¿Trabajo infantil legalizado en USA?

Juana Carrasco Martín │ Juventud Rebelde

* La publicación In These Times notificaba dos revelaciones recientes sobre el trabajo infantil en Estados Unidos y menciona el extenso informe publicado en febrero por el diario The New York Times sobre decenas de niños centroamericanos indocumentados que trabajaban en plantas de procesamiento de alimentos, proyectos de construcción, grandes granjas, fábricas de ropa y otros lugares de trabajo en 20 estados del país. Algunos durante 12 horas al día y muchos no asistían a la escuela.

Unos 20 estados han aprobado o están considerando darles el visto bueno a legislaciones que permiten labores, incluso peligrosas, para menores de edad, una violación de las convenciones internacionales y una burla a su cacareada defensa de los derechos humanos.

El trabajo infantil fue una práctica común en la etapa de la Revolución Industrial. A las familias pobres no les quedaba más remedio para garantizar la subsistencia. Trabajaban en condiciones miserables y con menos paga en las minas, en la agricultura, en la industria textil, en fábricas de vidrio o de conservas, limpiaban zapatos, repartían periódicos, eran mensajeros o vendedores ambulantes…

La Gran Depresión en Estados Unidos incrementó la práctica de tamaña explotación que encerraba en un círculo vicioso a la pobreza y los pobres. En libros de historia o en páginas de diarios y revistas quedaron los testimonios en fotos que han pasado a ser parte de la iconografía del trabajo y la expoliación de los más vulnerables seres humanos. Pero… ¿acaso es verdaderamente historia antigua?

Lamentablemente, la pregunta titular —¿Ha regresado el trabajo infantil a los Estados Unidos?—, tiene un sí como respuesta. El Departamento de Trabajo de EEUU suministra las cifras que debieran avergonzarlo como país más rico del mundo, el que se vende como ícono de los derechos humanos y no escatima epítetos para enjuiciar a otros, incluso mentir sobre ellos.

Más de cuatro millones de menores están empleados legalmente y entre uno y dos millones más trabajan bajo la ilegalidad, incluso en condiciones de explotación. En el año 2022 hubo un incremento del 37 por ciento de los menores empleados y saben bien que están violando la Ley de Normas Laborales Justas, que prohibió la mayoría del trabajo infantil en 1938.

A decir verdad, no lo prohibió enteramente porque llevó a 14 años la edad mínima para la mayoría de los tipos de trabajo no agrícola, solo limitó la cantidad de horas que pueden trabajar los menores de 16 años, y prohibió que los menores de 18 años trabajen en cualquier ocupación que se considere peligrosa.

Resulta que en lo que va de este año 2023, y especialmente en el mes de mayo, algunos medios estadounidenses, incluso de diversas tendencias ideológicas —de la izquierda, del progresismo, puramente liberales o de la derecha—, han retomado el tema en sus páginas, muestra de que el problema existe, al punto de que alguno dijo que el trabajo infantil es una gran amenaza para la salud de los niños en Estados Unidos.

Los datos del Departamento de Trabajo también reflejan el aumento en el 69 por ciento de las violaciones de la ley. Entre 2018 y 2022, los reguladores federales abrieron casos por 4,144 violaciones de trabajo infantil que abarcaron a 15,462 trabajadores jóvenes.

Sería como «descubrir» la importancia del agua decir que inmigrantes menores de edad que han viajado de manera ilegal y sin el acompañamiento de adultos a Estados Unidos forman parte de ese registro de la explotación, donde hasta trabajos peligrosos son ocupados por esos menores.

Sin embargo, el debate —aún sin mucha algarabía, la que sí debiera estar presente en un país supuestamente de derechos— saca a relucir que están involucrados «y a menudo ignorados» un grupo de niños estadounidenses que trabajan en la agricultura y no se trata de niños laborando en la granja familiar, «son trabajadores contratados, a menudo en grandes operaciones comerciales de agronegocios», afirmaba en un artículo publicado en Newsweek Margaret Wurth, una investigadora durante más de una década de este problema en la organización Human Rights Watch.

Por su parte, la publicación In These Times notificaba de dos revelaciones recientes sobre el trabajo infantil en Estados Unidos y menciona el extenso informe publicado en febrero por el diario The New York Times sobre decenas de niños centroamericanos indocumentados que trabajaban en plantas de procesamiento de alimentos, proyectos de construcción, grandes granjas, fábricas de ropa y otros lugares de trabajo en 20 estados del país. Algunos durante 12 horas al día y muchos no asistían a la escuela.

La segunda historia fue revelada en un comunicado de prensa a principios de mayo por el propio Departamento de Trabajo de EEUU, cuando descubrió que 305 niños trabajaban para tres franquicias de la famosa McDonald’s de las hamburguesas, que operaban docenas de restaurantes en el estado de Kentucky, donde la jornada laboral superaba las horas «permitidas legalmente» y en tareas que estaban prohibidas. «Algunos eran tan jóvenes que tenían diez años de edad», apuntaba la publicación. McDonald´s los empleaba también en Maryland, Ohio e Indiana.

El detallado informe presentado en marzo pasado por Economic Policy Institute (EPI) muestra que, en los últimos dos años, y al menos en diez de los estados de todo el país, están tratando de debilitar las protecciones contra el trabajo infantil, justo cuando aumentan las violaciones de estos estándares.

El estudio, que abarca del 2015 al 2022, explica la conexión existente entre el trabajo infantil y el sistema de inmigración, lo que no es nada nuevo. Sin embargo, el estudio no limita ese execrable mercado laboral a los inmigrantes cuando refiere las graves violaciones en peligrosos puestos laborales en manufacturas y empaquetadoras de alimentos, la debilidad de las leyes estaduales y las presiones coordinadas de multindustrias para expandir el acceso a los trabajos de menor paga y las leyes de protección a la niñez. «Los niños de las familias pobres, especialmente negros, mestizos y jóvenes inmigrantes son los que sufren los mayores daños de estos cambios», afirma la investigación de EPI.

En Arkansas, la gobernadora Sarah Huckabee Sanders, quien fue secretaria de prensa de la Casa Blanca de Donald Trump, firmó en marzo una legislación que suprime los requerimientos de verificación de la edad de los muchachos de 14 años empleados porque la consideraba «obsoleta». Igual hicieron en Wisconsin.

Kim Reynolds, gobernadora de Iowa, también echó a un lado la protección laboral de los menores y permite ahora que muchachos de 14 años trabajen en techos, construcción y demolición.

Desde hace años, Opportunity Solutions Projet, que aboga por el trabajo infantil, ha contratado a 115 cabilderos o lobbistas con presencia en 22 estados de EE. UU. para presionar la formulación de nuevas legislaciones que permitan esta sobrexplotación de la infancia a favor de las ganancias de las empresas, según ha comprobado el grupo Open Secrets.

Está claro que no se está hablando de cosas del pasado.

La situación puede variar de un estado a otro en EEUU; por ejemplo, en Ohio no hay restricciones sobre el máximo de horas de trabajo para menores de 16 y 17 años; se permiten ocho horas de trabajo por día, 40 por semana cuando no hay clases, y durante una semana escolar se permiten tres horas de trabajo por día y hasta 18 horas por semana.

Por supuesto, no se está en 1900, cuando el 18 por ciento de toda la fuerza laboral en Estados Unidos tenía menos de 16 años de edad; pero las circunstancias están revelando que aquellas tácticas de investigación que expusieron la cruel explotación, las fotos de las indignantes condiciones de trabajo de los niños y niñas que se repitieron en panfletos y folletos, los escritos denunciadores, tengan que ocupar espacios mayores en los nuevos medios de comunicación, llenar las redes sociales, levantar de nuevo las conciencias… y obligar a Estados Unidos, a sus gobernantes, políticos y empresarios a respetar y aplicarse lo que dicen para otros y no es exactamente lo que hacen a diario.

Estados Unidos hace regresar 100, 120, 140 años y más el reloj de la historia, y Charles Dickens pudiera rescribir su novela Oliver Twist, testimonio de la sordidez del capitalismo naciente en Londres, ahora en el anacrónico, pero igualmente inmisericorde escenario de Estados Unidos.

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