En la escala realizada en Londres el rey emérito ya ofreció un adelanto de que no tiene la menor intención de ocultar su tren de vida. Se dejó ver en el exclusivo club Oswald y luego en un partido de fútbol.
Desde que accedió al trono del Reino de España en 2014, después de que el desprestigio causado por las desprolijidades fiscales y los líos de alcoba empujara a su padre, Juan Carlos I, a abdicar en su favor, Felipe VI ha dedicado gran parte de sus esfuerzos y de la poderosa maquinaria de la Casa del Rey a recomponer el maltrecho crédito social de la monarquía borbona. Cada vez que el ex rey -Rey emérito según el título protocolario con el que es tratado desde su abdicación- vuelve al primer plano de la agenda mediática, el producto de todo ese esfuerzo retrocede varios casilleros.
Algo de eso sucederá este miércoles, cuando los medios de comunicación españoles vuelvan a situar en horarios de máxima audiencia la imagen de un renqueante Juan Carlos de Borbón exhibiendo su desahogado tren de vida como si las informaciones sobre los cobros de la monarquía saudí, las denuncias por presiones a una antigua amante supuestamente convertida en testaferro y el trajinar de maletines provenientes de Suiza no fueran con él.
El antiguo rey, o Rey emérito, volverá a España, al igual que lo hiciera el año pasado por estas fechas, para asistir a unas regatas en la localidad gallega de Sansenxo y en la escala realizada en Londres ya ofreció un adelanto de que no tiene la menor intención de ocultar su tren de vida o de hacer caso a los ruegos de discreción que, según aseguran algunos medios españoles, partieron desde el Palacio de la Zarzuela, sede de la monarquía.
En la víspera de su segundo regreso a España, se dejó ver en el exclusivo club Oswald, situado en el centro de la capital británica y entre cuyos miembros figuran la reina consorte Camilla Parker, el príncipe William o el ex primer ministro Boris Johnson. Después asistió al partido que en el estadio del Chelsea enfrentó al equipo local con el Real Madrid por la Liga de Campeones.
Y todo ello a pesar del malestar que este segundo viaje ha despertado en La Zarzuela, que ya tras la primera visita había rogado a Juan Carlos más discreción en futuros desplazamientos. Según han publicado varios medios españoles, en la Casa del Rey consideran inoportuno este viaje, con unas elecciones municipales y autonómicas a la vuelta de la esquina (se celebran el 28 de mayo) y el ambiente político revuelto.
En el viaje anterior, Felipe VI y Juan Carlos mantuvieron una reunión privada y después de eso padre e hijo sólo volvieron a coincidir en dos funerales, el de Isabel II de Inglaterra y el del destronado Constantino de Grecia. En esta ocasión se da por hecho de que el rey en ejercicio marcará distancias con su progenitor y no habrá encuentro.
Por el contrario, la Casa del Rey parece haber movido su maquinaria y apenas se conocen detalles de la visita de Juan Carlos. Sólo se sabe que llegará al aeropuerto de Vigo al mediodía y que de ahí se trasladará a Sanxenxo, donde en principio permanecerá hasta el domingo para asistir a la regata en la que participará su barco ‘Bribón’.
Silencio del Gobierno
Desde el Gobierno de España y desde el PSOE se guarda silencio sobre este asunto, aunque los partidos de la izquierda y los nacionalistas vascos y catalanes han criticado sin matices la visita, la exhibición de frivolidad de Juan Carlos de Borbón y la ausencia de explicaciones sobre sus manejos financieros.
En el relato de la Transición que la clase política española ha construido en los 45 años de democracia, la figura del rey Juan Carlos es esencial como el protagonista que estaba llamado a suceder a Franco y que sin embargo prefirió timonear el pasaje de la dictadura a un régimen de libertades homologable al del resto de los países europeos. Por eso se considera que una figura histórica de tal dimensión no debería morir en un país extranjero y despreciado por una buena parte de la opinión pública española.
Sin embargo, en los últimos tiempos el ex monarca ha mostrado menos inquietud por ese asunto que la que exhiben sus hagiógrafos. Por el momento, a sus 85 años y para disgusto de su hijo, parece más preocupado en disfrutar a lo grande de lo que le queda de vida que por la forma en la que será recordado.