Por Pablo Jofre Leal
La continuación del conflicto en Ucrania donde Washington y la Organización del Tratado del Atlántico Norte – OTAN – han encontrado en el régimen kievita el mejor testaferro para llevar a cabo sus operaciones de presión contra Rusia iniciadas el año 1991, puede convertirse en un conflicto al menos regional con el peligro de amenazas hoy y posibilidades concretas mañana del uso de armas nucleares.
Lo señalado, en un escenario donde el arsenal de estas armas de destrucción masiva está mayoritariamente en manos de Rusia y los Estados Unidos que además posee estacionadas en bases europeas misiles con cargas nucleares. Según señala el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), Rusia posee 5.977 ojivas nucleares, aunque unas 1.500 son ojivas en espera de ser desmanteladas. En el caso de Estados Unidos este ostenta 5.428 ojivas nucleares de las cuales 3.708 son operativas y el resto están destinadas a ser desmanteladas.
El Instituto Center for Arms Control and Non-Proliferation ha señalado que Washington posee 150 bombas de gravedad nuclear B-61, que son armas tácticas. Armas almacenadas en Italia con 70 de estos artefactos; Bélgica y Alemania con 20; y Países Bajos con 24. Además, hay que considerar que fuera de la Unión Europea, el régimen estadounidense posee también ese tipo de armas nucleares en Turquía que es miembro de la OTAN desde el año 1952. Armas estacionadas allí en base al acuerdo de intercambio nuclear de la OTAN. Sumemos a ellas las armas nucleares propias que poseen dos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU como son Francia y Gran Bretaña, aliados de Estados Unidos y miembros de la OTAN que juntos suman 515 cabezas nucleares (1). Biden ha minimizado las palabras del presidente ruso Vladimir Putin respecto al posible uso de armas nucleares en el marco del entrenamiento de pilotos ucranianos en el uso de los aviones F16 estadounidenses que el régimen de Biden se comprometió a entregar a Ucrania a pesar de las reticencias iniciales (2)
Las cifras mencionadas, los países involucrados y la decisión de estacionarlas allí muestra la conducta hipócrita de Washington y las suyas en las críticas vertidas contra Rusia al decidir Moscú trasladar parte de sus armas nucleares de corto alcance al territorio de su aliado bielorruso. Para Occidente lo que hagan ellos no merece reparo alguno, en cambio si lo efectúa Rusia, China, Irán, entre otros simplemente se echa a andar la maquinaria política y comunicacional para demonizar sus acciones soberanas. Resulta a todas luces evidente que mientras el conflicto más se prolongue, que la entrega de armas occidentales a Ucrania – cada día más poderosas y numerosas – sean parte de la amenaza latente de intensificar los riesgos de una guerra, que pueda desbordar los marcos geográficos en que actualmente se da y que Moscú sienta amenazada su integridad como país, obligándola a llevar a cabo acciones con uso de armas nucleares tácticas. Eso no es sólo una conjetura, es parte del escenario bélico que hay que contemplar.
Si la ultra difundida contraofensiva ucraniana implica ataques contra Moscú, Crimea, áreas e instalaciones estratégicas de Rusia, el uso de países vecinos a la frontera occidental de la federación rusa como punto de arranque de ataques contra el ejército y la población civil rusa, no hay duda que se presenta lo que en Europa se considera un aumento de la tasa del conflicto ucraniano y en este caso el mundo, no sólo Europa, estará al borde de la destrucción definitiva del sistema internacional de contrapesos y resistencia. Como se está viviendo ya en el plano del avance de las posiciones y acciones del mundo que plantea una política multilateral y aquellos que quieren seguir con los privilegios de la unipolaridad.
Fiona Hill, miembro del Consejo de Seguridad de Estados Unidos entre 2017 al 2019, especialista en temas de Europa y Rusia, afirmó en mayo de 2023 en un discurso, en el marco de las Conferencias Lennart Mari organizadas por el Centro Internacional para la Defensa y la Seguridad (ICDS) que: “la guerra de Ucrania se considera uno más de los dramáticos acontecimientos ocurridos desde 2001 por instigación de Estados Unidos. La mano dura de la “guerra contra el terror” ha alienado a gran parte del mundo musulmán. La invasión estadounidense de Irak en 2003, tras la de Afganistán, revivió los horrores de las intervenciones estadounidenses durante la Guerra Fría en Corea y Vietnam. La inacción estadounidense en conflictos como el de Yemen y sus intervenciones selectivas en Libia y Siria han subrayado la incoherencia de la política exterior estadounidense. La crisis financiera de 2008-2010 y la Gran Recesión, seguidas de la agitación interna estadounidense y la elección de Donald Trump en el 2016, cuestiones que debilitaron el poder del ejemplo democrático estadounidense. El desprecio de Trump por los acuerdos internacionales y su burda mala gestión de la pandemia mundial, así como, más recientemente, la torpe retirada de Afganistán de la administración de Biden, han puesto aún más en duda la capacidad de Estados Unidos, para desempeñar un papel de liderazgo mundial” (3)
Resulta indudable que la conducta hegemónica de Estados Unidos, desde el momento mismo de su nacimiento como entidad internacional especialmente para gran parte de los países del sur del mundo, ha concretado una visión de Estados Unidos como un Estado poco confiable. Existe lo que Hill denomina “una percepción de la arrogancia y la hipocresía estadounidenses muy extendida. La confianza en el sistema internacional que Estados Unidos ayudó a inventar y ha presidido desde la Segunda Guerra Mundial hace tiempo que desapareció…para este grupo de países, sus elites y poblaciones esta guerra – en Ucrania – consiste en proteger las ventajas y hegemonías occidentales. No en defender a Ucrania…molesta el poder del dólar estadounidense y el uso frecuente de sanciones financieras por parte de Washington…la resistencia de los países del sur a los llamados de solidaridad de Estados Unidos y Europa sobre Ucrania es una rebelión abierta. Es un motín contra lo que consideran el occidente colectivo, que domina el discurso internacional y culpa a todos los demás de sus problemas, mientras desestima sus prioridades en materia de compensación del cambio climático, desarrollo económico y alivio de la deuda”.
En el plano de lo reseñado anteriormente, occidente debería tomar buena nota de los procesos de acercamiento de Rusia con países fuera de la órbita occidental. Tal es el caso de los países africanos, por ejemplo reunidos en la II Cumbre Rusia-África celebrada los días 27 y 28 de julio pasado. Una Cumbre que declaró la necesidad de “aumentar la cooperación al más alto nivel y fomentar el diálogo constructivo en el marco de los mecanismos ruso-africanos internacionales, regionales, multilaterales y bilaterales existentes sobre una amplia gama de cuestiones estratégicas, políticas y económicas de interés mutuo y preocupación común”. Para Putin lo principal es que la cumbre confirmó una vez más la firme actitud tanto de Rusia como de África, de seguir desarrollando y buscando nuevas formas y nuevos ámbitos de asociación mutuamente beneficiosa, que reafirman su posición sobre la formación de un orden mundial justo y multipolar (4)
Es interesante hacer notar que las menciones de Hill de muchísimos analistas europeos no significan una autocrítica a su forma de comportamiento, sino que una constatación de aquello que se piensa en el 90% del planeta. Por tanto, el llamado es tratar de maniobrar en este mar tempestuoso de una forma que no sea como la metáfora de un superpetrolero cansino, sino como un pequeño kayak inuit, capaz de cambiar de dirección en un santiamén. Dejar de ser un superpetrolero, lento, anquilosado, incapaz de maniobrar dinámicamente. Es un llamado a adaptarse para no perder el poder. Pero…como elemento positivo para nuestros pueblos el movimiento de países que busca caminos propios, esos no alienados de la Guerra Fría vuelven a surgir con fuerza y no se creen los cuentos de Washington y los suyos y son capaces de entender que la actual situación en Ucrania no hunde sus raíces en febrero del año 2022, ni tan siquiera en febrero del año 2014 cuando el Euromaidán mostró que el golpe de estado contra Viktor Yanukovich en Kiev tenía objetivos más allá de un aséptico deseo pro europeísta.
Es en este marco entonces donde el tema nuclear adquiere relevancia pues representa un peligro cierto, no es una mera conjetura. Rusia no está dispuesta a dejarse avasallar. No va a ceder en aspectos claves que son parte de los objetivos de lo que ha denominado su operación militar especial: desnazificar y desmilitarizar a un vecino inamistoso, que ha sido parte de las políticas de máxima presión implementadas contra la federación rusa desde el año 1991 a la fecha. Si Estados Unidos con Biden ahora o con quien le suceda en la Casa Blanca, no es capaz de evaluar de manera adecuada la situación regional e internacional, si sigue suministrando armas y apoyo financiero en forma desbocada a su socio ucraniano, obligará a Rusia a tomar medidas extremas, para alcanzar esos objetivos que van en vista de su propia supervivencia como nación.
Ello incluye el tema de las armas nucleares y que aquello que se vive hoy en Europa oriental, se convierta inevitable y dramáticamente en un enfrentamiento global entre estados con poder nuclear. Tal vez sea bueno que la población europea tenga algunos datos en mente a la hora de seguir apoyando la presión contra Rusia. Por ejemplo, el hecho indefectible que un misil nuclear lanzado desde territorio ruso – desde Kaliningrado, por ejemplo – a algunas capitales europeas podrían llegar a Berlín, en apenas un minuto y 36 segundos. Paris en 3 minutos y veinte segundos. Londres, sólo dos segundos más tarde. Madrid en 3 minutos y 50 segundos (5) dejando en todas estas ciudades y sus alrededores un reguero de millones de muertos y heridos. Lógicamente, las estaciones militares dotadas de armas nucleares en Europa podrían responder, dejando una estela de destrucción, dolor y muerte haciendo inhabitable el continente por muchísimos años.