Geraldine Colotti
La guerra sucia contra Venezuela también apunta a lectores y votantes europeos. Mujeres y hombres de los sectores populares y de la clase media empobrecida, estrangulados por la crisis estructural en la que se encuentra el capitalismo y desorientados por una propaganda para que no vean que en otras partes del mundo hay una esperanza concreta llamada socialismo.
No es un partido cualquiera lo que se está jugando en Venezuela, un país repleto de recursos estratégicos, algo esencial en el choque de intereses opuestos entre el imperialismo estadounidense (y sus vasallos) y el alcance de las fuerzas involucradas en la construcción de un mundo multipolar.
Las grandes corporaciones monopolísticas que gobiernan la información desempeñan su papel como actores reales en la guerra de cuarta y quinta generación: preparando, con descrédito y con noticias falsas bien dirigidas, el terreno para la agresión militar o la caída de los gobiernos que no le gustas a sus dueños.
Confundir el mensaje para desviar el juicio, manipular la relación entre el texto y el contexto, es la figura predominante de la agresión de los medios contra el proceso bolivariano: un laboratorio ahora en su vigésimo año, a pesar de los anuncios de una caída «inminente» pronunciados todos los días por los medios que amplifican las declaraciones agresivas de la derecha venezolana.
Una imagen de un periódico español para ilustrar otro artículo más contra el gobierno de Maduro, da una buena idea. Muestra al autoproclamado presidente interino, Juan Guaidó, mientras canta, inspirado, el himno nacional de Venezuela. Una imagen muy incongruente, considerando que el sujeto, junto con toda la derecha sumisa a los deseos de Washington, no hace más que requerir la agresión armada de su propio país.
Realmente un hermoso ejemplo de patriotismo. Un hermoso ejemplo de patriotismo es aplaudir el bloqueo económico-financiero impuesto por Trump a Venezuela, como lo hicieron el autoproclamado y su banda de ladrones. Verdaderamente un hermoso ejemplo de patriotismo robar los recursos del pueblo venezolano para hinchar los bolsillos de un grupo de delincuentes.
Se revolverían en su tumbas los libertadores que han motivado al “bravo pueblo” a liberarse del yugo de la opresión y a reconocerse a sí mismos, como lo dicen las palabras del himno nacional, con “toda América” como parte de una nación.
No la América de los gobiernos gringos, sino la de la Patria Grande que el alumno de la escuela Canvas (donde crecen los vástagos de las «revoluciones de colores») quisiera ver llena de bases militares estadounidenses.
Pero las clases dominantes de la vieja Europa, ayudadas por la traición de las izquierdas que consideran el capitalismo insuperable, saben cómo confundir y manipular. Son maestros en el arte del «ni-ni»: al hablar de la paz y prepararse para la guerra, mostrarse a favor del diálogo, mientras te apuñalan por la espalda, al proclamarse como centro-izquierda y al aplicar políticas de derecha.
Los periódicos españoles le dan un gran protagonismo a Leopoldo López Gil, el primer diputado venezolano elegido al Parlamento Europeo en las filas del Partido Popular, y también padre del golpista de Voluntad Popular Leopoldo, quien escapó del arresto domiciliario para refugiarse en la embajada española en Caracas. López Gil denuncia el «plan maquiavélico» del gobierno de Maduro para «disolver el Parlamento» y hace un llamamiento a los países de Europa para que intervengan. «Europa, dice, debería actuar al unísono con Estados Unidos, aunque fuera por compromiso ético».
¿Y cuál sería la ética de matar de hambre al pueblo venezolano? ¿Qué sería ético al imponer un bloqueo económico criminal como el que sigue sufriendo Cuba y que no ha logrado debilitar su compromiso revolucionario? Un pensamiento que, evidentemente, no toca a estos representantes de la oligarquía, acostumbrados a los lujos de Miami o los de los Grandes Hoteles Europeos.
No satisfecho con los numerosos ataques realizados contra el país bolivariano por la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, el diputado dice que tiene «mucha confianza» en lo que reemplazará a Mogherini: el Ministro de Asuntos Exteriores español, Josep Borrell, que ya ocupó el cargo de Presidente del Parlamento Europeo (PE), de 2004 a 2007.
En ese cargo, Antonio Tajani, que está concluyendo el mandato como Presidente del PE, se ha dado a conocer por sus múltiples ataques a la revolución bolivariana, llegando a entregar el premio Sájarov a la libertad de opinión a los golpistas venezolanos y al conocido nazi Lorent Saleh.
¿Qué se puede esperar de un diputado que se hace llamar fanático de Mussolini? ¿Qué esperar de una Unión Europea propensa a los intereses de los grandes bancos, a años luz de distancia del espíritu de solidaridad que inspira a las organizaciones de la Patria Grande, como la Alba o la Unasur?
¿Qué esperar del gobierno suizo que luego de obtener la confianza del gobierno bolivariano como país mediador con la administración de los Estados Unidos anuncia sanciones contra Venezuela? Doble mirada y lengua bifurcada.
Ahora, con la misma hipocresía que Bachelet, quien después de haber redactado un informe vergonzoso sobre presuntas violaciones de los derechos humanos del gobierno bolivariano, se queja de las consecuencias de las sanciones de Trump, la Unión Europea expresa perplejidad sobre el bloqueo económico-financiero impuesto por Trump.
Pero mientras tanto, un grupo de 7 senadores estadounidenses envió una comunicación oficial a Mogherini para instar a «una mayor determinación y presión contra el narco régimen de Maduro». Mientras tanto, España continúa liderando las políticas de agresión contra el gobierno bolivariano, tratando de establecer relaciones económico-financieras de acuerdo con la lógica neocolonial.
El gobierno ibérico, particularmente activo en las operaciones del Grupo de Lima, un organismo regional ficticio establecido en 2017 y compuesto por 12 gobiernos neoliberales, ha dado ímpetu a las sanciones decididas el año pasado por la UE contra Venezuela, con las cuales se afirmó que se tendría que imponer nuevas elecciones presidenciales al legítimo gobierno de Nicolás Maduro.
El Parlamento Europeo reconoció al autoproclamado como presidente interino de Venezuela, con la excepción de Italia, cuyo viceprimer ministro, Luigi Di Maio, dijo que no reconocía a Maduro ni a Guaidó. «Dado que ya hemos sido quemados por la interferencia en otros estados, dijo, no queremos ir tan lejos como para reconocer a las personas que no han sido votadas.
Es por eso que ni siquiera reconocemos a Maduro y, por esta razón, Italia continúa siguiendo el camino diplomático y de mediación con todos los estados para llegar a un proceso que conduzca a nuevas elecciones pero sin un ultimátum y sin reconocer a los sujetos que no han sido elegidos».
Una declaración muy alejada de los hechos, dado que Maduro fue votado por la mayoría de los electores y que la democracia bolivariana fue puesta a prueba 25 veces en veinte años. Sin embargo, en la arrogante histeria que puso al gobierno bolivariano en su punto de mira, apareció como un pequeño lado de sensatez contra la distorsión del derecho internacional que, a partir de Venezuela, abriría la puerta a abusos igualmente devastadores.
Italia fue entonces el único país de los 28 que bloqueó una propuesta de la UE con la que pretendía reconocer al autoproclamado en su papel institucional como presidente interino hasta que se celebren nuevas elecciones. Un reconocimiento implícito y un nuevo ataque a las instituciones bolivarianas. En la confusa crisis de gobierno que ahora afecta a Italia, aún no se sabe si incluso esta «neutralidad» frágil hacia Venezuela la llevará hacia la injerencia total.
Para barrer tanto las post-democracias liberales como las democracias de lo “post-todo”, camufladas y asimétricas, se necesitaría un soplo de frescura. O más bien una tormenta similar al huracán chavista, socialista y bolivariano.