En horas de la noche del 11 de marzo, el secretario de Estado Mike Pompeo anunció en su cuenta Twitter la decisión de retirar al personal diplomático remanente de Estados Unidos en Venezuela. Según el funcionario, la decisión refleja el «deterioro» de la situación venezolana y que la presencia de los diplomáticos implica una «restricción» de la política estadounidense.
En medio de la recuperación del sistema eléctrico nacional, luego del sabotaje del 7 y 8 de marzo, este mensaje de Mike Pompeo buscó generar crispación en tanto la acción presupone que acciones violentas y de caos, que pondrían en riesgo la seguridad de los diplomáticos estadounidenses, se estarían planificando contra Venezuela.
Sin embargo, la decisión de Mike Pompeo no fue tal. En horas de la tarde, el canciller Jorge Arreaza, le comunicó personalmente al encargado de negocios estadounidense, James Story, la decisión de no prorrogar la estancia del personal diplomático en el país, dando un rango de 72 horas para abandonarlo, por los riesgos que supone a la paz nacional.
Mike Pompeo hizo creer a la opinión pública que estaba retirando a su personal, cuando en realidad, a la luz de lo dicho por el canciller venezolano, estaba acatando la decisión del gobierno de Nicolás Maduro. A sabiendas del costo político que implicaba aceptarlo públicamente, entendiendo que Washington reconoce como «presidente interino» al diputado Juan Guaidó, Pompeo omitió la decisión del canciller para luego hacer ver que fue una decisión suya.
Como reseñó la periodista Anya Parampil, el 26 de enero, luego de la autoprolamación de Guaidó, el gobierno venezolano dio una ventana de 30 días para abrir un canal de negociación y abrir una oficina de interés entre ambas naciones. Sin embargo, la política de agresión constante de EEUU ha revertido estos esfuerzos.
Un patrón de comportamiento similar al del gobierno alemán la semana pasada. Luego que el gobierno venezolano expulsara a su embajador, Daniel Kriener, por cometer actos de interferencia en los asuntos internos de Venezuela, Alemania lo llamó a consulta, en un intento por proyectar que la salida de Kriener se debía a una decisión unilateral y no a una orden expresa del gobierno venezolano, como efectivamente sucedió.
Este acto de equilibrismo de Mike Pompeo, son tres los pulseos que a nivel diplomático han socavado la credibilidad internacional de Juan Guaidó y afianzan el reconocimiento de Maduro.
El primero fue la visita fallida de una comitiva de eurodiputados de la extrema derecha europea, el segundo la expulsión de Kriener, y el tercero, lógicamente, la expulsión de los diplomáticos estadounidenses que Pompeo intento hacer pasar como decisión propia por sus redes sociales. Situaciones pésimas para Juan Guaidó, quien intenta convencer a la comunidad internacional que efectivamente «gobierna» en Venezuela.
Pero la salida del personal estadounidense tiene otras implicaciones. De entrada, corta la comunicación directa y las fuentes de financiamiento y asesoramiento que estarían siendo proveídas a la dirigencia antichavista que comanda el frente local del cambio de régimen.
Por otro lado, obliga a una escalada de presiones (financieras e incluso militares) que no han beneficiado a Washington y mucho menos a Guaidó. A tal punto que la agenda de asfixia financiera e intervención militar por «razones humanitarias», ha sido severamente impugnada por medios de renombre como The New York Times, pero también en espacios internacionales como la OEA y el Consejo de Seguridad de la ONU.
A su vez, la estrategia de confusión de Pompeo muestra cómo Washington debilita progresivamente sus recursos de política exterior, dejando únicamente la fuerza bruta ante la incapacidad de Guaidó de quebrar la unidad de mando de la FANB para así sacar al chavismo del poder.
La imposibilidad de lograr ese derrocamiento por la vía de un ataque sorpresa al sistema eléctrico nacional, es otra muestra de que la correlación de fuerzas, el momentum del que hablaba Bloomberg, esa presión en escalada que debería tener como resultado un cambio político a la fuerza, se revierte en contra del propio jefe de la política exterior estadounidense.