Unidad para la paz y la convivencia

Vicente Verdaguer

Un artículo publicado en agosto de 2017 por el diario digital costarricense «El caminante del Sur», bajo el título «San José, la capital más fea del continente», culpa a los nicaragüenses de ser la causa. En ese artículo se lee: «San José, capital de Costa Rica, es una ciudad sucia, maloliente, llena de indigentes, borrachos, vendedores ambulantes en su mayoría nicaragüenses indocumentados».

Es fácil culpar a los nicaragüenses del deterioro que el hermano país del sur ha tenido en los últimos años, para ocultar las verdaderas causas. ¿Por qué quedarse con vista corta y no comprender que este mal es uno que desde hace ya varios años viene en expansión en todo el planeta, producto de la desvalorización humana inyectada por el neoliberalismo en la sociedad, marco del desarrollo de un consumismo que atenta contra la vida en todas sus formas?

El escritor uruguayo Eduardo Galeano lo explica muy bien: «Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que dios».
Nicaragua ha sido un país que en los últimos once años ha querido enfrentar esta realidad decadente en pleno desarrollo, y lo ha hecho construyendo un modelo de país diferente, incluso conviviendo con la inevitable estructura que impulsa el mal. Ese esfuerzo nos ha evitado caer en las garras de muchos males que se derivan de esa modernidad consumista de muerte. Una de esas garras es el de la narcoactividad, reducida en Nicaragua considerablemente.

El negocio de la droga en nada nos beneficia a los centroamericanos y en cambio sí a Colombia, el productor y transportista, y a Estados Unidos, el gran consumidor. Ellos son los que obtienen grandes utilidades. La participación nuestra es como puente de tránsito de la droga que tiene como principal objetivo llegar a Estados Unidos, pero en su paso por Centroamérica, esa droga nos deja la infección en nuestros barrios y ciudades con suficientes migajas para envenenarnos con esa droga producida lejos, dejándonos también la consecuencia del crimen organizado y todo el daño que en seguridad ciudadana se desprende del fenómeno

El país más seguro de la región

Pero a pesar de eso, Nicaragua ha sido el país menos contaminado de la región por este flagelo, gracias al extraordinario trabajo realizado por la Policía Nacional, el Ejército y todas las fuerzas de control que se unen en la lucha contra el narcotráfico. Somos el único país que no posee carteles de la droga operando internamente. Estos carteles en cambio sí operan con extraña y sobrada libertad en Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Panamá.

Es bien interesante –pero no es casualidad– que Nicaragua, a pesar de haber vivido varias décadas en conflictos armados, y de haber sido arrastrada a la pobreza por la guerra y sanciones impuestas por Estados Unidos en los años 80, se haya convertido en un país con excelentes valoraciones de organizaciones internacionales que miden estas variables, como «país de paz», «crecimiento económico continuo» y «país seguro», que ha contrastado con la realidad de nuestros vecinos, lo cual no deja de causar envidia más allá de nuestras fronteras.

Para demostrar la diferencia a favor de Nicaragua, hay datos fáciles de constatar en la web para quienes quieran hacerlo. Por ejemplo, en los últimos 15 años Honduras ha acumulado más de 70 periodistas asesinados, más de 150 abogados defensores sociales asesinados, más de 120 ambientalistas asesinados, y números parecidos tienen El Salvador y Guatemala. En cambio Nicaragua sólo tiene al periodista Ángel Gahona asesinado y ningún asesinato de defensores sociales ni ambientalistas.
Nicaragua ha vivido en un clima de tranquilidad, principalmente antes de la aventura emprendida en abril, en cambio los países vecinos que he citado anteriormente han estado sufriendo desde hace muchos años: extorsión y diversos crímenes por parte de las maras, así como acciones terribles del crimen organizado como ejecuciones en las calles, sicariato, etc.

Hay sicariato incluso en Costa Rica, un país que permite que narcotraficantes y crimen organizado ejerzan control sobre vastas áreas en la propia capital San José, donde la Policía ni siquiera puede entrar, como es el caso de la llamaba «Tierra Dominicana», centro de droga, prostitución y crimen que existe desde hace más de 20 años y que de un tiempo a la fecha ha pasado a ser controlado por narcotraficantes mucho más peligrosos, de origen colombiano. La OIJ costarricense lamentaba en mayo de 2017 el crecimiento anual de homicidios a 12 por cada 100 mil habitantes, mientras en septiembre del mismo año, Nicaragua presentaba datos de 6 homicidios por cada 100 mil habitantes.

Volver a la convivencia

Lo cierto es que aún si tomáramos como ciertos todos los defectos que la gran propaganda pro gringa le adjunta a Daniel Ortega, en los años de su gobierno, Nicaragua ha sido un país del que todos deberíamos sentirnos orgullosos y cuidarlo.

La población no debió creer en el grupo de aventureros y farsantes de la política, que estúpidamente pensaron que mandando a los ingenuos a incendiar el país, Daniel Ortega iba a salir huyendo. Fíjense: ahora la mayoría de ellos disfruta de hoteles y de viajes mientras los ingenuos embaucados pagan en la cárcel por los crímenes que aquellos los impulsaron a cometer.

No era necesario destruir Nicaragua. El diálogo que actualmente se da entre oposición y gobierno debió ser la solución desde junio, cuando la impertinencia de un muchachito, que seguía instrucciones de extremistas, volvió non nato aquel intento de diálogo. ¡Cuánta destrucción, daño económico, odio, gente presa o huyendo, y muertos le hubiera ahorrado a la patria, si hubieran sido menos dañinos!

Es hora de enmendar los errores. Es hora de tratar de volver al camino de convivencia, paz, seguridad, crecimiento económico, reducción de pobreza que teníamos antes. Costa Rica nos seguirá culpando, y el mundo también. Nos señalará si no salimos de estos ciclos autodestructivos cuanto antes. Recordemos siempre que es del árbol caído que los oportunistas sacan leña.

Es hora de que los nicaragüenses que amamos este país, nos unamos para reconstruir el daño que se ha venido acumulando por odios, venganzas e intereses extranjeros a lo largo de muchísimos años.

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