Verdades ocultas de la Invasión de EU a Panamá (I)

Oswaldo Rodríguez Martínez | Prensa Latina

Las heridas abiertas a los panameños por el fuego del ejército estadounidense, sangran aún tres décadas después, porque fracasó el intento de las élites de confinar en el olvido la mayor masacre que recuerde el país.

Quienes aplaudieron, celebraron y dieron la bienvenida a los invasores como “salvadores” de la nación istmeña y los propios jerarcas militares, ejecutores de la acción y su gobierno, esconden lo ocurrido o tratan de tergiversar desde los motivos hasta las consecuencias del poderío militar lanzado contra el pueblo indefenso.

Ahora la Comisión 20 de Diciembre se apresta para mostrar los hechos, desenmascarar la verdad y presentar parte de la historia escondida durante todo el tiempo transcurrido, dijo su presidente Juan Planells al canal TVN.

“La idea es encontrar la verdad, conocer esa parte de la historia que ha permanecido oculta por 30 años; no se conocen los detalles, ha habido un velo que se ha puesto sobre el tema y nosotros queremos que esto cambie y que los jóvenes tengan la posibilidad de conocer su historia y puedan construir su futuro sobre la base de las raíces”, enfatizó.

La comisión iniciará en enero próximo las exhumaciones de 14 restos enterrados sin identificar en una fosa común en el cementerio capitalino Jardín de Paz, para mediante técnicas de ADN poder conocer quiénes yacen en esos enterramientos.

Un objetivo es que las familias tengan una tumba donde llorar, ya que “es un dolor inmenso perder a un ser querido y ni siquiera saber dónde se puede encontrar el recuerdo”, expresó Planells.

Informó que hace algunos meses se inició en Estados Unidos la desclasificación de documentos que revelan mucha información recopilada por el ejército de ese país.

Este intento de descubrir la verdad tiene detractores que acusaron a los miembros de la Comisión de un sinnúmero de motivaciones, entre ellas exacerbar los enfrentamientos a lo interno de la polarizada sociedad que apoya o rechaza la invasión del 20 de diciembre de 1989. Planells, en cambio, argumenta a favor de la historia y de las familias, cuyos seres queridos no fueron encontrados dentro de los 250 restos debidamente documentados e identificados entre los que perecieron a causa de las acciones militares y recalcó: “se tiene que pasar por ese duelo, ya que se trató del día más triste de la historia panameña”.

Este es un tema donde interviene el socio comercial más importante de Panamá y explicar todas las violaciones de derechos humanos y el sufrimiento que causó la invasión en miles de familias panameñas, en algunos casos despierta inquietud, reconoció.

“Sin embargo, tenemos que pasar por ese duelo, tenemos que enfrentar esa realidad, tenemos que reconocer que ese fue un día triste de nuestra historia, un día en que queríamos tener una noche de paz y amor, y nos encontramos con una noche de muerte y destrucción”, explicó al referirse a cierta reticencia a la investigación.

LA HISTORIA CONTADA POR LOS INVASORES

“Okay, let’s do it. The hell with it!”, fue la grosera frase del entonces presidente George H. W. Bush (1924-2018) que traducida significa “Bien, hagámoslo. Al diablo con eso”.

Transcurría la tarde del domingo 17 de diciembre de 1989 y en la Casa Blanca militares y civiles conspiraban contra el pueblo panameño con el objetivo central de destruir las Fuerzas de Defensa (ejército), apresar al general Manuel Antonio Noriega y colocar a un gobierno que respondiera a sus órdenes.

Los detalles de la invasión los reveló la monografía Operación Causa Justa: La planificación y ejecución de operaciones conjuntas en Panamá, que en 1995 publicó la oficina de historia del jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, con la advertencia de que la información fue revisada y aprobada por esa instancia.

El menú de la opción militar perseguía los siguientes objetivos: salvaguardar la vida de 30 mil ciudadanos estadounidenses que residían en Panamá; proteger el canal de Panamá y 142 sitios de defensa de los Estados Unidos en el país; ayudar a la oposición panameña a establecer una democracia genuina; neutralizar las Fuerzas de Defensa (FDP) y capturar a Noriega.

En la mencionada reunión, el general Colin Powell, a la sazón jefe del Estado Mayor Conjunto, explicó al mandatario que en la variante de solo apresar a Noriega, no resolverían ‘los problemas’ de Panamá porque en la FDP “’había clones de Noriega” que podrían remplazarlo.

El teniente general Thomas Kelly, jefe de operaciones del Comando Conjunto, dio órdenes de iniciar la invasión a la una de la madrugada, tomando en cuenta que las tropas aerotransportadas y de operaciones especiales estaban entrenadas para ataques nocturnos, o dicho con la arrogancia de Kelly: ‘somos los dueños de la noche’.

El martes 19, más de 200 aviones partieron de Estados Unidos a Panamá en un puente aéreo que incluyó el uso del super secreto F-117-A, la nave invisible, cuya efectividad probaron en esa invasión, a pesar de los altos costos de cada aparato y su operación.

El poderío aéreo estaba respaldado por la 82 división de infantería aerotransportada -famosa por su participación en múltiples invasiones en la región-, naves de espionaje radioelectrónico AWACS, cisternas volantes para el reabastecimiento de combustible en pleno vuelo y cazas.

Tan aparatoso movimiento comprometió la sorpresa estratégica, porque no pasó inadvertido a la prensa estadounidense y la cadena CBS comentó a las 10 de la noche del martes que “aviones de transporte militar de Estados Unidos salieron de Fort Bragg (Carolina del Norte) y el Pentágono declinó decir si iban o no a Panamá”.

La única declaración que logró CBS fue que el 18 Cuerpo Aerotransportado de Fort Bragg realizaba lo que “el Ejército llama una medida de preparación de emergencia”.

La monografía reconoció que el secreto no era tan absoluto, porque la llegada de aviones de carga a la base de Howard, al oeste de la capital panameña, puso en alerta a las FDP de una operación militar sobre ellos, pero desconocían en qué momento se lanzarían.

Poco más de las cinco de la tarde del día previo, la inteligencia estadounidense conoció que Luis del Cid, escolta de Noriega, comentó que el ejército de Estados Unidos planeaba un ataque quirúrgico para apoderarse de su jefe.

Ya descubierta la operación, comandantes de las FDP trasmitieron casi a medianoche un mensaje a sus tropas: “Vienen. El juego de pelota es a la una de la madrugada. Informe a sus unidades, saque sus armas y prepárese para luchar”.

La narración épica del mencionado informe del Pentágono se ridiculiza, sin proponérselo, al relatar los detalles de las fuerzas bélicas que debía enfrentar, donde reconoció que de unos 12 mil 800 efectivos con que contaba el ejército y la policía, apenas cuatro mil poseían preparación para el combate.

Como medios militares tenían 28 blindados, aviones de reconocimiento, transporte, entrenamiento y helicópteros sin artillería, además de embarcaciones guardacostas y lanchas; con recelo incluyeron que a Noriega lo respaldaban 18 Batallones de la Dignidad, que los estadounidenses calificaron como “paramilitares”.

A pocas horas del inicio de los combates, el subjefe de Misión de los Estados Unidos en Panamá, John Bushnell, invitó a cenar al cuartel de Howard, a quienes supuestamente ganaron las elecciones de mayo de 1989, impugnadas por el oficialismo: Guillermo Endara, como presidente, Ricardo Arias y Guillermo Ford, como vicepresidentes.

De ahí fueron hasta la sede del Comando Sur del ejército estadounidense en Quarry Heights, al norte de la capital panameña, donde Bushnell y el general Maxwell Thurman le explicaron sobre la invasión que se efectuaría en breves horas, después de la cual le propusieron encabezar el nuevo gobierno, lo que aceptaron de inmediato.

Donde las dan, las toman, reza un refrán popular que los panameños cumplieron aquel día aciago, cuando enfrentaron a ‘los gringos’ que debieron masacrarlos para controlar la resistencia. Las verdades escondidas se abren paso y los muertos claman porque salgan a la luz.

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