Tadeo Casteglione | Noticias PIA
* «El alto el fuego en el frente del Líbano es una derrota estratégica y humillante para el régimen sionista, que ni siquiera se acercó a sus objetivos y ambiciones satánicas», dijo el general Hosein Salami.
Con un cese al fuego impuesto desde Washington, Israel se retira del Líbano sin haber logrado ninguno de sus objetivos militares o estratégicos. El escenario es casi una copia calcada del desastre de 2006: destrucción masiva, miles de vidas afectadas y, al final, ni un solo avance que respalde las grandilocuentes afirmaciones de su liderazgo.
Un cese al fuego desde la debilidad
El alto el fuego acordado por Israel bajo la presión de Washington no es otra cosa que un reconocimiento tácito de su propia impotencia estratégica. En lugar de demostrar fortaleza o resolver las tensiones subyacentes, este cese al fuego refleja el fracaso de su política de agresión y su incapacidad para doblegar a la resistencia libanesa.
Desde el inicio de las hostilidades, quedó claro que los objetivos israelíes eran, como mínimo, desmesurados: destruir la infraestructura militar de Hezbolá, eliminar su capacidad de represalia y enviar un mensaje inequívoco de supremacía en la región. Sin embargo, la realidad en el terreno pintó un cuadro diametralmente opuesto.
A pesar de su abrumadora ventaja en términos de tecnología militar y el respaldo diplomático incondicional de los Estados Unidos y Europa, Israel se enfrentó a una resistencia altamente organizada, disciplinada y dispuesta a resistir hasta el final.
Este resultado no es casualidad. Desde 2006, Hezbolá ha perfeccionado sus tácticas de defensa y ataque asimétrico, adaptándose a los nuevos desafíos planteados por el ejército israelí. Cada ataque israelí, lejos de debilitar a la resistencia, ha servido como catalizador para el desarrollo de nuevas estrategias y la consolidación de su apoyo entre la población libanesa.
Mientras Israel apostaba por una campaña de destrucción masiva, Hezbolá se enfocaba en golpear puntos estratégicos de manera precisa, demostrando que su capacidad no solo permanece intacta, sino que también ha evolucionado. Las razones de fondo para este cese al fuego son múltiples y profundamente reveladoras. En primer lugar, Israel enfrenta una crisis interna sin precedentes. Con una sociedad cada vez más polarizada y un gobierno cuya legitimidad es cuestionada, tanto dentro como fuera del país, la prolongación del conflicto representaba un riesgo inaceptable.
Las imágenes de ciudades israelíes bajo constante ataque, la parálisis de la vida cotidiana en amplias regiones del país y el colapso temporal de su infraestructura económica y logística, plantearon preguntas incómodas para un liderazgo que prometía seguridad y estabilidad.
En segundo lugar, la comunidad internacional, aunque generalmente alineada con los intereses israelíes, comenzó a expresar preocupación por la escalada de violencia. La posibilidad de un conflicto más amplio, que involucrara a otros actores regionales como Irán y Siria, generó temores de una conflagración que podría desestabilizar aún más una región ya frágil. Bajo estas circunstancias, el cese al fuego ofreció a las potencias occidentales una salida conveniente para contener la crisis sin admitir abiertamente el fracaso de su aliado.
Por último, y quizás más importante, la propia dinámica del conflicto dejó al descubierto las vulnerabilidades del ejército israelí. La resistencia libanesa, lejos de ser el enemigo desorganizado y primitivo que a menudo proyectan los medios occidentales, demostró una capacidad impresionante para adaptarse y contraatacar. Las pérdidas materiales y humanas sufridas por Israel, aunque minimizadas oficialmente, representan un golpe significativo a su prestigio militar y su narrativa de invencibilidad.
Este cese al fuego, lejos de ser un logro diplomático, es un testimonio de los límites de la fuerza bruta y de la importancia de la resistencia estratégica. Mientras Israel intenta presentar la tregua como un «alto al fuego humanitario» o un movimiento calculado para preservar la estabilidad, la realidad es que fue obligado a aceptar términos que no estaban en su agenda inicial. En lugar de dictar las condiciones, Israel se encontró en la posición de suplicar una salida, una dinámica que socava su credibilidad tanto a nivel interno como internacional.
Con esto, el fracaso israelí se convierte en una lección irónica y amarga. A pesar de su arrogancia y su supuesta superioridad, se ve reducido a un actor reactivo, incapaz de controlar las variables en un conflicto que, paradójicamente, él mismo inició. El cese al fuego no es más que una pausa en una narrativa de derrota que continúa desarrollándose, una que refleja las profundas contradicciones y debilidades de una política exterior basada en la agresión y la ocupación.
Un Líbano en celebración
Mientras en Israel prevalece el silencio, la frustración y una dosis amarga de realidad, en el Líbano las banderas amarillas de Hezbolá llenan las calles. Manifestaciones multitudinarias en Beirut celebran lo que se considera una victoria clara contra un enemigo que se autodenomina imbatible. Los combatientes de Hezbolá lograron lo que muchos creían imposible: imponer un alto el fuego en términos de resistencia, no de sumisión.
El pasado «domingo negro» de Israel marcó un punto de inflexión. En ese día, más de 340 cohetes y varios drones suicidas lanzados por Hezbolá golpearon bases militares e instalaciones clave en Tel Aviv, Haifa y Safed. Cuatro millones de israelíes fueron obligados a refugiarse, el aeropuerto Ben Gurion cerró temporalmente y un incendio masivo dejó heridos y daños graves. La llegada de misiles de alta precisión al puerto de Ashdod y otros puntos estratégicos, como una base naval, demuestra que la resistencia libanesa no solo tiene alcance, sino también eficacia.
Además, esta victoria no solo es militar, sino también política y popular. Aunque el precio pagado ha sido alto, incluyendo el martirio de importantes líderes, como el mismísimo Hassan Nasrallah, la resistencia logró mantener en alto la soberanía del Líbano y la defensa del Eje de la Resistencia.
Este sacrificio reafirma la capacidad del Líbano para resistir la agresión sionista y consolidarse como un bastión de dignidad en una región plagada de injerencias externas. El espíritu de lucha y unidad entre los libaneses, independientemente de sus diferencias, ha demostrado ser un factor decisivo en la derrota del enemigo.
Propaganda y realidad
En un intento por maquillar una derrota evidente, los medios occidentales, bajo el auspicio del lobby sionista internacional, han desplegado una narrativa que busca distorsionar la realidad y ocultar el verdadero alcance del fracaso israelí en el Líbano.
Desde el inicio del conflicto, esta maquinaria mediática ha tratado de justificar las acciones de Israel, presentándolas como operaciones legítimas contra objetivos militares, mientras que los hechos sobre el terreno cuentan una historia completamente diferente.
El énfasis propagandístico ha sido minimizar la magnitud del daño infligido a la población civil libanesa, tergiversando las intenciones reales detrás de la ofensiva israelí. Los medios hegemónicos han repetido hasta el cansancio que los ataques eran «defensivos» o dirigidos exclusivamente contra «infraestructura terrorista».
Sin embargo, informes independientes y las declaraciones de observadores internacionales han demostrado que gran parte de la estrategia israelí se centró en aplicar el terror indiscriminado contra la población civil, destruyendo barrios completos, hospitales, escuelas y servicios esenciales. Incluso cuando las pruebas de crímenes de guerra se acumulan, los portavoces mediáticos de Occidente han continuado justificando estas acciones con el pretexto de la «seguridad nacional» israelí.
Las imágenes de niños heridos, familias desplazadas y ciudades reducidas a escombros han sido relegadas a notas al pie, mientras se amplifican las narrativas de un Israel «bajo amenaza existencial». Este enfoque no solo es moralmente reprobable, sino también un insulto a la inteligencia de las audiencias globales, que cada vez están más conscientes de las contradicciones en estos relatos.
Sin embargo, la maquinaria propagandística enfrenta ahora un desafío insuperable: los hechos son irrefutables. La resistencia libanesa, liderada por Hezbolá, no solo ha resistido la ofensiva, sino que también ha demostrado una capacidad operativa que ha dejado en evidencia las vulnerabilidades de Israel.
Los intentos de ocultar esta realidad han fracasado rotundamente, ya que las consecuencias de la guerra son demasiado evidentes para ser ignoradas. Además, la narrativa mediática ha quedado desacreditada al intentar encubrir el verdadero objetivo de Israel: desestabilizar al Líbano y romper el tejido social de la región.
Este objetivo, aunque nunca admitido públicamente, se hace evidente en la forma en que las operaciones se llevaron a cabo, con un enfoque claro en paralizar la vida cotidiana de los libaneses y destruir cualquier posibilidad de recuperación rápida.
Ahora, ante la evidencia de una derrota estrepitosa, los mismos medios que glorificaron las capacidades militares de Israel se ven obligados a reportar sobre un alto el fuego que simboliza su fracaso. Las justificaciones suenan vacías, y la disonancia entre la narrativa oficial y la realidad en el terreno es demasiado grande como para ser ignorada.
La realidad es que Israel no logró ninguno de sus objetivos estratégicos. Los intentos de debilitar a Hezbolá y sembrar el caos en el Líbano han resultado contraproducentes, fortaleciendo la unidad y la determinación de la resistencia. Por su parte, los medios occidentales han perdido aún más credibilidad al intentar encubrir lo que es, sin lugar a dudas, un episodio más en la serie de fracasos de la política exterior israelí en la región.
La derrota del «Ejército invencible»
El alto el fuego no solo pone fin a una ofensiva fallida, que en su principio se hablaba de la toma total de todo el río Litani, sino que también evidencia las limitaciones de un «ejército invencible» que parece incapaz de cumplir sus propios objetivos.
Declaraciones como las del general Hosein Salami, dirigidas al secretario general de Hezbolá, Sheij Naim Qasem, resumen el sentir generalizado: «El alto el fuego en el frente del Líbano es una derrota estratégica y humillante para el régimen sionista, que ni siquiera se acercó a sus objetivos y ambiciones satánicas».
La incapacidad de Israel para neutralizar la «amenaza de Hezbolá», a pesar de su superioridad tecnológica y apoyo internacional, refuerza la narrativa de que el tiempo juega en su contra. Como dijo el líder supremo de Irán, el Ayatolá Jameneí, «los crímenes del régimen sionista en Gaza y el Líbano, contrariamente a la voluntad de los criminales, fortalecerán e intensificarán la Resistencia».
El fracaso de Israel en su reciente ofensiva contra el Líbano refleja no solo las limitaciones de su estrategia militar, sino también las profundas contradicciones en su política exterior. Sin embargo, este cese al fuego no marca un cierre definitivo. La región sigue siendo un campo de tensiones, donde actores internacionales y locales rediseñan constantemente las dinámicas de poder.
La resistencia libanesa emerge fortalecida, mientras que Israel enfrenta un futuro incierto, atrapado entre sus propias crisis internas y el declive de su influencia en el escenario regional. En este contexto, el equilibrio de poder en Medio Oriente sigue siendo un enigma, cuya resolución dependerá de las decisiones que se tomen en los próximos capítulos de esta compleja historia.