Política exterior USA y grupos de presión

 

Pablo Jofre Leal | Prensa Opal

En un mundo surcado de conflictos en diversos ámbitos, principalmente económicos y militares, al régimen estadounidense se caracteriza por llevar adelante una agresiva política exterior destinada, esencialmente, a mantener una hegemonía, aunque a la baja, sigue siendo peligrosa, desestabilizadora y la gran responsable de gran parte de las guerras de agresión, ocupación, colonización y procesos de guerras híbridas y proxis que vive el planeta. En esta “misión” el sionismo cumple un papel relevante.

Según la constitución de Estados unidos, el presidente de este país es quien determina la política exterior – que en general suele ser un asunto de Estado más que de administraciones, sean estas demócratas o republicanas – Por su parte, es el secretario de estado, equivalente a los ministros de relaciones exteriores, el principal directivo en materia de asuntos externos.

Es designado en este cargo por el presidente y cuenta con el asesoramiento y consentimiento del Senado en su gestión. Esto último en teoría pues, en general, las decisiones ejecutivas a la par de las influencias política recibidas concretan líneas de acción, que suelen confrontarse con la Cámara alta.

La política exterior de Estados Unidos, en la actualidad, no está controlada por el gobierno de este país. Eso es mera quimera. Ni el gobierno federal, ni autoridades estaduales, ni locales.

Ese control está dirigido por representantes de comunidades de negocios, círculos de negocios, conglomerados ligados a la industria de las armas, grupos de presión afines a comunidades que representan intereses de países como Arabia Saudí, al régimen sionista. Asociaciones de poseedores de armas, entre otros grupos.

El analista estadounidense Michel Klare, profesor de paz y seguridad mundial en el Hampshire College, de los Estados Unidos, en un interesante artículo escrito ya hace tres lustros señala que “Desde el final de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética, la política exterior de Estados Unidos ha tenido un objetivo primordial: mantenerse como la única potencia dominante a escala mundial. Ser la única superpotencia mundial”

Claramente un objetivo desarrollado al amparo del Departamento de Defensa de USA, elaborado con el nombre de “Guía de Planificación de la Defensa” que salió a la luz el año 1992, a pocos meses del fin de la ex Unión Soviética URSS). Paul Wolfowitz ex subsecretario de defensa bajo el primer gobierno George W. Bush, fue el responsable último de la Guía de Planificación de la Defensa de Estados Unidos en los años 90. Wolfowitz desarrolló un proyecto que contenía la política exterior de defensa entre los años 1994 a 1999.

Esta Meta no ha cambiado un ápice y se ha incrementado con la intervención de Washington y sus aliados más recalcitrantes en diversos países del mundo, desde el derrumbe de la ex URSS: Irak (en dos ocasiones), Somalia, Serbia, Afganistán, Siria, Libia. Procesos de desestabilización contra Rusia, Irán, Yemen, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua, entre otros. Los objetivos estratégicos de la política estadounidense, sin mirar en ello diferencias partidarias, entre demócratas y republicanos, muestra la absoluta coherencia en el marco del concepto y práctica de megalomanía de dominio mundial.

Pero… así como lo mencionado es una realidad innegable, lo es también el hecho de que detrás de esa estrategia de señorío se encuentran los denominados grupos de presión, que defienden intereses diversos, pero, complementarios en el área de la defensa a través del complejo militar industrial, en lo doméstico la Asociación Nacional del Rifle (ANR), el campo energético, farmacéutico, la alianza con el sionismo y la monarquía saudí. Grupos que marcan el derrotero de la política interna y externa de la nación del norte de América y donde los medios de comunicación, controlados por el sionismo, permiten ese imperio de dominio.

Nada se decide ni se lleva a cabo en Estados Unidos, sin el beneplácito, el apoyo y el empuje de estos grupos de presión, que tienen a gran parte del Congreso a su favor, gracias a las cuantiosas “donaciones” para sus campañas políticas. La ANR tiene entre sus protegidos a republicanos y demócratas, que sólo en la elección del año 2020 entregó cuantiosos apoyos tanto a la candidatura de Joe Biden como a Donald Trump, pero volcados, preferentemente al sector más conservador de la política estadounidense.

Sus 19 millones de socios lo hacen un grupo de presión al cual no se le puede desechar, tomando en cuenta, además, que Estados Unidos es el país con más armas en manos de la población del mundo: 393 millones de armas de fuego para 330 millones de habitantes de un total mundial de armas domésticas de 900 millones.

En el plano de los grupos de presión más activos en la actualidad se encuentran dos absolutamente imbricados: el Complejo Militar Industrial (CMI) y el lobby sionista, sobre todo a través del llamado Comité de Asuntos Públicos estadounidenses – israelí (American Israel Public Affairs Committee AIPAC por sus siglas en inglés).

Un concubinato profundamente funesto para millones de seres humanos, principalmente en el levante mediterráneo entre el CMI, el sionismo y al cual hay que sumar la influencia con relación a monarquías árabes como la Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, que implica no sólo la venta multimillonaria de armas al régimen sionista y países árabes, sino que el concretar una alianza de dominio que se extiende ya por 76 años, desde la creación del ente israelí el año 1948.

“Cada bomba que lanza Israel, cada misil que dispara Estados Unidos, cada país musulmán que invade Washington y sus aliados, genera dinero para el CMI. Recordemos que, a cifras actuales, el régimen nazi sionista israelí recibe anualmente, para libre disposición, 4 mil millones de dólares en ayuda militar de Washington cada año. “La mayor parte de este dinero regresa inmediatamente a las corporaciones militares estadounidenses para comprar armas. Son socios económicos en el crimen”.

Un documento muy clarificador respecto a la alianza Washington, el CMI y el sionismo (con sus grupos de presión) es el elaborado por el analista José Oro, quien en un material de archivo publicado en Prensa Latina titulado El Lobby pro- israelí en Estados Unidos y el Complejo Militar Industrial, señala una idea central que nos permite entender la actual situación en Asia occidental y su extensión a Asia central y el Cáucaso Sur e incluso más al extremo oriente, teniendo en cuenta la disputa con la República Popular China.

Sionistas y neoconservadores “Consideraban que un Israel fuerte y poderoso era esencial para sus planes de dominación estadounidense de la región y el mundo. Después del colapso de la Unión Soviética en 1989, el gasto militar cayó, amenazando las ganancias del CMI. Necesitaban nuevos enemigos para reemplazar a la URSS, e Israel se sentía feliz de proporcionar los suyos.

Se establecieron y designaron nuevos enemigos por los “think tanks” neoconservadores que incluyen: JINSA (Instituto Judío de Asuntos de Seguridad Nacional) AEI (Instituto Americano de Empresas) WINEP (Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente) FDD (Fundación para la Defensa de las Democracias) y una docena más.

Estos grupos colaboran con otros de apoyo al régimen sionista de más larga data, como el mencionado AIPAC y Stand with Us. Aliados, además, con el llamado grupo Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, PNAC por sus siglas en inglés”. El mencionado trabajo de Oro nos señala una serie de ideas indiscutibles, que relacionan el trabajo en la política interna estadounidense con la influencia innegable del CMI y los grupos de presión sionistas con relación a la visión hegemónica del mundo de ese Estados Unidos post Guerra Fría.

En esencia, dicha idea consigna que “Mientras que la estabilidad internacional había sido considerada uno de los objetivos más elevados en asuntos exteriores (al menos de la boca para afuera), defendida incluso por criminales de guerra como Henry Kissinger, los neoconservadores promovieron el caos y la destrucción.

Michael Ledeen, historiador, analista y catalizador de la política de intervención y desestabilización a través de las llamadas revoluciones de Colores, impulsadas por Washington tras la caída de la ex URSS, tenía su opinión sobre Asia occidental “hay que convertir Oriente Medio en una caldera”.

Los gobiernos del régimen nacionalsionista y estadounidense han tomado como suyos este objetivo, aunque fuese falso, desde el nacimiento de Estados Unidos y el propio Israel. Un eje central: que la estabilidad fuese parte de su norte político exterior. Estabilidad, tanto para el CMI y el lobby sionista y por extensión sus respectivos gobiernos a los cuales le son fieles nunca existieron.

La actual realidad en el Levante Mediterráneo, con una política de exterminio del pueblo Palestino y del Líbano, muestra que los objetivos de hegemonía estadounidense se han incrementado, ya sea a través de guerras híbridas o aquellas que le son más cómodas como son las guerras proxy. Un tipo de conflagración donde el testaferro israelí, como también la monarquía saudí, los Emiratos Árabes Unidos, la Monarquía Jordana y la dictadura egipcia le son instrumentales.

Con respecto a Palestina, la ocupación, colonización y exterminio de su tierra y pueblo, estamos en un proceso de genocidio que no cesa y que se ha incrementado desde el 7 de octubre del año 2023. Una muestra de los resultados de la política de Estados Unidos, sus aliados europeos y el impulso de los grupos de presión estadounidense, donde no ha faltado la influencia del complejo energético estadounidense y sus afanes de dominio de los yacimientos y explotaciones de petróleo y gas en Asia occidental, junto al control de las rutas marítimas como son el estrecho de Ormuz y el estrecho Bab el Mandeb.

Una política de los grupos de presión energéticas, que también tiene sus líneas de estrecho contacto con el CMI y el lobby sionista con el objetivo de garantizar el control y suministro de los recursos de petróleo y gas, sobre todo de la zona del Asia Occidental, que incluye los recursos gasíferos frente a las costas de Gaza y El Líbano.

El lobby pro-sionista, que bajo la actual administración de Joe Biden tiene en su seno dos tercios de cargos como secretarios de Estado vinculados a los grupos sionistas – miembros de la comunidad judía estadounidense – como también enorme influencia en materia financiera, fondos de inversión, medios de comunicación y redes sociales, entre otras.

El imperio del mundo a través de este prisma neoconservador estadounidense, en estrecha alianza con el sionismo, ha sido una realidad férrea al cual se ciñe toda la política estadounidense y por extensión la política de sus socios de la OTAN. Una realidad en dura pugna con aquella política multilateral que países como Rusia, China e Irán están impulsando fuertemente.