Y en eso…llegó el Comandante en Jefe Fidel Castro a Nicaragua

Los comandantes Fidel Castro, Daniel Ortega y el entonces presidente de Grenada, Maurice Bishop, asesinado en 1983 tras una invasión norteamericana a su país ordenada por el multiasesino Ronald Reagan.

Noel Domínguez │ Prensa Latina

El 18 de Julio de 1980, comenzó la primera visita oficial del Comandante en Jefe Fidel Castro a Nicaragua, con motivo de los festejos por el primer aniversario del triunfo de la Revolución sandinista.

El significativo hecho aconteció el 19 de julio de 1979, al cual, como el de Angola, el líder histórico de la Revolución cubana ayudó intensa y estratégicamente, siempre desde las sombras, a fomentar y llevar a feliz término.

En medio de una gran expectativa y entusiasmo, el IL-62 M de Cubana de Aviación se posó suavemente en la pista del Aeropuerto Internacional Augusto César Sandino, piloteado por los capitanes Cuza y Nelson Álvarez, bajo el radiante sol de Managua.

La terminal aérea estaba engalanada para la ocasión, no sólo a fin de recibirlo a él, quien era el más respetado, admirado y que mayor reconocimiento y exaltación generaba entre todos los invitados, sino también a más de una veintena de mandatarios de otras partes del mundo.

Me asignaron desde La Habana y trabajaba en ello intensamente desde hacía varios meses, la responsabilidad no solo de asesorar para garantizarle a las autoridades sandinistas las medidas de seguridad y protección a tomar.

Entre otros cometidos más, había que señalarle al Jefe del Protocolo del Ministerio de Relaciones (Minrex) cubano, el presentar a Fidel ya no a los nueve comandantes de la Revolución sandinista, a quienes él sobradamente bien conocía, sino al resto de los comandantes guerrilleros, ministros y otros dirigentes del FSLN, formados de forma lineal en la loza del Aeropuerto para darle la bienvenida.

Todo transcurrió normalmente, aunque condicionado a la inmensa carga emotiva de cada presentado, la extensión del abrazo, lo conversado en la parrafada de agradecimiento que cada uno le transmitía.

Desde la terraza de la instalación aeroportuaria, Fidel dedicó varios minutos a saludar con su brazo extendido a la inmensa multitud que lo vitoreaba y que no dejaba de gritar consignas, en fin, ¡una verdadera e indescriptible apoteosis!

Además, allí se excluyó toda la parafernalia del protocolo, y cuando Fidel se sentó en el carro asignado comenzando el desplazamiento de la caravana rumbo a la ciudad, los nueve comandantes de la Dirección Nacional de Revolución sandinista corrieron tras él, incorporándose, como pudieron, aun con los carros en marcha, lo mismo dentro de los destinados a la escolta o del Minrex nica, como en los de la prensa acompañante.

Otros sobresaltos

Quedamos solos en el Aeropuerto el jefe de la Seguridad sandinista, el jefe del Protocolo nicaragüense y algún que otro funcionario o periodista de ocasión. ¡Cuál no sería entonces el nuevo sobresalto, al constatar que el avión que se preparaba a apagar sus motores, exhibía el rótulo de United States Air Force Number One!

Atiné solo a desplazarme, no casi sino literalmente corriendo (cuando aquello tenía 37 años) detrás del último carro que partía en la caravana y alcancé en la ventanilla del Mercedes a ver y gritarle al comandante de la Revolución sandinista, el mexicano Víctor Tirado:

“¡Víctor, el que se está bajando es el presidente o el vice norteamericano y no queda ningún comandante para recibirlo!…”, a lo cual irreverente espetó: “A mí me importa una verga eso, cubano, yo me voy atrás de tu Comandante, recíbelo tú y ocúpate de ese pendejo gringo”, dejando atrás una buena polvareda.

Como no teníamos celulares en aquel tiempo, tomé el walkie talkie e informé lo que estaba aconteciendo directamente al entonces ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge, que viajaba en el auto con el Comandante en Jefe, y regresé raudo y veloz sobre mis pasos.

Estaba dispuesto a hacer grupo e integrar la diezmada comitiva que ya se aprestaba a recibir al vicepresidente de los Estados Unidos, en aquella época Walter Mondale, que bajaba ceremonioso por la escalerilla y a quien tuve el “honor” de estrecharle la mano, momentos después, al serle presentado como funcionario del Minrex nica.

Dentro del Salón de Protocolo del Aeropuerto, cuando nos disponíamos a sentarnos junto al visitante, entró, desaliñado y sudoroso, precisamente el comandante sandinista Víctor Tirado, a quien me imagino le avisaron por el walkie por ser el del último carro, y estar más cerca, tuvo que empacharse al yanqui. Por supuesto que en el primer chance que tuvo, me tomó por el brazo y me susurró: “Me jodiste, hijo de la chingada”.

Yo, que también estaba desesperado por incorporarme a la caravana del Comandante en Jefe, aproveché y por la misma vía de comunicación y “haciéndome el bobo”, hablé entonces explicando la situación de que ya el “mexicano” estaba con el gringo. Pedí permiso entonces para seguir detrás de la ruta del Comandante en Jefe, pero recibí la esperada negación por respuesta, puesto que aún faltaban por arribar otros jefes de Estado.

Más incidentes

Así, aquel memorable día y en contra de mi voluntad, atendí al resto de los mandatarios que uno a uno arribaba con breve intermitencia. Sólo hubo dos incidentes, un reportero despistado o provocador se abalanzó sobre Maurice Bishop, máximo dirigente de Granada, gran revolucionario y amigo de Cuba.

Al tener que tomarlo abrupta y reciamente por el brazo, cayó al suelo con cámara fotográfica y todo, y se me fue algún modismo propio de nuestro argot, dando lugar a que el Primer Ministro respondiera: “Thanks my friend, you are a good cuban revolutionary”.

El otro, con el presidente de la Autoridad Palestina Yasser Arafat. El avión en que viajaba acercándose a Managua se negaba obstinadamente, por medidas de seguridad según ellos, a identificarse con la torre de control y al estar cerrado al tráfico aéreo, eso no podía permitirse.

Sugerí y acompañé al jefe de la Seguridad nica, el comandante guerrillero Walter Ferreti “Chombo”, a la torre de control para que le orientara al locutor, se comunicara de inmediato con el piloto del misterioso aparato.

Despacito y en perfecto inglés, le expresó con la debida energía que, si se continuaba acercándose al Aeropuerto y negándose a identificarse, las baterías “Cuatro Bocas” que lo circundaban abrirían fuego.

Dado lo tenso de la situación, lo asumió directamente “Chombito” (quien por haber estado exiliado muchos años en Los Ángeles hablaba bien el idioma). Arafat aterrizó sin problemas, sólo después que su seguridad se aconsejara. Tuve también el honor de abrazarlo, esquivándole diplomático el beso que acostumbrara dar, casi siempre en la boca.

El último mandatario en llegar fue el de Costa Rica, Rodrigo Carazo Odio, quien venía por segunda ocasión dado que, como buen socialdemócrata, fue el primero de los jefes de Estado en visitar Managua en 1979, sólo a la semana del triunfo.

Fue cuando le aconteció aquel incidente desde la ventanilla del vehículo “todo terreno” que lo transportaba; iniciado el desplazamiento hubo que evitar, con un brusco empellón hacia dentro del carro, en el brazo con el que saludaba al público, le robaran el reloj Rolex de oro macizo.

Dentro de la molotera, alguien del público se lo zafó y se lo estaba descorriendo fuera de su muñeca. «¡Meta el brazo p´a dentro, co… !», fue el imperativo que hubo que gritarle a todo pulmón logrando salvar la desagradable situación.

Después de ese último arribo pude incorporarme, esa misma madrugada, al privilegio revolucionario de ocupar uno de los carros punteros de la escolta del comandante en Jefe (no tanto por especialista en la materia, sino por ser de los que mayor tiempo llevábamos en el país y éramos de los más conocedores de todos sus vericuetos).

Los verdaderos y cualificados especialistas, como Mainé, jefe de Escolta del comandante, Vargas, en aquel entonces jefe de la Dirección de Seguridad Personal, el negro Tondike, Francisco y Gamboa, se desplazaban más adelante.

Esta constituyó para todos nosotros la principal tarea, que se alargó por más de 15 días, ejecutada en los años transcurridos y por venir después. Al inicio tomábamos Astedrom para no dormirnos, y cuando lo despedimos, tuvimos que automedicarnos Nitrazepam, para conciliar el sueño. Tal fue la tensión vivida, pero valió la pena.

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