La Jornada
En América Latina y el Caribe, donde 182 millones de personas sobreviven por debajo de la línea de la pobreza, 105 milmillonarios acaparan 453 mil millones de dólares, equivalentes a alrededor de 4 por ciento del producto interno bruto (PIB) regional.
Aunque de 2019 a 2022 el índice de Gini (usado para medir la desigualdad económica) se redujo en 1.1 por ciento en promedio anual, 10 por ciento de la población más acaudalada percibe ingresos 21 veces mayores que el decil de menores recursos. Si se compara a los 105 más ricos con el promedio de la población, los primeros tienen patrimonios medios de 239 mil veces mayores.
Las cifras anteriores fueron reportadas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la agencia de Naciones Unidas que tiene como propósito contribuir al desarrollo económico y promover el desarrollo social de la región.
Este organismo destaca que en México la concentración extrema de la riqueza ha ido disminuyendo en los pasados tres años: de 4.5 por ciento del PIB que acapararon los milmillonarios en 2018, se pasó a nada más 3.3 por ciento en 2021, lo que se explica porque el patrimonio de los ultrarricos creció a un ritmo menor que la riqueza de la población general.
No parece casualidad que esta disminución de la desigualdad coincida con un ciclo de gobiernos progresistas en varios países latinoamericanos. En el caso mexicano, ya se ha reseñado el papel redistribuidor de los programas sociales implementados por el actual gobierno federal.
Unida al manejo responsable de las finanzas públicas, y a un entorno de confianza que se mantiene, pese a los intentos de la oposición política y mediática por instalar la idea de que las autoridades son adversas a los negocios, esta política ha permitido a las familias de menores ingresos elevar su bienestar y encarar la crisis global desatada por la sucesión de la pandemia, los efectos contraproducentes de las sanciones contra Rusia a causa de la invasión de Ucrania, y un fenómeno inflacionario sin precedente en décadas.
La CEPAL prevé que la región no logre ningún avance en la reducción de la pobreza debido a que la tasa de crecimiento esperada para 2023 es de apenas 1.7 por ciento, pero los pronósticos son sin duda más halagüeños para México, donde se estima un incremento de 3.5 por ciento del PIB al cierre del año, y es posible que en octubre el repunte haya alcanzado 5 por ciento a tasa anual.
En contraste con la estabilidad experimentada en nuestro país (la cual, por supuesto, no está exenta de grandes retos y apremiantes pendientes), otras naciones se encuentran a la deriva e incluso en franca involución. Es el caso de Ecuador y Argentina, donde el triunfo electoral de personajes ultraneoliberales permite avizorar un deterioro catastrófico en las condiciones de vida de las mayorías.
En Quito, la Presidencia de Daniel Noboa, hijo del hombre más rico de Ecuador y cinco veces candidato presidencial Álvaro Noboa, llevará al reforzamiento de las políticas ortodoxas de recortes al gasto público y a la inversión estatal, es decir, las recetas del Fondo Monetario Internacional con que Lenín Moreno y Guillermo Lasso desmantelaron el incipiente bienestar construido durante la década de Revolución Ciudadana.
En Buenos Aires, donde ya se padece una crisis inflacionaria que ha puesto en jaque a millones de familias y desquiciado a todos los sectores productivos, la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada augura una reedición de las terapias de choque aplicadas a instancias del FMI en el decenio de 1990, cuando la inflación se domó destruyendo el poder adquisitivo de los trabajadores, quienes fueron sacrificados en aras de los grandes capitales.
El carácter sociopático del autodenominado “libertario”, amenaza con tornar los problemas actuales en un verdadero desastre del que Argentina no saldrá en mucho tiempo, si llega a hacerlo. Las experiencias divergentes de México y estos países suramericanos muestran que el bienestar sólo puede impulsarse atendiendo las necesidades de los más pobres, no arrojándolos a las fauces del “mercado”, término con el que se mistifica a los millonarios y las corporaciones multinacionales.
Asimismo, constituyen un recordatorio de que, en ausencia de trabajo político y conciencia social, la adversidad económica es el caldo de cultivo de populismos de ultraderecha como los que ya sufrieron Estados Unidos con Donald Trump y Brasil con Jair Bolsonaro, y el que ahora se cebará con Argentina.