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Oleg Yasinsky
El presidente ucraniano Vladímir Zelenski, acorralado y cada vez más patético en sus discursos teatreros, se parece cada vez más a Manuel Noriega al final de su carrera política. Como se sabe, Noriega, antes de llegar a ser el ‘líder supremo de la liberación nacional de Panamá’, era un agente de la CIA común y silvestre, y de paso, uno de los operadores de narcotráfico a través de Panamá.
Cuando el imperio del norte, como siempre malagradecido y actuando solo desde su conveniencia, le exigió respetar las reglas formales del juego democrático, Noriega, engolosinado con el poder absoluto y seguramente sintiéndose su merecedor, se descuidó un poco y desobedeció. Después, frente a las amenazas, el exagente pasó a la retórica antiimperialista y se atrevió a desafiar a sus amos, a quienes antes había servido fielmente, provocando así un triste, predecible y poco glorioso final: la invasión estadounidense de Panamá, los bombardeos de su capital con centenares de muertos, el refugio del exdictador en la Nunciatura del Vaticano y su posterior rendición para terminar la vida preso, después de recorrer cárceles de varios países.
Es curiosa la suerte de este tipo de personajes. Siendo grandes manipuladores, demagogos y expertos en artimañas cortesanas de la lucha por el poder, de repente resultan ser totalmente ingenuos frente a la misma historia de siempre.
El imperio los convoca, usa, procesa y escupe, y en el momento del triste desenlace de sus aventuras, tienen actitud gatitos ciegos que maúllan desesperados, incapaces de entender por qué los ahogan
Ojalá que a Trump no se le ocurre hacer con Ucrania de Zelenski lo mismo que hizo con Panamá de Noriega: no queremos para la población ucraniana la oportunidad de conocer «los bombarderos humanitarios» estadounidenses para que los comparen con lo anterior. En realidad, no deseo ningún bombardeo para ningún pueblo del mundo.
Las recientes declaraciones de Trump sobre Zelenski parecen ser un caso del reloj malo, que como se sabe, dos veces al día indica el tiempo correcto. Ya no es cuestionamiento o crítica, sino la condena y una clara exigencia a renunciar de la manera más suave, vía elecciones. Independientemente de la gran vocación democrática de los gobiernos de EE.UU., de los demócratas y los republicanos, por igual, algo que por toda su historia conocemos muy bien, esta vez, el presidente estadounidense eligió un blanco perfecto.
La ‘democracia’ ucraniana fue calcada de cientos de ‘democracias’ latinoamericanas durante siglos inspiradas y sostenidas por Washington, hasta con elementos del paramilitarismo y las fundaciones de beneficencia, tan inherentes a sus colonias tercermundistas.
Ahora estamos viendo algo realmente insólito: después de un ataque frontal contra USAID, una declaración de guerra al más proestadounidense de los presidentes europeos
¿Cómo deberían reaccionar ‘los revolucionarios de dignidad’, los últimos 11 años tan promovidos por Hollywood? ¿Ofrecer a los estadounidenses las mismas horcas que todo este tiempo proponían a los rusos? ¿Insultar a Trump igual que a Putin? ¿Ponerse a escribir en su prensa «eeuu» y «trump» con minúscula, como ensayaron con Rusia y su presidente? ¿Negarse a pagar la deuda externa? ¿Organizar asaltos de las embajadas de EE.UU. en todo el mundo? ¿Compartir sus armas con los hutíes? ¿Prohibir en el país a los escritores y los científicos estadounidenses? ¿Mandar los drones contra Nueva York? ¿Reducir el aprendizaje del inglés en colegios ucranianos?
Ahora que Trump está tratando de lograr uno de los objetivos de la guerra organizada por sus oponentes políticos: apoderarse de recursos de los ucranianos. No de Ucrania, que como Estado no existe ya desde hace bastante tiempo, sino de los ucranianos, que sí, existen todavía, pese a los esfuerzos de su gobierno. Cualquier nacionalista ucraniano mínimamente honesto respondería girando sus armas del Este al Oeste. Pero, al parecer, entre los nacionalistas ucranianos existe de todo, menos los patriotas de su país y la única posibilidad de proteger las principales riquezas naturales de Ucrania para sus habitantes será invitando al Ejército ruso a defenderlas.
Algunas malas lenguas y otras muy malas plumas aseguran que el pobre Zelensky no puede entregar las riquezas naturales a Trump, porque desde hace rato las repartió entre los ingleses y la Monsanto, y son exactamente sus asesores británicos los que lo instan a enojar cada vez más a Trump. Tal vez los otros amigos de Zelenski, como Milei o Boric, le podrían dar mejores consejos, pero están demasiado lejos o muy ocupados con sus propios éxitos.
Pero hay algo importante en el discurso anti-Zelenski de Donald Trump que no cuadra.
Sin duda, el presidente estadounidense exagera, acusándolo de ser prácticamente el principal responsable de la guerra fratricida, y de malgasto de los recursos de EE.UU. Pero cualquiera que conozca mínimamente esta situación entiende, que no fue Zelenski quien arrastró a los Estados Unidos y la Unión Europea a la guerra, los gastos y la destrucción de su propio país, sino que ellos fueron los que lo arrastraron a él, y el hecho de que Trump no fuera el presidente de los Estados Unidos en ese momento, es algo muy relevante. Hablando de responsabilidades: es totalmente injusto culpar de todo a un delincuente provinciano y una marioneta. El pobre solo quería su trono presidencial, un poco de glamour y mucho dinero, y justamente por eso fue seleccionado para este rol por aquellos sobre los que Trump probablemente nunca escribirá nada.
Convertir al pequeño drogadicto de mejillas rosaditas y ojos saltones en el principal responsable de la tragedia es una mentira. No es ni el autor e incluso está muy lejos de ser el principal beneficiario, sino más que nada un diligente ejecutor. Lo que hace él no es más de lo que en otros tiempos hicieron los nazis ucranianos al servicio de sus visionarios amos europeos. En este sentido, el actual ataque de Trump contra Zelenski es un espectáculo hipócrita más, y respecto a la veracidad histórica es comparable más bien con las recientes reflexiones del presidente estadounidense sobre cómo «la URSS ayudó a Estados Unidos a derrotar al fascismo de Hitler».
Los autores del golpe, la guerra y la actual destrucción de Ucrania no son Zelenski, sino el «mundo civilizado».
Dentro de la lógica imperante del travestismo político, moral y tantos otros, el país líder del ‘mundo civilizado’ se volteó de la hipocresía perversa al cinismo bestial. Ya no quieren más mentiras sobre las igualdades, libertades y tolerancias que adornaban las fauces de USAID, ahora quieren dinero, minerales y, sobre todo, la obediencia, lo mismo que exigían siempre.
Acompañado por algunos empresarios extraterrestres, al mundo vuelve el viejo y conocido imperio, pare defender a su único Dios real que es el dinero. Es el mismo imperio que planeó el bombardeo atómico de la URSS cuando aún nos considerábamos ‘aliados’, ‘defendiendo libertad’ vertió 352.000 toneladas de napalm sobre Vietnam y, en nombre de la «lucha contra el comunismo», llevó al poder a regímenes fascistas en América Latina. Su secretario de Estado, Marco Rubio, es un digno seguidor de la causa de sus predecesores, y cualquier aspiración ‘pacifista’ de ellos siempre huele a negocios.
Ojalá que la paz por fin sea un mejor negocio que la guerra. Es importante que las dos potencias nucleares por fin puedan conversar y con eso ganaríamos todos, amigos y enemigos. Pero los fantasmas de la ‘perestroika’ con la cúpula soviética a bordo de un portaviones estadounidense y la posterior traición de Cuba junto con todos nuestros verdaderos amigos y hermanos en todo el mundo, a cambio de promesas incumplidas de ser aceptados ‘al mundo civilizado’, nos perseguirán para siempre. Ojalá logremos convertir al enemigo militar en un adversario político, acordando con él algunas reglas mínimas. Afortunadamente, no llegaremos a ser con EE.UU. de ahora amigos ni socios, pero si logramos devolver nuestras relaciones con EE.UU. al estado de hace unos 40 años, esto sería, sin duda, una victoria y un alivio para todos.
Ah, y un detalle insignificante para concluir: resulte o no, lo que trato de vislumbrar, en todo caso, Vladímir Zelenski ya no tendrá que ver con eso absolutamente nada.