Un debate demencial y antidemocrático

Stephen Sefton

El 27 de junio en Atlanta, Georgia, se practicó un chiste de mal gusto humillante al pueblo estadounidense. Un criminal genocida demente y un criminal genocida cuerdo, se presentaron al banquillo de la opinión pública esperando ser tomados en serio como candidatos presidenciales en lo que fue de manera indiscutible una parodia mediática.

Así fue el debate presidencial entre el presidente de Estados Unidos Joe Biden, conocido como “Somnoliento Joe” por motivo de sus repetidos episodios de aparecer distraído e incoherente, y el expresidente Donald Trump, notorio por sus habituales y exageradas mentiras. Ambos apoyan sin reservas el genocidio sionista contra el pueblo palestino. Por supuesto, porque ambos son leales socios de las avaras élites reaccionarias que siempre han dominado su nación.

El debate entre Joe Biden y Donald Trump fue otra prueba de la verdad perfilada por Henry Wallace, el vicepresidente de Franklin Roosevelt en abril 1944. Wallace escribió: “El fascista americano preferiría no usar la violencia. Su método es envenenar los canales de la información pública”. Desde ese entonces, los medios de comunicación en Estados Unidos se han abusado progresivamente más hasta llegar a ser un mecanismo de casi pura guerra psicológica contra el pueblo norteamericano.

El contenido del debate presidencial del 27 de junio, reflejaba fielmente las falsas creencias y mitos de la libertad, la democracia y la bondad de libre mercado que siempre se han desplegado para mantener la mayoría de la población estadounidense mansa e impotente ante el permanente asalto de las clases gobernantes en su contra.

En realidad, Estados Unidos es un país construido sobre la sangre y huesos de decenas de millones de personas de los pueblos originarios masacrados, de los millones de esclavos traídos como mercancía humana de África y de las poblaciones extranjeras víctimas de las interminables aventuras imperialistas yanquis.

Se construía también con la estupenda riqueza extraída del sudor mal pagado y sufrimiento humano de millones de obreras y obreros y apropiada por las élites norteamericanas para consolidar su poder político y económico. Son notorios los escandalosos niveles de desigualdad en Estados Unidos. En términos políticos, desde hace muchos años ha sido prácticamente imposible para una persona ser elegida al Senado del Congreso estadounidense sin tener un respaldo multimillonario.

Las personas que son elegidas al Congreso pasan la gran mayoría de su tiempo, no en escuchar las aspiraciones y necesidades de la población que supuestamente representan, sino en la recaudación de fondos entre las élites empresariales para sus campañas electorales. Se trata de la misma unión entre el poder político y el poder corporativo predicada por Benito Mussolini como el ideal de su estado fascista.

Las élites políticas y empresariales norteamericanas nombran a quienes serán los candidatos presidenciales y la única diferencia para las y los votantes es cuál sabor prefieren entre las dos opciones antidemocráticas que se les ofrecen. Puede haber diferencias eventuales sobre diversos temas sociales y culturales, pero no hay diferencia alguna en su apoyo total a la guerra de clase de las élites contra la mayoría de su población o su constante asalto neocolonial e imperialista contra el mundo mayoritario.

El intercambio televisado entre Biden y Trump reflejaba esta realidad estructural antidemocrática. Su absurdo formato de intervenciones truncadas hizo imposible el desarrollo de argumentos coherentes, que podrían haber permitido de manera democrática a los oyentes formular una opinión justa de lo que cada protagonista decía. El formato favorecía a la personalidad superficial, oportunista y descarada de Donald Trump, mientras Joe Biden se proyectó como distraído, débil e incoherente.

La realidad fundamental norteamericana es que durante más de treinta años no se ha invertido adecuadamente en la capacidad productiva nacional. Se combina este hecho indiscutible con el declive poblacional que hace imposible mantener el número de la población económicamente activa, necesaria para sostener el crecimiento económico.

Ambos hechos significan que, sin la migración hacia Estados Unidos, su economía estaría en una crisis permanente por motivo de la falta de inversión productiva, la falta de mano de obra y una consecuente crónica baja productividad. Ha sido esencial la migración hacia Estados Unidos para rescatar la economía norteamericana de un colapso en su PIB desde la gran recesión de 2008 y sus secuelas.

El economista Michael Roberts argumenta que ahora, para sostener aun un muy modesto nivel de crecimiento de PIB de dos por ciento para los próximos años en Estados Unidos, se requiere un aumento poblacional de 0.5% al año y un aumento de la productividad de 1.5%. Solo la migración puede asegurar ese aumento poblacional. Sin embargo, el debate presidencial trató el tema clave de la migración con una grotesca ignorancia y un repugnante sesgo racista.

Aun con la imprescindible necesidad de la migración para mantener el nivel de mano de obra necesaria para sostener la prosperidad de la población norteamericana, la economía enfrenta problemas insuperables para el sistema capitalista neoliberal. No hay suficiente inversión para garantizar mayor productividad, porque el declive de la tasa de ganancia para las empresas durante los últimos cincuenta años ha caído progresivamente de una manera que el sistema capitalista occidental no puede revertir.

Sin embargo, tanto Joe Biden como Donald Trump insisten en que van a recortar los niveles de migración y van a seguir promoviendo las mismas políticas económicas, monetarias y tributarias contraproducentes, cuando se ha demostrado que éstas ya no pueden resolver los problemas estructurales de la economía nacional.

La irrelevancia del debate fue evidente no solamente en relación a la economía norteamericana sino en todos los temas de importancia nacional. Joe Biden y Donald Trump afirmaron su preocupación para proteger los sistemas de Seguridad Social y de ayuda médica para los sectores más vulnerables.

En realidad, ambos, Biden y Trump, trabajan con las y los fanáticos neoliberales en sus respectivos partidos para destruir esa mínima red de seguridad para la gente empobrecida y las y los adultos mayores bajo el mentiroso pretexto de que no hay dinero para financiarla. Pero se gastan cientos de miles de millones de dólares para atacar a Rusia en Ucrania, amenazar a China sobre Taiwán y apoyar las masacres sionistas del pueblo palestino.

Donald Trump aseveró que él habría evitado el conflicto en Ucrania, cuando él sabe muy bien el fracaso de la política exterior de su presidencia. Bajo todas las administraciones de gobierno en Estados Unidos, siempre hay dinero para promover conflictos en ultramar en beneficio de su sector industrial-militar, pero nunca hay dinero para garantizar la gratuidad de un digno sistema de salud pública o un sistema de educación pública de calidad.

Mientras en el debate se intercambiaron mentiras grandilocuentes sobre la política exterior, se ignoraban por completo los crecientes niveles de pobreza y la obscena desigualdad en Estados Unidos. Ni Donald Trump ni Joe Biden mencionaron el tema de los millones de personas viviendo en la calle. Prefirieron hablar de sus respectivos handicaps de golf.

Mientras Donald Trump intentó en vano justificar la catástrofe de su manejo de la pandemia del Covid-19, Joe Biden intentó hacer creer que su gobierno había promovido políticas eficaces para combatir el cambio climático. Todo el mundo sabe que cientos de miles de personas murieron en Estados Unidos por la corrupción e incompetencia de su sistema de salud pública y la irresponsabilidad del gobierno.

En relación al medio ambiente, ni Biden ni Trump tienen la menor idea de cómo van a manejar la creciente crisis del suministro de agua potable a las poblaciones urbanas del país, pero es seguro que ambos garantizarían las ganancias de las empresas petroleras que siguen contaminando el manto freático con la extracción de hidrocarburos por medio del proceso de la fracturación hidráulica.

Aun entre toda la acostumbrada hipocresía y el arraigado cinismo de la vida política en Norteamérica, el debate presidencial del pasado 27 de junio marcó un nuevo mínimo ignominioso. Algunos comentaristas plantean que el debate fue planeado de manera maquiavélica para poder usar el predecible fracaso de la presentación de Joe Biden como pretexto para removerlo como el candidato ya seleccionado del partido Demócrata en las elecciones presidenciales de noviembre.

Esto permitiría sustituir como candidato a otra persona más joven, sin el bagaje desventajoso del corrupto Joe Biden y su delincuente hijo Hunter Biden, para así aumentar la posibilidad de vencer a Donald Trump este año. La verdad es que a nivel nacional ningún candidato impuesto por la élite gobernante del país va a implementar políticas capaces de reparar el fracaso de la economía tal como lo experimenta la mayoría de la población. El falso circo electoral estadounidense no ofrece ninguna esperanza.

No va a conducir a un nuevo gobierno capaz de corregir la falta de poder de compra de las familias, la precariedad de empleo, el costo de la atención médica y la educación universitaria, la inaccesibilidad a la vivienda y el deterioro ambiental que afectan de manera negativa a la enorme mayoría de las familias en Estados Unidos.

A nivel internacional, las y los dirigentes estadounidenses no llegan ni a los talones de líderes de la talla de Vladimir Putin, de la Federación Rusa o Xi Jinping, de la República Popular, ni moral ni intelectualmente.El patético teatro del debate entre Biden y Trump deja claro que China. Estados Unidos tiene una crisis de liderazgo irremediable. La farsa de sus elecciones antidemocráticas este próximo noviembre solo va a resaltar todavía más que el sistema político de Estados Unidos es, de manera irreparable, antidemocrático y disfuncional.

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