Zelensky, game over

 

Fabrizio Casari

* El acuerdo propuesto por Trump a Zelensky puede ser (y lo es) un robo a mano armada, pero hay que recordar que Ucrania ha sido saqueada desde 2014; es un país donde EE.UU. elige la clase dirigente, el ejército, la inteligencia, la economía, las tierras y las guerras de los ucranianos; por lo tanto, hay poco de nuevo en ello.

El enfrentamiento entre Trump y Vance por un lado y Zelensky por el otro, ha causado gran asombro y una profunda preocupación en el establishment europeo y en su prensa devota. Dejando de lado la vehemencia que, aunque ocurre, suele ser presentada bajo la fórmula de un “diálogo franco y cordial”, es difícil negar que Trump ha tocado una llaga abierta. Le lanzó a la cara cuatro conceptos fundamentales como un bofetón:

1. Ucrania está tratando de llevar al mundo a un conflicto global (“Estás jugando con la Tercera Guerra Mundial, ¿lo entiendes?”);

2. No tienes ningún elemento decisivo para dirigir una negociación en una u otra dirección (“No tienes las cartas en la mano”);

3. Debería despojarte del papel de héroe que no sos, (“Sin nuestra ayuda, no habrían sobrevivido más de dos semanas”);

4. No representas una democracia (“Hemos visto cómo obligas a los jóvenes a alistarse y los envías a morir sin posibilidad de ganar”).

Es difícil encontrar expresiones de mayor desprecio hacia el cómico de tacones altos por parte de Trump, quien, con su habitual falta de sentido de la medida y del understatement, quiso, sin embargo, desmontar la falsa narrativa impuesta por Biden, a cuyo hijo Zelensky permitió hacer negocios lucrativos y brindó protección ante la investigación del FBI en su contra.

Las relaciones entre EE.UU. y Ucrania no van por buen camino, y el final del cuento del héroe popular de la democracia debe considerarse ya un hecho consumado. Que Zelensky no debía esperar devoción es algo sabido; además, en los días previos había ofendido repetidamente a Trump (“Está influenciado por la propaganda rusa”) y con declaraciones como “No firmaré nada, no reconozco la deuda”; habría sido mejor que guardara silencio.

El acuerdo propuesto por Trump a Zelensky puede ser (y lo es) un robo a mano armada, pero hay que recordar que Ucrania ha sido saqueada desde 2014; es un país donde EE.UU. elige la clase dirigente, el ejército, la inteligencia, la economía, las tierras y las guerras de los ucranianos; por lo tanto, hay poco de nuevo en ello.

Y si se habla de paz duradera, algunos analistas recuerdan que la explotación por parte de EE.UU. de la cuota de tierras raras que le quedarían a Ucrania sería, paradójicamente, la mejor defensa para Kiev, ya que Rusia no atacaría intereses ni personal estadounidense a menos que fuera atacada y en virtud de un acuerdo de seguridad global para toda Europa del Este.

La nueva Administración de EE.UU. no tiene intención de gastar ni un dólar, ni un solo soldado para garantizar la seguridad de Ucrania. De hecho, considera que un acuerdo con Putin sobre toda la arquitectura de seguridad en Europa del Este debe incluir la prohibición absoluta de la entrada de Ucrania en la OTAN, ya que esto obligaría a una intervención directa en caso de conflicto entre Kiev y Moscú, en virtud del Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte.

La verdad sobre el terreno

Se omite el dato fundamental: Rusia ha ganado y Ucrania ha perdido. Moscú, atacada por todo Occidente, sometida a aislamiento diplomático y comercial, con más de mil 500 programas de sanciones, el robo de sus activos bancarios y propiedades en el extranjero pertenecientes a ciudadanos rusos, ha vencido en todos los frentes.

Kiev, apoyada por 31 países de la OTAN con armas, dinero, asesores militares, instructores, personal especializado en sistemas satelitales, misiles de corto y mediano alcance, comandos saboteadores y mercenarios, respaldo diplomático y la campaña de difamación más extensa y descarada de la historia (que convirtió en noticias los informes de la SBU ucraniana), ha perdido.

Rusia ha logrado una victoria estratégica, porque la expansión de la OTAN hacia el Este debe considerarse terminada. Una expansión que ha sido y sigue siendo la obsesión de un capitalismo apátrida y criminal, que ve en la penetración de todos los mercados del mundo y en la derrota estratégica y posterior desintegración de Rusia, el camino hacia su dominio total del planeta.

La OTAN, al igual que en Afganistán, ha sido derrotada de manera catastrófica. En primer lugar, tácticamente, porque no logró su objetivo de utilizar a Ucrania como un Estado proxy con el que rodear a Rusia. Luego, perdió estratégicamente, porque la supuesta victoria sobre Rusia, que debía desencadenar su crisis política y facilitar su desmembramiento, nunca ocurrió.

Ignorar todo esto significa negar desde la raíz cualquier posibilidad real de negociación, porque en cualquier negociación auténtica se parte de la realidad sobre el terreno y no de pretensiones o caprichos. Y la realidad sobre el terreno deja dos cosas claras, una militar y otra política:

1. Militarmente, los rusos controlan el 25% del territorio ucraniano, mientras que Ucrania no ha logrado recuperar ni un solo kilómetro de territorio ruso. La infraestructura ucraniana está colapsada, las fuerzas armadas derrotadas.

2. Políticamente, Rusia ha desmentido las catastróficas previsiones de los organismos financieros internacionales liderados por Occidente, que le pronosticaban quiebra. Su PIB ha crecido en estos años a un ritmo superior al del conjunto de los países de la UE.

Ha resistido la ofensiva total de Occidente, rechazando el intento de aislamiento internacional (142 de 194 países no han aplicado ninguna sanción contra Moscú, e incluso han incrementado los intercambios en monedas locales) y, en cambio, ha reforzado su prestigio a nivel global. La victoria militar en Ucrania y su liderazgo en la presidencia de los BRICS, son la confirmación definitiva de su papel como un interlocutor fiable y temible en la arena internacional.

Ucrania es un Estado fallido, y ni siquiera los 500 mil millones de dólares previstos por Black Rock serían suficientes para reconstruirla completamente. Dado que su ingreso en la UE implicaría una ficha de 50.000 millones de euros, suma que Ucrania no posee ni en la más mínima parte, la visión de la Casa Blanca es que será la UE la que deberá asumir la carga de la estabilización económica, militar y política de Kiev.

También en lo que respecta a la reconstrucción, Trump quiere excluir a EE.UU. de esta tarea tan gravosa, aunque pretende asegurarse una parte de los futuros dividendos tras la pacificación. Nada nuevo aquí: desde la posguerra hasta hoy, todas las intervenciones militares estadounidenses han sido precedidas por contratos para la reconstrucción de lo que estaban a punto de destruir.

Poco importa lo que decidan – si es que deciden algo y cómo lo hacen – en Londres los representantes de la UE, convocados simbólicamente en un país (Reino Unido) que ya no es miembro de la Unión desde hace más de cinco años. Los ingleses tratan de aprovechar la ruptura con los EEUU para imponerse como guía política y militar, pero la idea de crear una defensa común europea ya ha sido suficientemente desechada por el hecho de que no toda Europa la quiere, sin mencionar lo que esto implicaría para el gasto social en los respectivos países, algo que los electores no olvidarían fácilmente.

No está claro cómo podría ganar Ucrania sin EE.UU., cuando con su respaldo ha sido derrotada estrepitosamente. Y tampoco está claro quién o qué detendría los misiles rusos si la Starlink de Musk apagara los satélites que guían la defensa antiaérea de Kiev.

El bufón al final de la línea

El presidente caducado de Ucrania ha pasado los últimos tres años pidiendo ayuda militar y dinero en los días impares, y en los pares quejándose de que no eran suficientes. Ha solicitado todo tipo de sistemas de armas y los ha recibido, pero sus únicos “éxitos” han sido operaciones terroristas en Rusia, mientras que en territorio ucraniano su ejército ha retrocedido sistemáticamente. Durante más de mil días, ha abogado por la intervención directa de la OTAN con tropas, aviones y barcos en el conflicto, lo que básicamente significaría la Tercera Guerra Mundial y la aniquilación de la humanidad. Todo ello con el único propósito de salvar su gobierno: un ridículo y narcisista sentido de las proporciones.

Aquí radica el error más grave de Occidente, el tercero después del golpe de 2014 y el engaño de los acuerdos de Minsk. Ningún país de la OTAN consideró oportuno hacerle callar y poner fin a su mendicidad permanente, alimentando así la falsa idea de que el pedigüeño era el accionista mayoritario del imperio. Se decía que, en estos años, cualquiera que comprara un televisor lo encontraba con la cara de Zelensky incorporada.

Los estrategas de Londres y de la Washington de Biden se centraron en cada detalle, incluida su apariencia, para intentar convertir a un bufón en un héroe, a un comediante en un estadista. Sin embargo, su elevación a símbolo del Bien contra el Mal, a encarnación del débil frente al fuerte, no cala en la nueva Casa Blanca, que ve sus intereses estratégicos en riesgo en el Indopacífico y no en Europa del Este. Para el comediante de uniforme, la suerte ha cambiado, y solo puede empeorar.