Farruco Sesto | Frente Antiimperialsta
El enemigo imperial tiene un recurrente sueño con Venezuela: hacerla suya. Y para conseguirlo, ha venido poniendo en marcha, uno tras otro, distintos escenarios de agresión. Siempre sin éxito, pues no ha podido, y nunca podrá, con nosotros. Podemos verlo en un rápido recuento.
Probó el golpe militar clásico, apadrinado por la oligarquía, en 2002. Pero sucedió que, en apenas cuarenta y siete horas, los altos mandos traidores se quedaron solos, sin oficiales ni soldados que los apoyaran. Así como las cúpulas empresariales, sindicales y eclesiásticas que participaron en la conjura, junto a los criminales medios de comunicación. A todos ellos, nuestro indómito pueblo los puso en su lugar.
Meses antes el enemigo había explorado la posibilidad de un golpe legislativo. Hay constancia de que, en noviembre de 2001, intentó ganarse a varios grupos de diputados para consolidar una mayoría que lo llevase a cabo. Pero como no le cuadraron las cuentas, lo dejó pasar.
El sabotaje petrolero de diciembre del 2002 que pretendió colapsar la vida nacional, paralizando por tres meses toda nuestra industria vital, tampoco le sirvió para sus propósitos. De nuevo este pueblo maravilloso dio lecciones inmensas de dignidad y coraje.
En 2004, un nuevo intento de golpe de estado, con proyecto de magnicidio, (tipo golpe quirúrgico), a través de un grupo de paramilitares colombianos de alrededor de ciento cincuenta hombres, fue sofocado oportunamente por nuestros cuerpos de seguridad, que capturaron a todos los conjurados.
Años más tarde, el ridículo impulso a una revolución de colores (manitas blancas y nalgas peladas), en 2007, se quedó sin aire que respirar y pronto fue abandonada la idea. Es evidente que el enemigo sabe que no hay forma alguna de que tal estrategia subversiva prenda en Venezuela, con un pueblo organizado y concienciado como el nuestro.
La oportunidad de aprovechar la muerte del comandante Chávez (con todas las incógnitas que ella encierra) para generar un cambio político retrógrado, tampoco le resulto en 2013. Perdimos físicamente al comandante, pero el pueblo aguantó el embate y dio apoyo total a Nicolás Maduro.
A partir de allí, el imperio puso en marcha el esquema completo de la guerra híbrida, todavía hoy vigente, con la intención de provocar en el pueblo un cansancio y un desánimo tales, que facultaran el ascenso de la derecha apátrida por la vía electoral.
Así, vinieron el ataque a la moneda, el bloqueo comercial y financiero, las mal llamadas sanciones, los nuevos intentos de magnicidio, los sabotajes eléctricos, los repetidos intentos de invasión paramilitar, la guerra mediática y diplomática a niveles sin precedentes, el secuestro de empresas y activos en el exterior.
Al igual que el apoyo a la violencia delincuencial organizada, el cultivo del odio y la mentira en las redes, el culto al fascismo como forma política privilegiada, los asesinatos planificados, la guerra cognitiva y, sobrevolando todo ello, como una nube maligna, la declaración imperial de Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad de los EEUU».
Una guerra integral, en cuyo marco se puso en marcha un ridículo golpe parlamentario, con la coronación presidencial de un imbécil llamado Guaidó. Pero a cuanto más fascismo, más poder del pueblo. No puede ser de otra manera. Y nunca será de otra manera. Como lo demuestra, una vez más, el resultado de las elecciones presidenciales del 28 de julio, con la gran victoria de Nicolás Maduro.
A estas alturas, ya es evidente que no lograrán derrotarnos ni por las buenas ni por las malas, tal como lo dice el presidente. Y el enemigo está consciente de ello. Ese canto orquestado del fraude, no es otra cosa sino el canto del cisne de sus esperanzas. Como lo es esa violencia callejera asesina que fue muy prontamente controlada, o esa tercera proclamación de un falso presidente. Como lo son también esos planes armados tempranamente develados y desmontados. ¿Qué camino le queda, entonces, al imperio? Nada. Nunca podrá.
Tal vez por eso es que Diosdado, ante la Asamblea Nacional, se preguntó en voz alta si, perdidas ya las expectativas de hacerse con el poder en Venezuela, el enemigo imperial, que no deja de ser materialmente poderoso, no estará maquinando por la vía violenta la opción de deshacernos como sociedad, despedazarnos como nación, y desmontar la fuerza del estado hasta hacerlo inviable. Para reinar sobre nuestros despojos. Un “no estado”, dijo Diosdado, creo recordar, alertando sobre esa intención posible.
Posible como intención, pero no como resultado imaginable. Pues jamás lo conseguiría. Con este pueblo que tenemos, aguerrido, curtido en mil combates diarios, con la clara conciencia de quiénes somos y qué es lo que queremos. Con esta dirección revolucionaria, que ha demostrado su capacidad de mantener encendida la llama chavista, batalla tras batalla, y la independencia de la Patria en alto.
Con esta Fuerza Armada Nacional Bolivariana antiimperialista y conocedora como nadie de cada metro cuadrado de nuestro territorio y de cada metro cuadrado del alma colectiva, valga la metáfora. Pueblo soldado, como lo es.
Es imposible que el enemigo venza.
Y si por casualidad se les ocurriera como última opción, la de una invasión militar a gran escala, (¿y que justificación le darían al mundo?) tal aventura irresponsable no les garantizaría ninguna victoria. Aparte de que se prendería en llamas la región, lo que es seguro es que sabrían cómo entrar, pero no sabrían cómo salir, empantanados en una guerra popular prolongada. Así lo pienso, conociéndonos.
Y reitero lo dicho: no pueden vencernos, no pueden someternos. De manera que, ante esos escenarios que el enemigo ha concebido y puesto en práctica, nos toca proseguir con nuestros propios escenarios. ¿Cuáles son éstos?
Para nosotros no hay otros, en términos generales, que los que corresponden a una victoria permanente. Contra cada nueva agresión, una nueva victoria y un nuevo paso adelante. Contra el fascismo, mucho socialismo. ¿Cómo? Organizándonos. Uniéndonos. Creciendo siempre, materialmente y espiritualmente.
Haciéndonos cada día más fuertes. Más sabios y justos. Más libres. Más capacitados para el encuentro fraterno con los pueblos del mundo. Más orgullosos de quienes somos. Más generosos. Y más rebeldes.
Con los pies en la tierra y el corazón alzado.