Ángel Guerra Cabrera
Rusia “tiene que salir de Venezuela” y para conseguirlo “todas las opciones están sobre la mesa” declaró el presidente Donald Trump desde la Casa Blanca el miércoles 27 de marzo. A su lado, visitante de honor, la esposa del supertítere Juan Guaidó, el más lacayo y descolorido de la legión de lacayos del Grupo de Lima. Otra señal de que Estados Unidos, a consecuencia de su crisis de hegemonía, intenta restablecer la infame doctrina Monroe, como han reiterado varios de sus voceros oficiales.
Pero, ¿qué se puede esperar de Trump? Acaba de proclamar la soberanía de Israel sobre las ocupadas Alturas de Golán, territorio de Siria, hecho que subraya el desprecio por las leyes internacionales del magnate y la pandilla de maleantes a la que ha encargado la política exterior. Igual el ilegal reconocimiento que hizo de Jerusalén como capital del Estado sionista, el descarado golpe continuado y preparativos de intervención militar contra la República Bolivariana de Venezuela a plena luz del día y dirigidos a punta de tweets desde la Casa Blanca.
Sin olvidar la degradación al mínimo de las relaciones diplomáticas con Cuba y el recrudecimiento brutal del bloqueo luego de los modestos avances logrados en el segundo mandato de Obama. En ambos casos su gobierno ha pretendido justificarse mediante una catarata de mentiras y calumnias, como que la isla mantiene más de 20 mil soldados en Venezuela o los fantásticos ataques sónicos contra su personal diplomático en La Habana.
Mal que bien, la relativa observancia de la legalidad en el sistema internacional con posterioridad a la fundación de la ONU en 1945 permitió mantener ciertos equilibrios y previsibilidad de los acontecimientos. Había guerras de agresión genocidas como en Vietnam o la larga campaña terrorista contra Cuba después del fracaso de la invasión por Playa Girón. No es nuevo que Estados Unidos pisotee el derecho internacional. Siempre lo ha hecho, pero había ciertos límites, líneas rojas como se dice últimamente, que ninguna de las grandes potencias cruzaba.
Ahora Estados Unidos aplica pura la ley de la selva en las relaciones internacionales. Washington comenzó a violar de manera cada vez más impúdica no solo las leyes internacionales, sino sus propias Constitución y leyes desde Ronald Reagan, con su sangrienta intervención en los conflictos centroamericanos y el desencadenamiento de una guerra mercenaria contra la Nicaragua sandinista, origen del mayúsculo escándalo Irán-Contras. Esa conducta se incrementó con las administraciones posteriores, tal vez una relativa pausa durante el período de James Carter. Pero fue retomada por Bush padre, Clinton, Busch hijo y Obama. Justo a partir de este, además de la continuidad de las intervenciones militares directas, con “botas en el terreno”, como en Irak y Afganistán, o más enmascaradas como en Libia y Somalia, aumentaron considerablemente los asesinatos con drones, las operaciones con grupos de operaciones especiales y cobraron auge los cambios de régimen mediante el uso de los llamados golpes blandos o suaves. Un ilustrativo ejemplo de esto fueron las denominadas revoluciones de colores y el golpe de Estado en Ucrania, concebido en realidad para imponer un gobierno vasallo, que expulsara a la flota rusa del Mar Negro del puerto de Sebastopol y, al servicio de la OTAN, erigiera una grave amenaza a ese importante flanco defensivo de Rusia.
Así como se enarboló por George W, Bush el Eje del Mal (integrado por Corea del Norte, Irak e Irán) para justificar la llamada guerra contra el terrorismo, recientemente el consejero de seguridad nacional y neocon John Bolton habló de “una troika de la tiranía” en referencia a Venezuela, Cuba y Nicaragua, aunque por lo menos una fuente de la Casa Blanca afirma que también Bolivia está incluida no obstante no haber sido mencionada en aquel momento. Más tarde, en un discurso electoralista en Miami, Trump, con su ignorancia enciclopédica aseveró: «Cuando Venezuela, Cuba y Nicaragua sean libres, este será el primer hemisferio libre (de socialismo) en toda la historia de la humanidad”. Recuérdese que Bernie Sanders y varios diputados demócratas se reivindican como socialistas.
¿Basado en qué principio legal o moral puede Trump decir que Rusia se tiene que ir de Venezuela? Solo pensando en el uso de la fuerza tendría sentido práctico semejante declaración, porque Rusia y Venezuela tienen derecho como estados soberanos miembros de la ONU a mantener acuerdos de suministro de armas y cooperación militar.
Por cierto, acuerdos que pronto cumplirán dos décadas. Nadie se los puede prohibir. Mucho menos cuando Washington practica una guerra contra Caracas en prácticamente todas las esferas vitales para la subsistencia de una sociedad y un estado, como son los sabotajes contra su sistema energético y, encima la amenaza con una inminente intervención militar, a la vez que observa una actitud cada vez más hostil hacia Moscú, que considera al país bolivariano su aliado estratégico.
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