Elson Concepción Pérez | Granma
La Novena Cumbre de las Américas, convocada para la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, del 8 al 10 de junio ha sido manipulada y politizada por sus anfitriones, esos que hablan de democracia y mutilan la participación de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Sería suficiente con constatar que la OEA y su secretario general, Luis Almagro, forman parte del proceso organizador de las Cumbres de las Américas, para dudar del objetivo de estas.
Meditemos sobre las supuestas responsabilidades y mandatos que se otorga la institución, como el de «fortalecimiento de la libertad de expresión y pensamiento, como derecho humano fundamental».
Es decir, corresponde a la OEA «medir» el cumplimiento de estos preceptos, siempre usando para ello el «medidor» fabricado por EEUU, libertad de expresión y derechos humanos a su estilo. Esa es la regla, aunque todos los que asistan a la Cumbre de las Américas lleven abultados dossiers con las miles de denuncias de cada año, por las más salvajes violaciones de los derechos humanos en el país que se declara paradigma del respeto a estos.
Otra tarea de la OEA es «promover una mayor participación de la sociedad civil en la toma de decisiones en todos los niveles del gobierno». En este caso se trata de que Almagro, junto a congresistas estadounidenses y mafiosos asentados en Miami, entreguen su lista y reciban el dinero y la invitación del Gobierno de ese país, en muchos casos para cumplir su papel de mercenarios contra Estados de América Latina, libres e independientes, que no responden genuflexos a las ambiciones de Washington.
También la OEA debe velar, de cara a la Cumbre de las Américas, por «promover una cultura democrática». Ejemplos de lo contrario sobran: la organización del golpe de Estado en Bolivia, no reconocer a gobiernos elegidos directamente por el pueblo en comicios libres y democráticos, como ha ocurrido con Venezuela y Nicaragua, e, incluso, reconocer a Juan Guaidó, un fantoche venezolano que se autoproclamó presidente interino, en franca violación de las leyes del país y en desafío a la comunidad internacional, de las peores fabricaciones de Estados Unidos.
Por cierto, ahora, en torno a Nicaragua, Almagro y la OEA han emprendido una feroz campaña con guion del Departamento de Estado, para desviar el foco de atención de condena a la desprestigiada institución y centrar sus ataques contra la decisión soberana del Gobierno sandinista, de confiscar el local donde radicaba la organización, y crear allí un museo de la infamia.
La 9na. Cumbre de las Américas, convocada para la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, del 8 al 10 de junio, tiene como propósito –según documento de la Casa Blanca– «hacer avanzar los objetivos comunes del hemisferio occidental». Por supuesto, no develan cuáles son esos objetivos que Washington llama «comunes», y, como novedad, dice «nuestros vecinos» más cercanos, cuando siempre nos ha soñado como su patio trasero.
En el propio documento aparece una agenda de debate con puntos como: un futuro ecológico y energía limpia, prosperidad económica, gobernanza democrática, recuperación y resiliencia ante la pandemia de la COVID-19 y migración.
Hasta ahí, pareciera que la cita tendría una importancia marcada y que, entre «todos», pudieran hacerse aportes y buscarse soluciones para materializar una aspiración que aún hoy es pura quimera.
Pero esta Cumbre ha nacido torcida. Ha sido manipulada y politizada por sus anfitriones, esos que hablan de democracia y mutilan la participación de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, por el solo hecho de que no comulgan con los criterios –o mentiras– del Gobierno de EEUU en ese y otros temas.
Una sola pregunta quizá –de responderse debidamente– explique la burda manipulación de esta administración de no invitar a tres países soberanos de América Latina: ¿cómo debatir sobre la COVID-19 excluyendo a Cuba? Acaso olvida Joe Biden que, mientras Estados Unidos es el país con más infestados (81,1 millones) y fallecidos (991 000), y donde peor se combatió la pandemia en el mundo, Cuba, extremadamente bloqueada, ha controlado la enfermedad y sus científicos fueron capaces de elaborar cinco vacunas –tres aprobadas y dos aún en estudio–, aplicadas en nuestro país y en otros, con probada eficacia.
En tanto, las grandes farmacéuticas estadounidenses han convertido sus vacunas en un negocio lucrativo de acceso vedado para las más empobrecidas naciones del planeta.
Olvidan los organizadores de la Cumbre de las Américas que Cuba, además, aportó, en otras decenas de naciones, la experiencia y el trabajo solidario de sus profesionales de la Salud que no regresaron a la Patria hasta que, con su ayuda, se lograra el control de la pandemia.
¿De qué experiencia médica puede hablar el Gobierno de Estados Unidos? Fue esa misma administración la que, en el peor pico de la pandemia en Cuba, aludiendo a las leyes del bloqueo, no permitió que nuestra Isla adquiriera componentes básicos, tanto para la elaboración de las vacunas y otros medicamentos, como equipos necesarios para hacer frente a la enfermedad, sobre todo, en la atención a los enfermos en las salas de terapia.