Elizabeth Naranjo | Granma
La reciente designación de terroristas, por la administración estadounidense, a organizaciones narcotraficantes como el Tren de Aragua, Mara Salvatrucha, el cártel de Sinaloa, el de Jalisco Nueva Generación, Cárteles Unidos, el del Noreste, el del Golfo y la Nueva Familia Michoacana, viene acompañada, como treta al fin, de la argumentación de que «amenazan la seguridad nacional del país».
Esto unido a «hacer América grande otra vez» –la credencial del presidente Donald Trump– se suma al conjunto de maniobras que encienden las alarmas del mundo.
Las administraciones estadounidenses han sabido sacarle partido a cada denominación que les pase por la mente, y la etiqueta: de «terroristas» la utilizan mucho como medio de coerción política y justificación para una guerra o una intervención.
Cuando el Departamento de Estado de EE. UU. designa Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTO), y a individuos como Terroristas Globales Especialmente Designados (SDGT), activa su protocolo de imposición de severas sanciones, incluyendo la congelación de activos, la prohibición de viajar a Estados Unidos, y la criminalización del apoyo material a estos entes, según el sitio web de esa entidad gubernamental.
Ya lo hemos vivido en el pasado. El «cartelito» de terrorismo junta un sinnúmero de pretextos artificiales que se articularon para que Washington desatara la muerte en Afganistán, Irak y Siria, y en otros países.
«Si bien, legalmente esto no activa necesariamente una invasión o herramientas de guerra para combatirlos, sí le da el encuadre narrativo y político que acerca más esa posibilidad», la cual podrían desarrollar «con o sin esa designación de los carteles como terroristas, es una cuestión menos legal y más de decisión política, de fuerza». Así lo explicó el mexicano Carlos Matienzo, director de DataInt y experto en seguridad, citado por France 24.
Para la Casa Blanca, esta denominación les da «vía libre» para actuar con sus propias leyes, sin que les importe pasarles por encima al derecho internacional, a la soberanía de cualquier país; lo usan a su antojo, tal como lo sentenció el militar y filósofo alemán, Carl von Clausewitz, en su libro De la guerra. El conflicto lo utilizan no simplemente como «un acto político, sino como un verdadero instrumento político», filosofía que parece ser la biblia del imperialismo.
Por eso no faltó la respuesta de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, a tal denominación, la cual aclaró, en su habitual mañanera, que no fue consultada con su Gobierno: «es una violación a nuestra soberanía».
La historia es testigo de las ansias de expansión de la Casa Blanca y de sus métodos para desarrollarse. Solo hay que repasar lo acontecido para no tener que revivirlo.