Es una imagen aterradora que dio la vuelta al mundo y fue clave para el avance de los derechos civiles en Estados Unidos.
En ella se ve el rostro de pánico de dos mujeres negras que nadan en una piscina mientras un hombre blanco arroja ácido al agua.
Fue tomada el 18 de julio de 1964 en un motel de la ciudad de San Agustín, en Florida.
De inmediato se convirtió en un símbolo de la segregación racial que durante décadas impidió que los negros compartieran los espacios públicos y privados con la población blanca en la mayoría de estados del sur estadounidense.
Si bien hace décadas se puso fin por ley a esa segregación, las protestas que están ocurriendo a lo largo y ancho de Estados Unidos en los últimos días por la muerte de George Floyd nos recuerdan la discriminación que todavía sufren muchos afroestadounidenses en su propio país.
Leyes de Jim Crow
Desde el final de la Guerra de Secesión en 1865, pese a la abolición de la esclavitud y la aprobación de una Ley de los Derechos Civiles que reconocía la igualdad entre negros y blancos, en Florida, igual que la mayoría de los estados del sur de EEUU, los afroestadounidenses vivían segregados y eran considerados ciudadanos de segunda.
Esa segregación se llevaba a la práctica a través de las conocidas como Leyes de Jim Crow, nombre que hace referencia a un personaje de comedia de principios del siglo XIX que era interpretado por un actor blanco con la cara pintada de negro.
Estas leyes variaban de estado a estado y su validez fue respaldada por la Corte Suprema de EEUU en 1896 bajo la doctrina de «separados pero iguales».
Entre otras cosas, prohibían los matrimonios interraciales y obligaban a negocios, instituciones públicas, escuelas y medios de transporte a habilitar espacios separados para blancos y negros.
A los afroestadounidenses hasta se les obligaba a utilizar lavamanos diferentes para «evitar que el hombre blanco se contaminara por la influencia del negro».
Quien incumplía estas leyes no solo se enfrentaba a la represión de las autoridades sino también a la de grupos supremacistas como el Ku Kux Klan, cuyos miembros no tenían reparo en utilizar la violencia más extrema contra los negros y otras minorías.
No fue hasta después de la II Guerra Mundial que el movimiento integracionista -que abogaba por el fin de la segregación racial- empezó a tomar fuerza en el marco de la lucha por los derechos civiles.
Lograron una importante victoria en 1954, cuando la Corte Suprema declaró inconstitucionales las normas que separaban a los alumnos blancos y negros en las escuelas públicas.
El Movimiento de San Agustín
En Florida, el punto de inflexión se produjo a partir de 1963 con el Movimiento de San Agustín.
Su nombre hace referencia a la ciudad del norte del estado -el asentamiento europeo más antiguo de Norteamérica- en la que un grupo de activistas afroestadounidenses, encabezados por el dentista Robert Hayling, llevó a acabo acciones de protesta durante meses para exigir el fin de la segregación
Hayling y sus compañeros fueron detenidos en repetidas ocasiones y nunca desistieron, incluso después de ser secuestrados y apaleados por miembros de Ku Kux Klan.
En la primavera de 1964, el Movimiento de San Agustín recibió el apoyo crucial de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano, encabezada en ese entonces por Martin Luther King Jr., quien envió a la ciudad a varios de sus colaboradores más cercanos para que ayudaran a organizar protestas masivas que acabaron recibiendo atención internacional.
Los manifestantes marchaban por el centro de San Agustín, en un lugar conocido entonces como «el mercado de los esclavos», mientras hordas de blancos les insultaban y les lanzabas piedras y botellas.
Cientos de activistas fueron arrestados, hasta el punto de que las comisarías de la ciudad se quedaron sin espacio para albergarlos.
A los manifestantes se les unieron monjas, rabinos y numerosos ciudadanos blancos que defendían el fin de la segregación. Incluso fue detenida la madre del gobernador de Massachusetts mientras realizaba una protesta en un negocio solo para blancos.
La protesta del motel
El propio Martin Luther King Jr. viajó a San Agustín, donde fue arrestado el 11 de junio de 1964 tras intentar acceder al restaurante del motel Monson, en el que no se permitía la presencia de afroestadounidenses.
Uno de los puntos álgidos de las protestas se vivió en ese mismo motel una semana más tarde, el 18 de junio, cuando un grupo de activistas blancos y negros se lanzó a la piscina del establecimiento en medio de una fuerte presencia policial y de periodistas.
Enfurecido, el manager del motel, Jimmy Brock, agarró una botella de ácido clorhídrico, utilizado para limpiar baldosas, y empezó a rociar con él a los bañistas para que salieran del agua.
Incluso un policía se lanzó a la piscina para detener a los activistas, que no sufrieron daños y acabaron en el calabozo en sus trajes de baño.
Las fotografías y grabaciones de lo sucedido dieron la vuelta al mundo y su impacto fue tal que hasta el presidente estadunidense Lyndon B. Johnson llegó a afirmar: «Toda nuestra política exterior y todo lo demás se irá al diablo por esto».
Al día siguiente, tras cerca de tres meses de bloqueo por falta de acuerdo entre los legisladores, el Senado estadounidense aprobó la Ley de Derechos Civiles que decretaba el fin de la segregación racial en los espacios públicos y privados de todo el país.
«No estoy seguro de que la ley se hubiera aprobado sin lo que pasó en San Agustín. Fue un hito. Éramos jóvenes y creíamos haber hecho algo (importante), y lo hicimos», le dijo en 2014 a la cadena NPR J.T. Johnson, uno de los activistas que se lanzaron al agua de la piscina del motel Monson.
La era Trump
Los eventos ocurridos en San Agustín en la primavera de 1964 fueron tan solo un capítulo más de la lucha por la igualdad entre blancos y negros en Estados Unidos, que se prolonga hasta nuestros días.
Las protestas que se están produciendo desde hace una semana por la muerte en Minnesota de George Floyd a manos de la policía son un reflejo de las décadas de olvido y marginación que la población afroestadounidense ha sufrido.
Los analistas consideran que no ayuda a calmar la situación el hecho de que el actual ocupante de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump, haya mantenido durante su mandato una postura ambigua con respecto a los grupos supremacistas blancos y que en los últimos días haya criticado duramente a los manifestantes que piden el fin de la violencia policial, llegando a amenazarles con el uso de armas de fuego por parte de las fuerzas de seguridad.