Sergio Rodríguez Gelfenstein
En enero de 2003 el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, acuñó el epíteto de “Vieja Europa” para referirse a ciertos países de la región oeste de ese continente que rechazaban participar en la guerra que Estados Unidos desataría más tarde contra Irak.
En contraposición, Rumsfeld exaltaba el apoyo recibido de los países del este que durante casi medio siglo estuvieron atados a la Unión Soviética y que habían realizado una transición anti dialéctica hacia la extrema derecha. Rumsfeld los llamó la “Nueva Europa”.
A ellos se unían los gobiernos de Gran Bretaña, dirigido por Tony Blair, España; José María Aznar e Italia de Silvio Berlusconi, que representaban la subordinación más extrema a las políticas emanadas de la Casa Blanca. Con ellos finalmente pudo desatar su guerra a partir de informes falsos creados con ese objetivo.
La referencia peyorativa por parte del ministro de la guerra de la mayor potencia mundial, considerada una aliada a ultranza de Europa, fue expresión del ideario unipolar que Estados Unidos comenzó a construir tras el ataque terrorista contra New York y Washington el 11 de septiembre de 2001. Algunos intelectuales como Francis Fukuyama y Robert Kagan se habían encargado de dar soporte teórico a esta aberración.
Europa se sintió ofendida, particularmente Alemania y Francia, que no consideraban necesario desatar una guerra que avizoraban como parte de la lógica de “…están con ellos o están con nosotros” que había sembrado como paradigma el presidente George W. Bush. Estos países comenzaron a vislumbrar que en el mundo unipolar, ellos también serían excluidos a pesar de que no tenían contradicciones fundamentales con la potencia norteamericana.
Francia (miembro de Consejo de Seguridad de la ONU) con el apoyo de Alemania quiso hacer prevalecer el trabajo de los inspectores de la ONU que estaban verificando la existencia o no de armas de destrucción masiva en el país árabe. En la OTAN, ambos países bloquearon la propuesta de Washington de que una vez desatada la guerra toda la organización se debía involucrar automáticamente en ella.
Más allá de tibias respuestas europeas que llegaron incluso a que el canciller federal alemán Gerhard Schröder recordara que el apellido Rumsfeld suena en oídos alemanes como “patán”, este hecho histórico puede considerarse como la inauguración de la actitud europea de ceder su soberanía a Estados Unidos y subordinarse casi absolutamente a su política exterior.
Fue el triunfo definitivo de los otanistas frente a los europeístas. Fue el funeral oficial de la doctrina de Gaulle que preconizaba una Francia independiente en materia de seguridad y de política exterior y la cesión de soberanía producida por la influencia de otras potencias. Fue –en definitiva- la muerte de Europa, en cuyo territorio se impuso desde entonces la voluntad de la OTAN que –recordémoslo- siempre tiene como jefe a un general de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
De Gaulle había llegado incluso a desmantelar en 1966 las bases estadounidenses de Francia y obligar el traslado de la sede central de la OTAN de París a Bruselas. Estados Unidos resintió en extremo tal decisión.
El Secretario de Estado Dean Rusk llegó a preguntarse si también se debían llevar los cadáveres de los soldados muertos y enterrados en Normandía. Como expresión del triunfo de la OTAN, el ex presidente Sarkozy se deslindó del pensamiento de quien consideraba su tutor político e incorporó a las fuerzas armadas francesas a la alianza militar.
A la luz de los hechos actuales –parafraseando a Rumsfeld- Europa ya no es solo vieja, ahora además es decrépita, decadente y en proceso de descomposición. Y no sólo su región occidental, la casi totalidad de ese bloque denominado Unión Europea -que permanece frágilmente pegado como lo demostró el reciente brexit- se ha incorporado a la denominación que el ex secretario de defensa de Estados Unidos le dio hace solo 17 años cuando parecía conservar algunos atisbos de dignidad y decencia.
Sin embargo, en años recientes y en los casos de Rusia, Medio Oriente y Venezuela, por citar algunos, Europa ha seguido ciegamente a Estados Unidos y ahora se encuentra en problemas de los que no sabe como salir al ser afectada de manera directa, mientras que el país norteamericano –que la ha usado como carnada- no sufre en carne propia la repercusión de sus acciones.
Las contra medidas rusas no afectan a Estados Unidos, si a Europa, generándose graves conflictos sobre todo con los productores agrícolas que han visto como se ha cerrado uno de sus principales mercados. Esto ha venido a agravar condiciones sumamente precarias en sus áreas rurales, en particular de los países del sur.
En España, el conflicto crece por los bajos precios que le pagan los intermediarios a los productores quienes junto a los dueños de las grandes cadenas de supermercados han configurado un oligopolio que vende al consumidor entre un 500 y un 700 por ciento más alto que el precio que se le paga al productor.
Por ejemplo la naranja es comprada a 0,15 euros el kilo al productor, mientras que al consumidor le cuesta más de un euro; el aceite de oliva lo pagan a 0,20 euros el litro pero lo venden a más de 2,50 euros.
Frente a esto el gobierno se ha mostrado incapaz de ofrecer soluciones. Mientras los productores agrícolas de Estados Unidos se ven favorecidos en año electoral por el acuerdo con China, a los de Europa se le han cerrado los mercados en cumplimiento de las sanciones que ha decidido Estados Unidos y que los gobiernos europeos acatan con sumisión.
Mientras tanto, Jean Pierre Chevènement, representante especial del gobierno de Francia para Rusia informó que las sanciones europeas “no impidieron el crecimiento de la economía rusa” al mismo tiempo que refutó la idea de que Rusia se encontraba aislada. En resumen, Estados Unidos sancionó a Rusia, Europa lo apoyó ciegamente y solo Europa es la afectada. No hay lógica que sostenga esta decisión.
Mientras eso ocurre el relator especial sobre la Extrema Pobreza y Derechos Humanos de la ONU, Philip Alston se vio obligado a realizar una visita a España para investigar la situación del país en cuanto al sistema de protección social para las personas en situación de pobreza, por lo que examinará especialmente áreas como la vivienda, la educación y la atención sanitaria.
Alston informó que: «España es la quinta economía más grande de Europa y, sin embargo, tiene unos niveles de pobreza sorprendentemente altos. Esto plantea verdaderas preguntas sobre quién se ha beneficiado del reciente crecimiento y quién se ha quedado atrás».
En otro ámbito, las guerras desatadas por la OTAN en Medio Oriente a fin de cumplir con los designios de Estados Unidos, han generado una ola interminable de migrantes que van a Europa que se ve amenazada por la desestabilización de sus servicios públicos ocasionando el embate de sectores racistas que encuentran en los migrantes las causas de sus problemas, cuando en realidad, ello no es más que la consecuencia de la guerra y la exclusión que los conflictos creados por la OTAN han producido en África y Medio Oriente.
En Venezuela, Europa y sobre todo España han perdido su tradicional capacidad de mediación al ponerse de lado de una de las partes en el conflicto interno del país. Al seguir sin reservas a Estados Unidos se suman al ridículo de vincularse con un gobierno que no existe como ha quedado claramente demostrado gracias a la solicitud de extradición que ha hecho el presidente de Colombia a quien no tiene a una senadora colombiana fugada de la cárcel en ese país y capturada en Venezuela.
Estas acciones y muchas otras son expresión de la desvergüenza de gobiernos de talante dependiente de un poder extranjero sembrando las bases de su propia autodestrucción. Quizá la manifestación más importante del proceso desintegrador es el Brexit, aunque por los aires que soplan, otros países están reflexionando acerca de seguir el camino señalado por Gran Bretaña, la cual tiene sus propios problemas internos, toda vez que tal decisión ha sido rechazada por Escocia e Irlanda que tienen profundos deseos independentistas.
Mientras eso ocurre, la opinión pública británica en el marco de su decadencia extrema está preocupada por las acciones de su excelsa monarquía, uno de cuyos miembros se entretenía con prostitutas de alcurnia que le proveía el proxeneta también de alcurnia Jeffrey Epstein condenado por tráfico y prostitución de menores y convenientemente suicidado en una cárcel de New York. Otro descendiente de la inútil reina de Inglaterra se cansó de la basura que envuelve a su familia y renunció a formar parte de la realeza. He ahí los hechos más relevantes acaecidos en las últimas semanas en la otrora primera potencia mundial del siglo XIX. ¿No son esos signos claros de decadencia?
En otro ámbito, la putrefacción europea se manifiesta en el abastecimiento continuo de armas al régimen saudí a fin de seguir desarrollando la genocida guerra en Yemen y el apoyo de Francia a la monarquía marroquí ocupante ilegal de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) poniendo de manifiesto que cuando priman intereses comerciales, la violación de derechos humanos pasa a un segundo plano o son sencillamente obviadas.
El colmo de la desfachatez viene dado por los desesperados intentos de los países europeos, en especial los del este por negar su historia. Así, magnifican la marginal presencia de Estados Unidos en la definición de la segunda guerra mundial, relegando a un segundo plano el decisivo papel de la Unión Soviética en la liberación de toda la Europa oriental al producir la derrota militar del nazi-fascismo. Los países bálticos, Polonia y Ucrania han llegado a tergiversar los hechos, desconociendo por ejemplo que fue el ejército rojo soviético el que liberó el campo de concentración de Auschwitz y con ellos a miles de judíos que corrían grave peligro de ser eliminados.
En esta misma semana, Alemania comienza a vivir el retorno del nazismo de la mano de Ángela Merkel y su partido, que hizo una coalición con los liberales y la ultra derecha fascista de “Alternativa para Alemania” a fin de obtener la victoria en el estado federado de Turingia, rompiendo la alianza que habían mantenido con la social democracia en los últimos años. Analistas especializados en Alemania comparan esta decisión con el nombramiento de Adolfo Hitler en 1933 por el presidente Paul Von Hindenburg.
Este resultado se viene a conjugar con el creciente extremismo de derecha que está permeando al Ejército alemán. Según Christof Gramm, jefe del Servicio de Contraespionaje Militar de ese país (MAD), la situación es alarmante toda vez que solo en 2019 se registraron 360 casos nuevos de extremismo entre los militares manifestando un problema que no deja de crecer.
Todo esto en unas fuerzas armadas que para fines de esta década tendrá un gasto militar que superará al de Rusia. Es como para preocuparse, considerando que este país fue el detonador de las dos grandes guerras del siglo XX.
En esa misma lógica, las élites europeas exaltan como gloriosa la colonización de África y América, regocijándose del genocidio producido en las dos regiones y ufanándose del robo continuado por más de tres siglos de sus riquezas naturales que permitió incrementar la riqueza -a niveles superlativos- de monarquías parásitas y oligarquías que aún hoy se mantienen en el poder y oligarquías que pudieron desarrollar sus países al entrar en el capitalismo industrial de la mano del saqueo, la rapiña y la piratería.
Al hacer un recuento, queda claramente demostrado que las guerras más bestiales de la historia se desarrollaron en territorio europeo por pueblos bárbaros que después constituyeron el germen de sus nacionalidades y que hasta nuestros días (en la guerra de los Balcanes) hicieron gala de su naturaleza salvaje y genocida.
Todo esto me lleva a preguntar si Europa puede seguir siendo un referente de algo, si puede seguir siendo árbitro neutral de algún conflicto, si puede dictar pautas de comportamiento en el sistema internacional. La respuesta es No. En el mundo de hoy para hablar con Europa, basta con ir a Washington. Lo demás es perder el tiempo.