Oleg Yasinsky | RT
Como en cualquier sucursal del mega mercado mundial de la democracia, una vez más la clientela podrá disfrutar elegir con total libertad cualquier abominación. Sea cual sea una u otra posibilidad, será siempre la misma.
El producto puede ser presentado con distinto color, forma, olor o sabor, y generosamente expuesto a la izquierda o a la derecha, arriba o abajo de la estantería. El comprador está perdido, desorientado y desesperado. No puede salir sin su compra. El vendedor lo sabe, y armando el tablero de asnitos y elefantitos les explica sus necesidades.
El imperio más asesino de la historia se peina, se maquilla y se dispone a celebrar la más falsa de sus farsas: la de la Democracia. El gran remate de hoy es el de la casa matriz del negocio. Su sala de ventas es una sala de espejos donde lo supuestamente contrario se repite una infinidad de veces, reflejando la misma sonrisa y el mismo vacío plástico hasta generar el mareo o el voto.
¿Por qué a Alemania nunca se le ocurrió llamarse “Europa” o a China presentarse al mundo como “Asia” y a los Estados Unidos sin nombre propio se les permitió no solo secuestrar el nombre de todo un continente, sino también acostumbrarnos a aceptarlo? Independiente de la pobreza de su nombre, Estados Unidos de América dieron al mundo maravillosos escritores, músicos, pensadores y luchadores por los derechos civiles.
Condenando con cada letra de todos mis textos la política de sus gobiernos, totalmente subordinada a los intereses de las corporaciones, jamás trasladaría este repudio a su cultura ni a su pueblo. Ni Mark Twain, ni Ernest Hemingway, ni Walt Whitman tienen absolutamente nada en común con este cadáver de espíritu, presentado al mundo como ‘american way of life’.
¿Qué sentirían los grandes pensadores estadounidenses al ver a los dos actuales candidatos a la presidencia de su país? La guerra que las autoridades de EEUU libran, no es solo contra la humanidad, sino también contra su propio pueblo, hundido cada vez más en la ignorancia, la soledad, la violencia, la drogadicción y el profundo sinsentido existencial.
El mundo habla en estos días de las elecciones presidenciales de EEUU como si fuera algo relevante. Es otro triunfo de la gran maquinaria mediática hecha para confundir, desviar y apagar nuestra mirada hacia el mundo. A un candidato que refleja y representa muy bien toda esa miseria y ordinariez de seres humanos totalmente prehistóricos, se le opone un producto tecnológico basado en los últimos logros de la psicología, que aparece bajo una máscara políticamente correcta.
Representan cualquier cosa, menos los intereses del pueblo de Estados Unidos de América. Ambos son el ejemplo más claro de la involución de la especie humana. Para votar a cualquiera de ellos, se debe además de no saber nada de política ser también un poco suicida. El votante actual de estas elecciones es el producto que los medios de comunicación y las redes sociales han fomentado últimamente con tanto éxito. Varios intentos de analizar las perspectivas de una u otra elección en EEUU reflejan el escaso horizonte de nuestra mirada.
La mayoría de los pronósticos giran en torno al análisis de acontecimientos a muy corto plazo, sin entender que estas discusiones son parte de un plan para llevarnos al terreno de lo secundario. Si existe algo seguro en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América, es que su resultado no cambiará el mundo. La espera de esos resultados supuestamente tan decisivos para la geopolítica, es una excusa para no hacer nada, esperando la solución externa para nuestros problemas.
¿Acaso ignoramos que estos dos candidatos no representan ningún proyecto social (ni bueno ni malo) sino los intereses de los grandes capitales que financian sus campañas, que en los tiempos del neoliberalismo se mueven exclusivamente con una lógica publicitaria, sin ningún principio ni convicción? El proyecto ideológico de esta elección presidencial estadounidense sí existe, pero es muy previo al ‘show’ de sus candidatos, que no son más que el producto de este proyecto. El sistema trata de convencernos que en el seno del poder mundial existe una verdadera lucha entre dos posturas rivales, pero no es así.
En la actual democracia occidental, totalmente controlada por los flujos financieros, corporaciones y sus medios, todo es un simulacro y mientras más convincente se vea es menos creíble. Desde el comienzo de la “perestroika”, cuando nos llegó la oferta de reemplazar nuestra memoria histórica con sus raíces culturales por la libertad de elegir entre mil variedades de papel higiénico, se empezó a construir nuestra sucursal del megamercado de este tipo de democracia.
Mientras uno de sus primeros promotores, Yeltsin, tambaleaba borracho en Nueva York explicándole a la prensa qué libre se sentía sobrevolando la Estatua de Libertad, desde las bases de la OTAN en Europa, se descargaban bombas destinadas a caer sobre Yugoslavia.
Es un sistema diseñado para que el resultado de ese mayor ‘show’ político del planeta sea intrascendente. Los que seguirán gobernando serán las corporaciones y no los actores que las representan. Mucho menos las masas de ignorantes engañados por el supuesto antagonismo de las dos opciones que están dispuestos a enfrentarse en un conflicto civil, lo que sería otro elemento, inducido conscientemente para controlar la población.
En este sentido, los procesos políticos y psicosociales no son muy diferentes de lo que incentivan las estrategias occidentales en el resto del mundo. Las grandes ilusiones de cambios que no lo son. La construcción de un enemigo a la medida del vecino y la tolerancia falsa y obligada, en momentos de aprietos económicos, siempre dispuesta a transformarse en fascismo o en odios religiosos.
Mientras Harris y Trump presentan al público ingenuo las maravillas de sus candidaturas, la guerra contra la humanidad, desatada por el mismo sistema, representado por los dos, sigue sin ninguna intención de parar. Lo único que supuestamente estaría en discusión, son sus plazos, grados de intensidad, distribución regional y otros asuntos tácticos. La paz será posible sólo cuando los pueblos dejen de participar en los ‘show’ del odio, como este, y dejen de soñar los sueños inculcados por el poder.