Richard Canán
Una característica repudiable de la derecha apátrida venezolana es su permanente cobardía ante cada fracasado intento de subvertir el orden democrático del país. Han llegado a niveles superiores de desfachatez y cinismo cuando se arrogan orgullosos el dudoso privilegio de utilizar la violencia para derrocar al Gobierno Bolivariano.
Cada vez que han fracasado en sus intentos, se esconden, niegan sus crímenes y huyen despavoridos para evitar enfrentar a la justicia. Su verbo está cargado de doble moral y caradurismo. Son implacables jueces de sus adversarios políticos, incapaces del diálogo y la razón. Pero son totalmente laxos con sus putrefactos aliados de la derecha continental cuando los miserables miembros del Cartel de Lima cometen atrocidades.
En el caso de Leopoldo López el cinismo y la desvergüenza alcanzan niveles superiores. Él es el capo mayor. Nada peor que leer su infeliz, desubicado y fútil comunicado dirigido mesiánicamente «Al pueblo de Colombia». Con aires de estadista de teclado (y creyéndose el influencer del año), trata de justificar vilmente la masacre ejecutada por el mortífero gobierno colombiano frente a las legítimas protestas del pueblo desarmado.
Para la historia quedarán las burdas palabras del caradura López, que señala que «Los hechos de violencia que han ocurrido en los últimos días, me obligan, no solo como demócrata… a expresar mi preocupación por el modo en que las protestas han derivado en jornadas de extrema violencia». Sin caérsele la cara de Pinocho, afirma en su comunicado (escrito por algún desubicado asesor):
«Pero no creo en aquello que niega y conduce al fracaso de las protestas: la violencia fuera de control, con su secuela de muerte y destrucción». No hay sorpresa alguna de que este personaje mienta descaradamente y se disfrace de tierna ovejita.
Recordemos que las hordas neofascistas dirigidas por el triste personaje representado por López, acosaron, persiguieron, lincharon o quemaron vivas a docenas de venezolanos por su condición social o política. Bajo su mando mataron e hirieron personas y destruyeron infraestructuras en casi todas las principales ciudades del país.
Ejecutando un plan perfectamente estructurado y planificado de generación de violencia. Las recordadas Guarimbas, representan el summum del odio de una burguesía frustrada (incapaz de acceder al poder por la vía electoral), que descargó todas sus fuerzas en contra el pueblo humilde.
El líder neofascista Leopoldo López se esmera en recordarle al pueblo colombiano el enorme «privilegio» de tener como presidente a un oscuro personaje como Duque (su par en la logia conservadora), cuyo gobierno ha hecho cotidiano la desaparición y muerte de cientos de líderes sociales, muchos desmovilizados producto de los acuerdos de paz. Nada de esto hablan los organismos internacionales de Derechos Humanos.
La violenta respuesta policial a las protestas sociales se ha realizado con fuego letal y a total discreción. El saldo parcial de la represión desmedida alcanza las 47 personas asesinadas y cientos de heridos, más de 900 detenciones arbitrarias, 12 casos de violencia sexual, más de 500 desaparecidos y en total más de mil 800 acciones de violencia ejecutadas por fuerzas policiales y paramilitares (fuente: Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz).
La represión es de tal nivel, que hasta el mismísimo José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch, tuvo que ponerse el pañuelo en la nariz y denunciar el uso indiscriminado de armamento de tipo militar lanzado desde tanquetas. En tal sentido señaló que «lanzadores de proyectiles múltiples de alta velocidad horizontales, no hacia arriba, horizontales, que pueden lanzar aparentemente bombas lacrimógenas o bombas aturdidoras de una manera que puede ser indiscriminada».
Vivanco afirmó con indignación que «Esto parece un procedimiento altamente peligroso, de alto riesgo, y creo que este tipo de prácticas son las que causan las denuncias sobre extrema brutalidad policial». Casi nada. ¿Dónde estarán metidos Almagro y los halcones del Pentágono? Con su escasísima, conveniente y muy selectiva memoria, olvida López que él actuó como jefe de las hordas neofascistas que generaron la violencia política en Venezuela durante los años 2014 y 2017.
Bajo su exclusiva responsabilidad, en su conjura de la «Salida» violenta, resultaron «43 venezolanos fallecidos, más de 800 heridos y daños materiales en infraestructuras públicas y privadas». Por estos crímenes López fue juzgado y condenado por delitos como «Incendio y daños a edificio público, en carácter de determinación, Instigación a delinquir, Asociación para delinquir».
Sin embargo, no cumplió la pena impuesta, pues se fugó cobardemente durante el fallido y burdo intento de golpe de Estado del 30 de abril del año 2019 en el Distribuidor Altamira. Otro fracaso más en su violento historial político. Como bien señala León Gieco, «Todo está cargado en la memoria, arma de la vida y de la historia. La memoria apunta hasta matar, a los pueblos que la callan y no la dejan volar». Contra la impunidad, prohibido olvidar.