Tupac Amaru y Micaela Bastidas

Fernando Bossi Rojas | Portal Alba

José Gabriel Condorcanqui Noguera era su verdadero nombre. Pero por Tupac Amaru lo conocerá su pueblo y la historia. Su tatarabuela era hija del último Inca de Vilcabamba, que se llamaba Túpac Amaru, de ahí su nombre de guerra. Su antepasado, por desobedecer y levantarse contra el mando de los conquistadores fue ahorcado y decapitado en el Cusco.

Comerciante próspero, cacique de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, José Gabriel se había educado en el Convento de San Francisco de Borja. Dominaba el quechua, obvio, el castellano y el latín. Había leído los Comentarios Reales del Inca Garcilazo y la Biblia, como también textos de la ilustración que circulaban clandestinamente. Para esa época podríamos afirmar que José Gabriel poseía una interesante formación.

En 1780, junto a su esposa Micaela Bastida, condujo la insurrección indígena y popular más importante de nuestro continente en el Siglo XVIII, dando comienzo a la gran ofensiva anticolonialista que décadas más tarde culminará en las independencias políticas de los diferentes países del sur del continente.

Si bien la base social del movimiento fue el pueblo indígena (quechua y aymara), su convocatoria incluía a mestizos, mulatos, negros y criollos pobres. Entre los puntos del programa figuraban, por ejemplo, la supresión de la mita en minas y obrajes, la liberación de los esclavos, la suspensión de los tributos indígenas, la eliminación de la encomienda, entre otros de similares características.

La mayoría de las fuentes indican que cerca de cien mil indígenas se levantaron en armas junto a Tupac Amaru y Micaela Bastidas, impactando geográficamente desde el sur de la actual Colombia hasta el norte de los actuales Chile y Argentina. Una vasta región que comprende los Andes Centrales.

El momento culminante de la gran gesta fue la batalla de Sangarará, donde los insurrectos derrotaron al ejército colonialista dando la sensación que ya nada podía impedir que el Cusco cayera en manos de los tupamaristas.

Parece que Micaela había aconsejado a Túpac para que se procediera sin demora en esa dirección, pero el líder decidió no hacerlo, tal vez por precaución o vaya a saber porqué motivo. Lo cierto es que esa indecisión dio tiempo a los españoles para rearmarse, sumando a sus fuerzas un elemento que será desequilibrante para definir la confrontación: la incorporación de indígenas en las fuerzas represivas.

Los caciques Choquehuanca, Rosas, Pumacahua y otros, fueron los que aportaron los mayores contingentes indígenas a las fuerzas colonialistas. Así, desuniendo la causa popular, los traidores nativos brindaron un enorme favor a las fuerzas opresoras. Tupac Amaru y parte de su estado mayor quedaron confundidos y tras ser derrotados en la batalla de Checacupe cayeron prisioneros.

La táctica de los opresores fue que los indios pelearan entre sí, con el objetivo de que se desmoralizaran y perdieran el objetivo de la lucha. Sin duda lo consiguieron. El castigo a los revolucionarios fue dantesco. El 18 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas de Cusco, Tupac Amaru, Micaela Bastidas, familiares de estos y sus principales jefes fueron ejecutados.

A José Gabriel le cortaron la lengua y luego sufrió el martirio al ser atado por sus extremidades a cuatro caballos que empujaban hacia diferentes direcciones. Su cuerpo fue descuartizado y repartido en pedazos para ser exhibidos en los distintos pueblos donde se desarrolló la insurrección.

Dice el Mito de Inkarri (Inca Rey) que abajo de la tierra las partes del cuerpo del Inca sacrificado (el primero y segundo Túpac Amaru), se están reconstituyendo. Y dice también el Mito que más temprano que tarde volverá a renacer desde la tierra, desde lo profundo de la tierra, para enfrentar nuevamente a los explotadores y traidores.

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