En un ambiente de respeto y silencio, unos 300 mil rusos con fotos o retratos de familiares que lucharon en la guerra, desfilaron el 9 de mayo, día de la victoria sobre el nazismo, por el centro de Moscú, frente al Kremlin y la Plaza Roja.
Se calcula que entre 27 y 30 millones de soviéticos perdieron la vida en aquella conflagración. Los pueblos de la Unión Soviética aportaron la cuota mayor de sacrificios humanos y daños materiales en aquel holocausto. A ellos corresponde el mérito principal por haber logrado la derrota del nazismo.
“Mis lágrimas al ver la marcha silenciosa y a Putin en medio de ella fue una reacción inconsciente que, pensándolo bien, fue mi muy personal y sentido reconocimiento de que nada comparable podría ocurrir en mi propio país, los Estados Unidos de América”.
Así se manifiesta en un artículo publicado en diversos medios digitales un testigo presencial de aquel extraordinario desfile, Frederick William Engdahl, periodista, autor de varios libros, historiador e investigador económico estadounidense radicado desde hace dos décadas en Frankfurt, Alemania.
“La última vez que yo había llorado en un acto público fue en noviembre de 1989 cuando cayó el muro de Berlín y los alemanes, orientales y occidentales, bailaron juntos simbolizando el fin de la división generada por la guerra fría.… El Canciller alemán propuso en un discurso ante el Bundestag la construcción de un tren de alta velocidad que enlazara a Berlín y Moscú. Pero Alemania no fue lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente libre de sentimientos de culpa por la guerra, para rechazar la presión de Washington.
“Nunca hemos podido tener marchas conmemorativas en condiciones de paz y serenidad. No pudo haberlas en Estados Unidos después que nuestras tropas destruyeron Irak; no las hubo después de Afganistán; tampoco después de Libia. Hoy los norteamericanos no tienen nada bueno que recordar de las guerras que no sea la muerte y la destrucción que han dejado… y los veteranos traumatizados y los envenenados por radiación que son ignorados por su propio gobierno”.
Cuando las cámaras de televisión acercaron, mediante zoom, la imagen del Presidente Vladimir Putin, éste marchaba junto con miles de ciudadanos sosteniendo una foto de su padre herido gravemente en combate en 1942 cuando sirvió a su patria en aquella guerra.
“Putin no estaba rodeado de limusinas a prueba de balas como lo haría cualquier presidente de mi país desde el asesinato de Kennedy en 1963, sin atreverse siquiera a acercarse a una multitud. Con apenas tres o cuatro guardianes de la seguridad presidencial cerca de Putin, no aprecié clima de temor alguno pese a que estábamos en medio de una masa compacta de rusos, a menos de un brazo de distancia de uno de los más influyentes líderes mundiales de la actualidad”.
Aunque desfiló lo más avanzado del hardware militar que Rusia posee, incluyendo los impresionantes nuevos tanques Armata T-14, los sistemas antimisiles S-400 y los muy modernos aviones de combate Sukhoi-35, lo que más conmovía a Engdahl eran los radiantes rostros de miles y miles de rusos, desde muy jóvenes hasta ancianos, incluyendo veteranos sobrevivientes de la Gran Guerra Patria (como la conocen los rusos) optimistas en cuanto a su futuro.
“Lo que trasmitían las sonrisas y miradas de aquellos miles de manifestantes no era tristeza por los horrores de la guerra. Lo que advertí claramente fue que el desfile era un gesto de amor, respeto y gratitud hacia aquellos que dieron sus vidas por la Rusia de hoy, proyectada hacia un futuro que es la única alternativa viable a una dictadura mundial de amplio espectro ejercida por el Pentágono estadounidense y montada sobre un sistema del dólar que ahoga a los pueblos en deudas y fraudes”.
En ocasión de su visita a Rusia encabezando la significativa participación de su país en la celebración, el Presidente de China, Xi Jinping, se reunió por separado con Vladimir Putin y acordaron que la Franja Económica de la Ruta de la Seda, de iniciativa china, y la Unión Euroasiática, de iniciativa rusa, se integrarán en lo que implica el surgimiento de un nuevo espacio económico común euroasiático.
Engdahl hace notar que esta integración constituye para Washington una pesadilla geopolítica a la que han contribuido sus miopes estrategas guerreristas que, con las torpes agresiones que promueven contra Beijing y Moscú, han hecho comprender a estas potencias que su única esperanza de desarrollo soberano, libre de los dictados de la superpotencia única, es independizarse del mundo del dólar.
Mayo 20 de 2015.
http://www.alainet.org/es/articulo/169753