Pablo Jofré Leal | HispanTV
Estados Unidos es un país cuyas administraciones de gobierno, sean estas republicanas o demócratas, tiene como ideario el no cumplir nada que no sea favorable a sus pretensiones hegemónicas. Un infractor de cuanto acuerdo y compromiso internacional ha firmado.
El sentido común indicaría como algo lógico no cumplir aquello que aparentemente desfavorece. El problema radica que las relaciones internaciones son un campo de negociación, de pactos, compromisos, que en ocasiones le son muy favorables a un país y en otras no lo son tanto. La Casa Blanca y sus grupos de poder jamás aceptan algo que beneficia al planeta, en materia climática, sanitaria, en temas de derechos humanos.
Para Washington los beneficios deben ser mayores que cualquier concesión. Su lema es aprobar, llevar adelante, impulsar, tan solo aquello que beneficie, sin lugar a dudas, a la nación norteamericana y sus grupos de poder.
Así, nada que ponga en peligro sus intereses será puesto en práctica y si acaso alguna presión mediática, de deterioro de cierta imagen internacional o llevar adelante objetivos a mediano plazo, lo hagan firmar ciertos asuntos que serán invalidados a poco andar por la misma administración de gobierno u otra de distinto sello político al animal de turno (léase un burro demócrata o un elefante republicano).
Así acontece con el denominado Plan integral de Acción Conjunta (PIAC), en el cual seis países denominados G5+1: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia, China– todos ellos miembros titulares del Consejo de seguridad permanente de la ONU – más Alemania, concordaron el año 2015 eliminar las sanciones a la República Islámica de Irán e implementar un camino de confianzas mutuas.
La nación persa se comprometía en este acuerdo a frenar el enriquecimiento de uranio más allá del 3,67% de pureza, controlar el número de centrifugadoras y permitir la inspección internacional de sus sedes de desarrollo nuclear por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). Todo parecía normalizar las relaciones con relación al programa nuclear iraní.
Tres años después, en mayo del 2018, y con el nuevo inquilino republicano de la Casa Blanca, el blondo multimillonario Donald Trump – que sucedió a Barack Obama – en su primer mandato, abandona el PIAC calificándolo de decadente y defectuoso. No sólo se retiró unilateralmente, sino que impuso sanciones aún más gravosas contra la República Islámica de Irán. Las autoridades iranies califican a Estados Unidos, por esta acción y otras múltiples en 46 años de presiones, como deshonesto y renegado, y no son sólo maldicientes, sino que profundamente belicistas.
Ucrania
En la actualidad, ese incumplimiento de lo que dice acordar Washington, se vive en el conflicto en Ucrania, donde Estados Unidos, la OTAN y usando de testaferro a Ucrania, llevan a cabo desde hace más de 11 años una guerra hibrida contra la Federación de Rusia. Una etapa donde debemos tener presente que esta Guerra, no comenzó en febrero del año 2022, sino que hunde sus raíces incluso años antes del golpe de Estado que derrocó al expresidente Víctor Yanukovich, que catalizó el desarrollo y toma del poder de los sectores neonazis ucranianos. Impulsando así el ataque contra la población ruso parlante del Donbás y con ello un genocidio que se ha cobrado hasta hoy más de 30 mil víctimas.
Tras el euromaidán las milicias populares del Donetsk y Lugansk derrotaron al ejército kievita, cercando sus tropas en Ilovaisk – un nudo ferroviario en el sudeste de Donetsk- en agosto de 2014. Así se dio paso a los Acuerdos de Minks I firmados por representantes de Ucrania, la Federación Rusa, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk el 5 de septiembre de 2014. Acuerdo que, bajo presión de la OTAN, digitada por Washington, violó los términos del cese al fuego impulsando nuevos ataques ucranianos.
El reinicio del cerco contra el Donbás y el asesinato crónico de sus habitantes a manos de Kiev, hicieron recrudecer los combates y con ello la nueva derrota del ejército ucraniano. Cercados, derrotados y obligados nuevamente a sentarse a una mesa de negociaciones.
Esto, tras la Batalla de Debáltsevo, entre enero y febrero del año 2015, que condujo a las conversaciones durante la cumbre del cuarteto de Normandía (conformado por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania) que llevó a la firma del Acuerdo de Minks II. Allí se determinó el esquema de la retirada de las armas pesadas ucranianas, el cese del fuego y la supervisión de su implantación. Además, de una reforma constitucional en Ucrania.
Sin embargo, los ex jerarcas europeos: la alemana Angela Merkel, el expresidente francés François Hollande y el mandatario ucraniano Petro Poroshenko declararon en forma pública, sin pudor alguno, que nunca estuvo en sus propósitos cumplir los acuerdos y de esa formar generar un rearme y entrenamiento, más entregas masivas de armas al ejército de Kiev. Detrás de esta conduta estuvo el gobierno estadounidense.
Efectivamente, el 7 de diciembre de 2022, la excanciller alemana Angela Merkel reconoció, en una entrevista al diario alemán Die Zeit, que los acuerdos de Minsk se firmaron con el único objetivo de dar tiempo a Ucrania para rearmarse y fortalecerse.
Esta es la historia reciente, que no se ha modificado mayormente desde febrero del año 2022, cuando se inicia la operación especial de desnazificación y desmilitarización de Ucrania a manos de la Federación de Rusia. El expresidente Joe Biden fue un absoluto patrocinador y sostén del régimen ucraniano: armas, dinero, apoyo político y diplomático, junto a los países europeos.
Hoy, el nuevo presidente estadounidense, en su segundo mandato, da muestras de la crónica conducta de los gobiernos de este país en materia de violación de acuerdos, conversaciones, avances. Es Washington quien permite que el régimen kievita siga respirando.
Rusia conversó con Estados Unidos en Arabia saudí, con la idea de concretar un alto al fuego por 30 días. Pero esto es imposible pues Trump y los suyos lo que generan es catalizar aún más la guerra, violando el espíritu de las conversaciones, siempre buscando ventajas en lugar de sostener una conducta honesta, que conduzca a la paz en la región. El objetivo es ejercer una máxima política de presión contra la Federación de Rusia.
El proporcionar misiles HIMARS de factura estadounidense, atacar instalaciones energéticas rusas, como fue lo acontecido en la ciudad de Sudzha, en la provincia de Kursk. Arremetidas a la provincia de Belgorod. Acometer contra la población civil y con un Zelensky que ha vuelto al redil de Trump como un cervatillo. Mintiendo descaradamente respecto a que no está atacando instalaciones energéticas rusas. Incrementando con ello, un escenario de manipulación y desinformación de la mano de las cadenas comunicacionales occidentales, que nada dicen de la violación del alto al fuego alcanzado el pasado 18 de marzo, que pactó un cese de ataques contra servicios básicos ligados a lo energético.
Efectivamente, el mandatario estadounidense y su homólogo de la Federación de Rusia, Vladímir Putin, acordaron en esa conversación telefónica entre Trump y Vladimir Putin, iniciar el proceso de paz con Ucrania con un alto el fuego parcial que se centre inicialmente en infraestructura y energía, al tiempo que Moscú exigió poner fin a la asistencia militar a Kiev como condición para lograr un acuerdo definitivo de paz.
Bajo la promesa del trumpismo de seguir abasteciendo de amas a Kiev. Para el análisis más fino de lo que pretende Washington es los compromisos vociferados por Trump como “concesiones” a Rusia, son sólo un intento de allegar agua a un molino político interno y externo tormentoso para Trump. En este intríngulis, el que aún respira en forma agónica es Ucrania, que aún puede aspirar algo de aire hasta su muerte total.
Los fracasados Acuerdos de Minsk, las decisiones belicistas de Washington y la OTAN, destinados a seguir proporcionando armas y dinero a Kiev, nos permite concluir que resulta un esfuerzo vano, incluso escaso de racionalidad, llegar a acuerdos con Washington, a Europa y su títere ucraniano a la vista que no les interesa llegar a un convenio de paz. Faltan a sus promesas, violan lo que se conversa, lo que se firma y desnaturalizan descaradamente lo que se supone acordado, una y otra vez.
Y en este panorama, el principal impulsor de la mentira, de los actos carentes de responsabilidad, de jugar un papel tan doble como oscuro es Washington. Arrastrando en su juego criminal a la propia Europa, que se supone aliada, al impedirle el suministro de gas y petróleo ruso más económico en beneficio de las transnacionales estadounidenses, con pérdida de soberanía de una Europa convertida en patio trasero de Estados Unidos.
Sólo la derrota total y destrucción del régimen kievita podrá dar algo de racionalidad al actuar de Occidente y en especial de Estados unidos. Y, en ello, tal vez una buena ayuda sea su propia población, que ha salido a las calles estadounidenses exigiendo el término de una política interna desquiciada. Resulta necesario que las exigencias locales se tiñan también de reivindicaciones externas: Fin al genocidio en Palestina, fin a los ataques contra el Líbano y Siria. Término de los bloqueos contra cuba y Venezuela. Fin de las guerras comerciales y sobre todo para los europeos cesar de apoyar el régimen corrupto y criminal de Zelensky.
No existe posibilidad de confiar en Estados Unidos, generador de una historia de acciones vergonzosas, firmando acuerdos con una mano y borrándolos con el codo, no sólo con Rusia, sino que, con Irán, Cuba, Venezuela, entre otros, envolviendo inclusive a aliados en esa conducta vulgar y peligrosa.