Latinoamérica empezó a cambiar de alguna manera, desde que hace 28 años, el 13 de diciembre de 1994, Fidel y Chávez se fundieron en un abrazo esperanzador
A las 21 y 40 horas, cuando los dos quijotes se fundieron en un abrazo, al pie de la escalerilla del avión, sobre la pista del aeropuerto José Martí, la noche habanera del 13 de diciembre de 1994 enunció un albor nuestroamericano.
La nave procedente de Venezuela arribó a la capital de la Isla, y siguió un rumbo distinto al acostumbrado. Luego se detuvo y apagó los motores. La puerta se abrió, entró alguien y fue hasta uno de los pasajeros.
–¿Ha ocurrido algo?, indagó con asombro el recién llegado; ¿me esperan?
– Sí, el Comandante en Jefe.
El visitante –cuentan– parecía alucinado por la respuesta simultánea que recibía de su ocasional interlocutor, y de sus propios ojos al otear por la ventanilla del avión, que le mostraban a Fidel, camino a la nave. La sorpresa fue tal que, según testimonio de Chávez, cuando descendía no tenía palabras para el inesperado recibimiento.
Mientras el guerrillero le prodigaba el abrazo, el joven líder creyó –y dijo– no merecer ese honor; «aspiro a poder merecerlo algún día». Fidel reaccionó generoso: «ojalá tuviera muchas oportunidades de recibir personalidades tan importantes como esta»; entonces Chávez habló de otro anhelo: «poder recibirlo algún día en Venezuela».
«Dicen que al futuro guía bolivariano, en el transcurso del vuelo, una cubana le preguntó si aquel era su primer viaje a la Isla, y, «físicamente sí», respondió él, a modo de aclaración, «porque he venido muchas veces en sueños».
Tal vez uno de esos anteriores «viajes» no presenciales lo emprendió en febrero de 1989, desde la ventana de un edificio ubicado frente a Miraflores, al advertir en la puerta del palacio, entre el grupo de mandatarios invitados a la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez como presidente, al barbudo con traje de verde olivo y estrella de comandante. «Allá va él (…) esperanza de nuestros pueblos», caviló el entonces Mayor del ejército venezolano.
Hugo admiró al guerrillero de la sierra y del llano mucho antes de estar frente a él. El Jefe de la Revolución Cubana le reciprocó igual sentimiento desde aquel «por ahora», y por la responsabilidad asumida tras un suceso que, en sueños, trascendencia y valor emparenta a los cuarteles Moncada y de la Montaña, a Fidel y a Chávez, a Cuba y a Venezuela.
La visita del 13 de diciembre de 1994 fue breve, y todavía da frutos. Con ella respondió Chávez a una invitación de la Oficina del Historiador de La Habana. Con pasión hablaron el hijo de Barinas y el Comandante, de Bolívar, Páez, Ezequiel Zamora y Maisanta, de Carabobo y de otras memorables batallas.
El discípulo de Bolívar preguntó sobre la caída del Che, el de Martí se la contó entre detalles y reflexiones. Juntos les rindieron tributo al Libertador y al Maestro, y en el aula magna de la Universidad de La Habana disertó Chávez, para un auditorio cuya cifra ascendió a millones, a través de la pequeña pantalla.
«Esperamos volver a Cuba algún día, en condiciones de extender los brazos y, mutuamente, alimentarnos en un proyecto, imbuidos como desde siglos, en la idea de un continente latinoamericano y caribeño integrado como una sola nación», se le oyó decir.
Latinoamérica empezó a gestar, desde aquel abrazo, esta «era de despertares, resurrecciones de pueblos, de fuerzas y esperanzas», que abrieron Fidel y Chávez, «(…), una Asociación de Estados Latinoamericanos, (…) extendemos la mano a la experiencia, a los hombres y mujeres de Cuba, que tienen años pensando y haciendo por ese proyecto continental».
El parto del ALBA emancipadora, que se expande, crece y da frutos, empezó aquel 13 de diciembre, cuando un abrazo despertó al continente.