Fabrizio Casari
Los resultados de las elecciones europeas, aunque indicaron un malestar generalizado entre los votantes, permitieron sin embargo mantener el equilibrio político de la configuración anterior. Así, se confirmó a Ursula Von der Layen al frente de la Comisión y al bloque de socialistas, populares y liberales como apoyo parlamentario.
La ampliación de este bloque a la derecha hacia los Conservadores se ha desvanecido: la polémica tras la investigación periodística que sacó a la luz el antisemitismo, el racismo y la nostalgia fascista en el movimiento juvenil del partido de Meloni, han enterrado definitivamente la idea de una ampliación de la mayoría al grupo de los Conservadores Europeos del que Fratelli d’Italia es el mayor exponente.
El apoyo de los fascistas, de hecho, habría supuesto una flagrante violación de la Carta Fundacional de la UE y ha sido descartado categóricamente por los socialistas que, a lo sumo, si es necesario para reforzar su mayoría en Estrasburgo, contemplan la adhesión de los Verdes, ahora inofensivos, reducidos a una mezcla de liberalismo y atlantismo con tintes verdes.
Pero si se quiere abandonar el terreno de la representación formal de la composición del nuevo Ejecutivo y pasar a la sustancia política, las noticias no son buena para quien ama la paz. Es evidente cómo la incorporación de la ministra estonia Kaja Kallas, una figura inquietante al timón de la política internacional, desplaza aún más la política exterior de la UE hacia la pura rusofobia. Kallas, de hecho, tiene en su odio contra Rusia (legado familiar) la característica única de su carrera política.
Un examen objetivo de su nombramiento debería revelar que está dotada de escaso peso político, no sólo por no pertenecer a ninguno de los países fundadores (hasta ahora titulares de la política exterior de la Unión), sino porque ella no es un político de mayor calidad y su país, cuya población total equivale a la de una ciudad de Italia, es como mínimo inadecuado para formular las líneas de actuación política y diplomática de todo el continente.
La afrenta política a Moscú tampoco pasa desapercibida en términos diplomáticos. Su nombramiento como Dama de la PESC es, de hecho, una provocación política, dado que sobre Kallas pesa una orden de detención emitida por la justicia rusa. Por tanto, pensar siquiera en una reunión entre la UE y Rusia a nivel de ministros de Asuntos Exteriores resulta imposible, lo que certifica la carrera de Europa hacia una confrontación total y abierta con Moscú.
El nombramiento de Kallas descarta cualquier posible papel de la UE en cualquier negociación para una solución diplomática al conflicto de Ucrania y niega cualquier posible cambio de rumbo en la agresiva política europea hacia Rusia, tanto en el ámbito de las sanciones como en el del diálogo político más general.
La política exterior se dirige precisamente a provocar a Moscú y a convencer a la opinión pública mundial de que la aventura atlantista, miserablemente perdida en Ucrania, tenía su justificación tanto en la defensa de un «Estado soberano» agredido como en la consideración más amplia de un hipotético «expansionismo ruso» que no se limitaría a Kiev, sino que aspiraría a la conquista de toda Europa.
Con el nombramiento de Kallas, se abandona por tanto el ámbito del papel internacional de Europa, del sentido común y de la compatibilidad política para aventurarse en el del fundamentalismo atlantista centrado en el odio rusófobo como columna vertebral de la política exterior. En definitiva, hay un aspecto inquietante de valor estratégico, destinado a cambiar para siempre el papel de Europa, acabando con el proyecto original de unidad continental y de defensa de sus intereses.
Es decir, la adhesión a un papel de subordinación, de reconocimiento de la OTAN como liderazgo también político, y de asunción de los intereses estratégicos de su socio mayoritario (EEUU) como intereses generales de todo Occidente, por tanto, de la propia Europa. Se está produciendo una transformación de la UE en un protectorado estadounidense, y el aspecto más inquietante de este cambio es que Estonia, Lituania y Letonia se convertirán en la punta de lanza de la agresión y el expansionismo de la OTAN en la zona euroasiática a partir de 2022.
Proporcionar un escaparate político a los países bálticos (como dar a Kallas la titularidad de la política exterior y de cooperación de la UE) conlleva un enorme riesgo en términos de la relación con Rusia.
De hecho, con el nombramiento de Kallas, los países bálticos, que tienen en la rusofobia su identidad cultural y en la nostalgia del nazismo su impronta política, se sentirán amparados por Bruselas para amenazar directamente el territorio ruso, con el pretexto de defenderse de una posible agresión. Esto representa un fuerte riesgo de ataque directo a Rusia que, como es de esperar, es poco probable que permita nuevas amenazas a su seguridad por parte de países abiertamente hostiles sin reaccionar.
La irrelevancia como elección
El panorama que se avecina está cargado de consecuencias negativas para Europa y la estabilidad internacional. En esencia, aparece en el horizonte la abdicación definitiva de Europa a los intereses estadounidenses y, con el nuevo Ejecutivo, se da un paso decisivo hacia un horizonte de economía de guerra.
El reforzamiento del enfrentamiento con Rusia tendrá, en efecto, graves repercusiones en el terreno económico para Europa, que, sin embargo, indica que está dispuesta a asumir el coste en nombre de una nueva cruzada contra Rusia. La reducción de los intereses europeos a mero flanqueo de los intereses estadounidenses en Europa dibuja una subordinación fatal en términos de desarrollo económico, ampliación de mercados y fortalecimiento de las exportaciones.
La voluntad de enfrentamiento con Rusia, que se suma al enfrentamiento con China, conducirá al abandono definitivo de la idea del desarrollo euroasiático. Todo esto para satisfacción del capitalismo estadounidense, que veía en la relación entre la fortaleza financiera europea, el poderío energético ruso y la fuerza económica y comercial china la verdadera y poderosa amenaza a su supremacía mundial.
El resultado de este retroceso de la UE en dirección suicida tendrá repercusiones muy fuertes en un continente, ya probado por la crisis económica agravada por la espiral inflacionista y que ahora se muestra incapaz de sostener un papel autónomo incluso en cuanto a su modelo económico y político.
Prisionera del absurdo invento del Tratado de Maastricht que la doblega socialmente, fuera de los grandes circuitos de recursos energéticos, carente de peso en la producción de tierras raras, subordinada a los EEUU en el terreno político e irrelevante en términos militares, la Unión Europea se encuentra en la lamentable condición de no representar ya ni una promesa ni una amenaza. Para nada y para nadie.