Carlos Fazio
Es un hecho que la comunicación adquirió categoría militar. Y como nunca, se ha estado tan cerca de una situación bélica real.
Desde la llegada de Hugo Chávez al gobierno, y con mayor profusión desde 2014 a la fecha, Venezuela ha sido sometida a un brutal y sostenido asedio manipulador (des)informativo, cuyo principal objetivo es generar un cambio de régimen e imponer un gobierno al servicio de Estados Unidos.
En ese lapso se han venido utilizando distintas nociones para analizar el hecho: guerra no convencional, guerra sicológica, bloqueo informativo, terrorismo mediático, guerra de cuarta generación, guerra híbrida, guerra en redes. En cualquiera de esas variables, es un hecho que la comunicación adquirió categoría militar. Y como nunca, se ha estado tan cerca de una situación bélica real.
Los hechos del 23 de febrero (23/F), definidos por la administración Trump como el enésimo “Día D” para derrocar al presidente constitucional y legítimo Nicolás Maduro, dejan varias enseñanzas sobre la batalla comunicacional.
Y en ella Telesur jugó un papel fundamental, desarticulando en tiempo real, con una serie de registros audiovisuales y a través de la cuenta de Twitter de su reportera Madelein García, las operaciones de bandera falsa y la tergiversación mediática reseñada por los medios hegemónicos desde la frontera entre Colombia y Venezuela, con motivo de la pretendida entrada al país de “ayuda humanitaria” de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos (Usaid), que desde 1961 ha sido usada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como una de sus armas más poderosas para sus intervenciones encubiertas.
En el argot militar, las operaciones de bandera falsa son las que realiza de forma clandestina una potencia agresora, en aras de parecer agredida y culpar al enemigo. Desde el incendio en el edificio del Reichstag, sede del Parlamento alemán, en el ascenso del nazismo en 1933, hasta el supuesto ataque químico en Duma, cerca de Damasco, en Siria, adjudicado al gobierno de Bashar Assad en 2018, pasando por el montaje escenificado por el secretario de Estado, general Colin Powell, en el Consejo de Seguridad de la ONU en 2003, sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, las falsificaciones han sido de uso corriente y ahora tocó el turno a Venezuela.
El caso de los dos camiones con presunta ayuda humanitaria de la Usaid, incendiados con cócteles molotov en el puente internacional Francisco de Paula Santander el 23/F, del lado colombiano y por grupos violentos de la oposición venezolana bajo el visto bueno de la Policía Nacional colombiana, fue adjudicado por el vicepresidente de EU, Mike Pence, y el Departamento de Estado de Michael Pompeo al “tirano” Maduro. Asimismo, el asesor de Seguridad Nacional del presidente Trump, John Bolton, dijo que Maduro contrató criminales para quemar alimentos y medicamentos, y en igual sentido se pronunciaron en Twitter el senador Marco Rubio y el diputado Juan Guaidó.
La operación de bandera falsa dio la vuelta al mundo, pero no habría funcionado si de tiempo atrás no se hubiera posicionado la matriz de opinión “Maduro dictador” y la idea de una catástrofe humanitaria en Venezuela. La elección de una fecha simbólica para las bases chavistas: el 23 de febrero y de Cúcuta como cuartel general de la provocación, incluido el concierto Venezuela Aid Live para sacar a la oposición de sus catacumbas virtuales y movilizarlas a la frontera colombo-venezolana −con artistas, comunicadores y líderes de opinión actuando como influencers vía Internet y redes sociales− fue planificada para encubrir el intento de establecer una cabeza de playa en el estado de Táchira, a la manera de un “territorio liberado” donde instalar un “gobierno paralelo” y fomentar una guerra fratricida.
El eje informativo de todos los canales tradicionales y digitales del mundo occidental siguió y viralizó la trama del montaje golpista de la escuadra Trump-Rubio-Pompeo-Bolton-Abrams, como parte de una campaña de intoxicación propagandística propia de la guerra sicológica que apuntaba a generar una emocionalidad negativa colectiva: promover rabia e ira contra el gobierno de Maduro. Es decir, estimulando una afectividad automática, y afectando la capacidad de discernimiento y razonamiento de las audiencias.
Pero desde el lugar de los hechos el día del “ultimátum”, el equipo de Telesur (Madelein García y Frank Guzmán) recopiló las evidencias y desmontó la operación de bandera falsa que adjudicaba a miembros de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) la quema de los camiones. Pocas horas después, tras remover las cenizas, un miembro de la GNB explicó a García que parte de la ayuda de las gandolas/trampa contenía guayas (cables), pitos, máscaras antigás, miguelitos (clavos), es decir, todo un kit para fomentar las guarimbas (violencia callejera). La frustración emocional de Marco Rubio quedó exhibida cuando, tras mostrar una foto de Muamar Gadafi ensangrentado, incitó al magnicidio de Maduro.
Junto con enviados de Misión Verdad y de la Agencia Prensa Rural, es evidente que la batalla comunicacional se la ganó Telesur a los enviados de CNN, Jorge Ramos y Fernando del Rincón. Y el 10 de marzo, mientras Venezuela era sometida a un ataque cibernético y electromagnético a las líneas de transmisión de la represa de Guri, que generó un apagón de 72 horas, The New York Times admitió que los camiones fueron quemados por los vándalos de Guaidó financiados por Washington.