Oleg Yasinsky | RT
Tal vez, uno de los mejores retratos de Chávez está en esta frase de Fidel, pronunciada hace 11 años, pocas horas después de la dolorosa noticia: «¿Quieres saber quién era Hugo Chávez? Mira quiénes lo lloran y quiénes festejan su muerte…».
En una conferencia de prensa en mayo de 2002, en Madrid, después de la reunión de jefes de Estado entre la Unión Europea y América Latina, cansado y algo molesto, Chávez dijo una frase que incomodó a más de una autoridad: «Los Gobiernos van de cumbre en cumbre, en tanto que los pueblos van de abismo en abismo».
Él nunca fue lo que quisieron que fuese, tal vez porque jamás cupo dentro de la función protocolar que representaba formalmente. Siendo el primer presidente de la República Bolivariana de Venezuela, al igual que Fidel o que Allende, es un personaje de una dimensión más que regional, planetaria, y su pensamiento humanista trasciende todas las fronteras de su tiempo y de los tiempos en las fronteras que nos dividen todavía.
Desde este corto y tan intenso tiempo histórico que pasó después de su partida, la figura de Chávez ya es parte de los próceres del panteón de los gigantes del continente latinoamericano, y no hay cómo sacarlo de allí.
Una de las cosas más increíbles de él, a mi parecer, fue su increíble capacidad de conservarse como una persona totalmente normal en la altísima tribuna del poder del Estado y persistir en su porfiado y casi infantil sueño para, junto a su querido pueblo y a millones de otras personas de todas partes, dar todo su cuerpo y alma en la lucha por el ser humano.
Así mereció el odio de varios ‘socialistas’ chilenos y europeos. Mientras ellos desde sus tronos y siendo gerentes del sistema capitalista mentían a sus pueblos, que «hacen lo que pueden» y «nada más lo que se puede hacer», Chávez demostraba a diario que, desde una realidad mucho más dura y compleja que la de ellos, teniendo una intención verdadera siempre se puede hacer muchísimo más.
Incluso cuando algo todavía no se puede, siempre existe la libertad de llamar las cosas por su nombre. La libertad que otros no tenían. A diferencia de la mayoría de los gobernantes, Chávez era mucho más fuerte y sólido que el poder que con tanta facilidad suele cambiar a otros.
Los medios de comunicación enemigos no ahorraron calificativos en contra suya, haciendo ejercicios magistrales de algo en lo que son insuperables: manipulación y descalificación. Palabras, frases, gestos, reales e inventados, siempre descontextualizados, siempre desde una mala fe y con esta total irresponsabilidad ante cualquier consecuencia que tiene solo la gran prensa “demócrata”.
La guerra mediática contra Chávez en tiempos de una relativa calma internacional, hace más de una década, parece haber sido el ensayo general antes de poner en marcha esta fábrica de ‘fake news’ mundiales que han llegado a ser en nuestros días los grandes medios internacionales.
Como los partidos tradicionales, totalmente desprestigiados y obsoletos, no podían competir contra el chavismo, el rol del partido opositor se asignó a la prensa privada venezolana, que poco a poco se convirtió en un verdadero agente político del imperio del norte.
Desafiando la guerra mediática local, regional y mundial, Chávez apostó ante esto los mecanismos de la única verdadera democracia posible: la participación. Así lo describió Eduardo Galeano:
«Extraño dictador este Hugo Chávez. Masoquista y suicida: creó una Constitución que permite que el pueblo lo eche, y se arriesgó a que eso ocurriera en un referéndum revocatorio que Venezuela ha realizado por primera vez en la historia universal. No hubo castigo. Y esta resultó ser la octava elección que Chávez ha ganado en cinco años, con una transparencia que ya hubiera querido Bush para un día de fiesta.
Obediente a su propia Constitución, Chávez aceptó el referéndum, promovido por la oposición, y puso su cargo a disposición de la gente: «Decidan ustedes». Hasta ahora, los presidentes interrumpían su gestión solamente por defunción, cuartelazo, pueblada o decisión parlamentaria. El referéndum ha inaugurado una forma inédita de democracia directa. Un acontecimiento extraordinario: ¿Cuántos presidentes, de cualquier país del mundo se animarían a hacerlo? ¿Y cuántos seguirían siendo presidentes después de hacerlo?
Este tirano inventado por los grandes medios de comunicación, este temible demonio, acaba de dar una tremenda inyección de vitaminas a la democracia, que en América Latina, y no sólo en América Latina, anda enclenque y precisada de energía…”.
¿Qué pudo haberle sucedido al teniente coronel Hugo Chávez Frías, en aquel entonces de 38 años, para que primero encabezara la Operación Zamora, el 4 de febrero de 1992, y luego, después de su derrota militar, llamara a los militares rebeldes a deponer las armas, personalmente haciéndose cargo de todo en un país donde ninguno de los políticos de ese momento se hacía cargo de nada?
¿El estreno del neoliberalismo en su país, que de repente despertó del sueño de una Venezuela saudí pasando a la pesadilla del Caracazo, mientras el Gobierno obligaba al Ejército a reprimir a su pueblo hambriento? ¿Algún recuerdo de su abuela, la india sabanera Rosa Inés, “la Mamá Rosa”, que lo crió entregándole lo más valioso del mundo, un tremendo sentido de pertenencia y de deber con el pueblo humilde, que marcó todo su quehacer político?
Entre las innumerables historias del fallido golpe de Estado de abril de 2002 contra Chávez, me impresionó mucho una de esas que no se inventan, contada por dos de sus protagonistas en un barrio humilde de Puerto Ordaz.
Dos señoras pobres, ambas desde hace tiempo abuelas, entre risas me relataban cómo al enterarse del secuestro de su presidente robaron un camión que estaba estacionado frente a sus casas y se dirigieron a Caracas para salvar a Chávez. Por suerte, en la mitad de su accidentado camino el presidente ya había sido liberado por el pueblo. Las abuelitas lo celebraron en una de las plazas y el camión sano y salvo fue devuelto a su dueño, quien al principio se enojó, pero después también se hizo su amigo.
La derrota del golpe del 2002 de un pueblo unido contra el Ejército ha sido una importantísima muestra continental de un nuevo y poderoso protagonista político: un Ejército que sale a defender a su pueblo, algo que seguramente exacerbó mucho más el odio imperial contra la Revolución bolivariana.
Más allá de los varios o muchos posibles errores e indudables aciertos de Hugo Chávez a cargo de la Presidencia, que pueden ser temas de largas y complejas discusiones, creo que hay algo muy evidente. Su primer Gobierno desde los primeros días en el poder por primera vez en la historia del país hizo sentir a millones de venezolanos humildes, siempre marginados y postergados por las élites de cualquier color político, que este era su país también y que, si querían mejorarlo para sus hijos, debían participar, exigir, defender, opinar, discutir y, sobre todo, organizarse.
Acusado por la prensa mercenaria de “populista”, Chávez hizo todo lo contrario a las conocidas prácticas de los líderes populistas regionales, le exigió a su pueblo que leyera, que se educara, que aprendiera, que no tuviera miedo a las ideas, abriendo las nuevas oportunidades para la educación de personas de todas las edades y de todos los estratos sociales, que por siglos habían sido excluidos de la vida ciudadana.
Él entendió que este era el único camino para que su pueblo no fuera manipulado ni por los medios ni por los políticos y así fuera capaz de construir una sociedad diferente a la capitalista. Me impresionó su valentía y honestidad cuando, encontrándose ya muy enfermo, hablaba abiertamente en una entrevista de su miedo a morir. Hay que ser realmente muy grande para enfrentar la vida sin falsas máscaras de superhéroe.
Hoy, a los 11 años de su partida física, en este momento de la peor crisis mundial en varias décadas, sí mantendremos los ojos y los corazones bien abiertos, sentiremos cómo desde la oscuridad de los cielos de América Latina y del mundo nos sigue llegando la luz de su legado, que es, como diría él, «el amor que solo con amor se paga».