Una arremetida neoliberal usando mecanismos de supuesta justicia en manos de corruptos; la falta de unidad en una parte de la izquierda latinoamericana; componente mediático no despreciable, y sin descartar la asesoría y penetración de quienes desde EEUU y otros centros de poder apuestan por el derrumbe de gobiernos y líderes populares y de izquierda, ejemplifican la actualidad en una parte de nuestro continente.
En la década de los años 70 fue la Operación Cóndor, organizada por la CIA y el gobierno de Estados Unidos, la forma usada para implantar dictaduras militares en las naciones de América del Sur.
Los gobiernos democráticos de entonces fueron derribados y los partidos políticos de izquierda, acostumbrados históricamente a luchar desde la oposición, no lograron cerrar filas y enfrentar unidos la avalancha fascista que se impuso y que dejó miles de muertos y desaparecidos.
Demoró varias décadas para que volvieran a florecer gobiernos populares, que por la vía de las urnas llegaron hasta la cima que hay que defender cada día, construyendo desde la base estructuras de poder democráticas con participación popular.
Era una nueva oportunidad para que la izquierda, con una autocrítica a tiempo, recompusiera su manera de hacer política y edificara las tan necesarias trincheras de ideas, bien cimentadas a partir de la imprescindible unidad y sin coqueteo alguno con los enemigos, creadores y ejecutores de la Operación Cóndor, con sus nuevos proyectos neoliberales y de guerras de baja intensidad.
Había que tener presente aquello que desde la cárcel de Curitiba, en junio pasado, respondió a este periodista Luiz Inácio Lula da Silva: «las élites de la región están tratando de imponer un modelo donde el juego democrático solo vale cuando ellos vencen, lo que es claro, no es democracia».
«Vamos a necesitar mucha organización para volver a tener un gobierno popular, con soberanía, inclusión social y desarrollo económico en Brasil», advertía entonces el líder del Partido de los Trabajadores (PT).
Hoy la realidad es más que evidente y las adversidades políticas en gobiernos populares y de izquierda, establecidos y ahora sacados del poder, tienen altos componentes de falta de trabajo político, escasa proyección a la hora de elaborar planes, donde no solo se acuda a la lucha por las conquistas materiales en lo inmediato, sino a crear conciencia de trabajo, de lucha, de resistencia. Y, sobre todo, de unidad.
El poder en sí, requiere de algo más. Hay que saber cuánto daño hacen los grandes medios, locales e internacionales, en manos de oligarquías y bien pagados por quienes los tienen de aliados.
Saber usar los medios y las tecnologías de la comunicación en esta época es un arma valiosa que la izquierda y los movimientos populares no se pueden dejar arrebatar, a la vez que saber construir sus propias plataformas mediáticas, avaladas siempre por la verdad y con apego al pueblo.
Al respecto traigo a colación las respuestas de otro gran brasileño, el teólogo e intelectual, Frei Betto, a quien entrevisté sobre este mismo tema: ¿Qué ha pasado en Brasil?, le pregunté. Su respuesta: «No haber trabajado mejor la formación política del pueblo, fortalecer sus movimientos y promover la democratización de los medios de comunicación. Hemos creado una nación de consumistas y no de protagonistas políticos».
La tribuna actual de la derecha latinoamericana y sus patrocinadores desde Washington, utiliza con toda fuerza la llamada «justicia», aunque esté en manos de corruptos, para perseguir y apresar a líderes populares, como es el caso de Lula, a quien sacaron totalmente de las recientes elecciones, pues sabían que de acudir a los comicios resultaría vencedor absoluto.
La derecha y EEUU lograron lo previsto: sacar a Lula de las elecciones y de la posibilidad de volver a gobernar el país.
En Argentina, una vez instalado el gobierno neoliberal de Mauricio Macri, los dardos de la injusticia se lanzan ahora contra Cristina Fernández, en este caso para sacarla de la vida política y excluirla de toda posibilidad de regresar a la presidencia en las elecciones del 2019.
Ecuador también está sufriendo la envestida antipopular y una vez que Rafael Correa se alejó de la posibilidad real de una reelección como Presidente por su gran arraigo popular y la obra llevada adelante, la matriz impuesta no solo está dirigida contra el propio Correa, al que se trata de denigrar y hasta juzgar por hechos no comprobados; sino que se aprecia una clara regresión en el orden social, político e internacional, y se saca al país de los mecanismos de integración regional, tan necesarios y que han sido verdaderas victorias para los pueblos latinoamericanos.
Otros gobiernos progresistas como el de Bolivia y Nicaragua, también son amenazados por el nuevo Plan Cóndor neoliberal y se usan estratégicamente gobiernos de derecha de la región, servidores a tiempo completo a lo que se dicta desde Washington.
En Venezuela, la guerra económica, las amenazas militares, los planes desestabilizadores y otros, han chocado con otra verdad, la de un pueblo consciente de lo que pretenden los enemigos, y que ha convertido la resistencia en bandera de lucha, bajo la conducción de un gobierno firme, de unidad cívico-militar, y dispuesto a no ceder ante los embates externos.