Se propuso conquistar el Canal y terminar con la presencia colonial. Pacíficamente, sin muertes innecesarias, junto a su pueblo, libró el tramo final por la conquista de nuestros derechos soberanos”.
El Panamá del tercer milenio tal vez no se percata del alcance de aquella figura, cuya biografía no se estudia en las escuelas, mientras que algunas expresiones peyorativas lo incluyen como uno más de la “dictadura militar”, ocultando así la obra social inconclusa de su proyecto de país.
Para algunos expertos, olvidarlo es un intento estéril de una clase económicamente poderosa con pobreza de espíritu, que en complicidad con los medios bajo su control magnifican sus errores y esconden los aciertos; peor aún, la estrategia es relegarlo al ostracismo, pero contrariamente muchos les dan gracias “por devolvernos los sueños”.