René Vásquez Díaz
Imagínense, por un momento, el enjambre de funcionarios del gobierno de Estados Unidos que han trabajado lealmente, desde 1960, para hacer sufrir indeciblemente a los niños, ancianos y enfermos cubanos de un pequeño país, para castigar con impunidad y someter a su población civil.
Imagínese la cantidad masiva de funcionarios que, ahora más que nunca, continúan realizando este trabajo diario para hacer cumplir las medidas contra las navieras e instituciones financieras de todo el mundo, para que las remesas de familia a familia no lleguen a la isla de Cuba, ni los créditos esenciales, ni el combustible necesario para la agricultura, el transporte y la electricidad para los hospitales.
Son hombres y mujeres normales, que juegan al tenis y comen hamburguesas, abrazan a sus hijos y nietos, miran la televisión como todos y luego cumplen impecablemente con su deber de atormentar a los ciudadanos normales de un país que no conocen y por el que profesan un desprecio difuso mezclado con un ingrediente inevitable de admiración.
Por cada día de su vida estos funcionarios hacen lo mismo que lo han hecho sus antecesores en el cargo desde 1960, implementando la agresión silenciosa del bloqueo comercial, financiero y diplomático con el simple objetivo de infligir dolor, muerte, privación y sufrimiento a los seres humanos agredidos. En Cuba. La implementación práctica del bloqueo hace innecesarias las explosiones, invasiones y desembarcos que ya se realizaron en el pasado e históricamente derrotados por ese mismo pueblo.
Consternación imperial, disculpe esa expresión contradictoria. ¿Un imperio racista de inconmensurable poder, consternado por un pueblo mestizo y pacífico, que en lugar de bases militares, cañones y bombas tienen médicos al otro lado del mundo combatiendo enfermedades, y que han podido crear sus propias vacunas para salvar vidas contra la pandemia? Consternación imperial.
Considero apropiada esa extraña frase para entender la mentalidad vengativa y criminal detrás de la impotencia de Washington frente a personas tan peligrosas como mis sobrinos, mis amigos y compatriotas víctimas de la Ley Helms-Burton de 1996 en las ciudades y costas de Cuba, donde no hay un solo niño sin hospitales y escuelas.
El bloqueo contra Cuba socava moralmente los principios del Derecho Internacional. El tema de los derechos humanos, desde cualquier ángulo que se analice, es en sí mismo un manifiesto contundente contra la política de Estados Unidos contra Cuba. Todos esos empleados imperiales, sean estadounidenses o cubanos asalariados, saben que su guerra contra mis sobrinos y amigos es imposible de ganar. Precisamente por eso es altamente rentable y curiosamente repugnante.
Pues hablo de una consternación imperial que no se basa en el daño que causan en el seno de un pueblo hasta ahora invencible, sino en el ridículo histórico ya épico de todos esos funcionarios que, en realidad, actúan como soldados de oficio. No son fanáticos. Solo ejercen un fanatismo basado en el esfuerzo de dominación sobre una población indomable. Su maldad es banal y lamentablemente está bien documentada.
Ahora imagina por un momento a los mercenarios cubanos que, en Estados Unidos y otras partes del mundo -tanto como empleados del agresor como simples ciudadanos con una percepción muy limitada del mundo y de su propio país- apoyan el bloqueo contra la población civil de Cuba. Este apoyo expone una actitud cobarde y fratricida de complicidad con los peores intereses de una potencia extranjera. Lo he dicho antes y lo repito. La maldad de estos mercenarios ni siquiera puede describirse como banal.