La Liga parece mustia sin el futbolista que dirimía con el 10 una rivalidad ardiente, de la magnitud que mantuvieron Magic Johnson y Larry Bird, Coe y Ovett, Alí y Frazier, Federer y Nadal o Senna y Prost
Sin Cristiano, Messi cabalga solo en la Liga, con el ojo clínico de siempre y la habitual cuenta de goles. En su desempeño no hay novedades. Lo aprovecha el Barça, que ha ganado siete de los últimos 10 campeonatos y empieza a cocinar un nuevo título. No le faltan críticas y críticos. Recibe más goles de lo previsto y el juego, recurrente tema de debate en su hinchada, parece que no enamora como antes, aunque siempre resulta difícil ubicar ese antes. Se supone que es el imperial Barça de Guardiola. Cualquiera que sea la posición de la hinchada, siempre queda Messi para apagar polémicas y ganar partidos.
La relación de Messi con el Barça y con la Liga es impecable. No se puede decir lo mismo de su concurso en la selección argentina, el único equipo del mundo capaz de descender al quinto puesto al mejor jugador del mundo. Es una relación que nunca ha funcionado. No se trata de liderazgo, sino de puro fútbol. Nadie se ha esforzado tanto por acentuar su argentinidad como Leo Messi, como suele suceder con el temprano emigrante que nada desea más en esta vida que el reconocimiento del país que dejó.
Messi, nacido con todas las bendiciones del fútbol, no ha funcionado con la selección argentina, pero es un genio incomparable en el Barça, tanto en la edición actual como en las dos anteriores, el célebre equipo de Víctor Valdés, Alves, Puyol, Abidal, Xavi, Iniesta, Villa y Pedrito, o el inmediatamente anterior, con Belletti, Márquez, Van Bronckhorst, Edmilson, Van Bommel, Deco, Ronaldinho, Eto’o y Henry. Los mejores se mantuvieron a caballo de dos o tres épocas, caso de Piqué y Busquets ahora mismo, pero Messi ha presidido todas, evidencia que explica su capacidad de adaptación a cada época, cada entrenador y cada contingente de nuevos jugadores.
Con esta perspectiva se puede hablar de Messi como el producto más acabado de la escuela del Barça, pero con una dramática consecuencia: su talento se ha estructurado alrededor del sistema más cartesiano del mundo, junto a algunos de los jugadores más sutiles, inteligentes y brillantes que ha dado el fútbol. Xavi, Iniesta, Busquets y Piqué jamás han discutido la supremacía de Messi y, desde luego, se han aprovechado de su magisterio, pero su enorme categoría también se concretó en la selección española, donde su influencia definió al equipo que dominó el mundo. En cambio, Messi acudía solo a Argentina, entre sospechas y comparaciones desgastantes, para enrolarse en un equipo sin identidad, incapaz de plasmar una idea coherente del juego. Más que un equipo, Argentina ha sido un alboroto, escenario desolador para un matemático del fútbol.
Messi no desmaya en su producción, pero hay algo de soledad en su recorrido por la Liga, muy afectada por la ausencia de Cristiano Ronaldo. Nadie se atreve a discutir a Messi, cuya rivalidad con Cristiano elevó el prestigio de la Liga a cotas desconocidas. Está claro que la crisis del Real Madrid, incluido el desinterés de una hinchada que apenas congrega a 55.000 espectadores en el Bernabéu, se vincula con el ausente que le garantizaba 50 goles por temporada y un fanatismo que ahora no se ve por ningún lado.
También sufre la Liga. Parece mustia sin el futbolista que dirimía con Messi una rivalidad ardiente, de la magnitud que mantuvieron Magic Johnson y Larry Bird, Coe y Ovett, Alí y Frazier, Federer y Nadal o Senna y Prost. Es decir, una rivalidad que trasciende el deporte y lo eleva a una categoría diferente. La Liga ha disfrutado de nueve años grandiosos con Messi y Cristiano. Ya no. Cristiano se fue y Messi cabalga como siempre, pero un poco huérfano.