Los asesores del vicepresidente de Obama, centrista y candidato de manual para combatir a Trump en 2020, aseguran que estos episodios no alterarán su decisión de optar o no a la Casa Blanca
La ausencia de un nombre resulta cada vez más atronadora en la larga lista de aspirantes demócratas a derrotar a Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2020. Joe Biden, vicepresidente de la Administración de Barack Obama, el candidato más esperado y descontado, se demora en anunciar sus intenciones en lo que no está claro si resulta la espera a una fecha elegida en el calendario o una duda sincera, la misma que en el caso de 2016 le llevó finalmente a no presentarse frente a Hillary Clinton. Ahora, a los 76 años, tiene delante a un rosario de rivales de todo tipo y condición frente a los que hacer valer sus casi 50 años de experiencia en la política de Washington. Pero su largo historial tiene tanto de aval como de lastre. Resucitan episodios como su gestión del caso de Anita Hill. Desde este fin de semana se enfrenta, además, a la acusación de haberse propasado con una mujer en 2014. Este lunes se sumó otra. La carrera de un candidato de manual se enturbia en la era Metoo.
Lucy Flores, una activista y exlegisladora de Nevada, relató el viernes en un artículo en la revista The Cut y, acto seguido, en una entrevista en CNN, que en un mitin demócrata hace cinco años, cuando el vicepresidente acudió a respaldarla en su campaña a vicegobernadora, la agarró por detrás y la besó en la cabeza, un gesto inesperado e indeseado por ella, de entonces 35 años. “Es algo completamente inapropiado y que deberíamos considerar en alguien que quiere presentarse a presidente”, dijo Flores en una entrevista. Biden negó inmediatamente la acusación de haber tocado de forma indebida a esta o a cualquier mujer, pero a lo largo del fin de semana empezaron a circular fotografías de archivo del veterano político agarrando por los hombros y en otro tipo de actitudes afectivas a mujeres en actos públicos, imágenes cuyo significado se somete ahora a examen.
La bola de nieve creció el lunes. Otra mujer llamada Amy Lappos dijo que Biden la agarró de la nuca y tocó su nariz con la suya en un evento de recaudación de fondos de 2009.
Asesores de Biden recalcaron el domingo que el episodio de Flores no va a alterar su decisión de aspirar o no a la Casa Blanca, siendo como es el más popular en los sondeos, pero supone una gota más en uno de los flancos débiles de la posible candidatura del vicepresidente: el feminismo. Senador desde los 29 años, Biden presidía el Comité de Justicia que examinó las acusaciones de acoso de Anita Hill en 1991 contra el hoy juez del Supremo Clarence Thomas, una sesión que se ha convertido en paradigma de interrogatorio machista y de culpabilización de la presunta víctima.
Aunque votó contra la nominación de Thomas para el alto tribunal, Biden permitió aquella jauría y ha tenido que pedir disculpas en varias ocasiones. La semana pasada, lo hizo de nuevo. “Se enfrentó a un comité que no entendió bien el infierno en que consistía aquello. Hasta el día de hoy, me arrepiento de no haberle concedido el tipo de audiencia que se merecía”, dijo.
Una década antes, en el 81, se unió a los republicanos y votó a favor de un proyecto de ley que permitía a los Estados dar marcha atrás en la sentencia del Tribunal Supremo que legalizó el aborto en toda la nación, el fallo del famoso caso Roe contra Wade. Esa ley no vio la luz, y en una segunda versión, el demócrata votó en contra, pero estos días también se ha recordado su decisión de entonces, que justificó por su educación.
Blanco, católico y de origen irlandés, Biden (Scranton, Pensilvania, 1942) entró en la política muy joven y acumula una amplia experiencia en las relaciones exteriores. Quiere ser presidente desde al menos 1987, cuando siendo un senador de 45 años por Delaware, retiró su candidatura por un escándalo de plagio en la Escuela de Derecho, algo que admitió aunque aseguró que se trató de algo accidental. A las elecciones de 2016 acabó por no presentarse, después de mucho meditarlo.
Mucha hemeroteca a la espalda
Esta vez, en la era del MeToo, un político con tanta hemeroteca a la espalda como él necesita reforzar su compromiso de lucha contra el sexismo. Fruto de esa inquietud se entiende que, según avanzó hace unos días The New York Times, sondease a la afroamericana Stacey Abrams, de 45 años, excandidata a la gubernatura de Georgia —con gran tirón entre jóvenes y negros—, como compañera de carrera con el fin de anunciarlo a la vez, algo infrecuente, ya que el candidato a vicepresidente suele comunicarse con las primarias ya decididas. Fue un resbalón. Preguntada por el asunto, Abrams se limitó a responder que “nadie se presenta a una segunda plaza”.
El nutrido y diverso grupo de aspirantes enfrentan al Partido Demócrata a su ser o no ser: al dilema de si la recuperación de la Casa Blanca se encuentra girando a la izquierda (con Bernie Sanders o Elizabeth Warren) o si mantener la atracción del centro resulta imprescindible (Biden sería el máximo exponente); si ha llegado el momento de una renovación generacional (con una candidatura como la del texano Beto O’Rourke) o se puede seguir apostando por la experiencia; si es el momento de un presidente latino (Julián Castro) o si el votante está preparado para juzgar a una mujer (como Kamala Harris o Kirsten Gillibrand) igual que a un hombre.
En el caso de Biden, el partido también se enfrenta a su pasado. Nadie como el vicepresidente encarna el legado del Obamismo, con todo lo bueno y malo que eso conlleva, pues su victoria en las primarias permitiría a Trump seguir revindicándose como la opción antiestablishment. Biden es el candidato de manual, como en su día lo fue Hillary Clinton, y el drama demócrata de 2016 no invita a la moraleja. El vicepresidente sigue sin mostrar sus cartas, pero los expertos esperan un anuncio definitivo en abril.