Orden mundial liberal se derrumbó y nadie aspira a sustituirlo

 

RT

* No habrá ningún tipo de revolución, al menos por el momento: los de arriba no pueden, los de abajo no quieren. Vivimos en una insólita estabilidad que no significa nostalgia por el pasado.

El análisis del Club de Debate Valdái revela una paradoja global: el colapso del orden liberal no ha desatado el previsible caos revolucionario, sino una insólita estabilidad donde nadie se atreve a cambiar el sistema radicalmente, sostiene el prominente analista ruso Fiódor Lukiánov.

El mundo contemporáneo atraviesa una profunda crisis: el antiguo orden se ha derrumbado, no ha surgido todavía uno nuevo, pero, contra todo pronóstico, esto no desemboca en una ruptura revolucionaria del sistema. Esta paradójica estabilidad en medio de una inestabilidad total es la tesis central que Fiódor Lukiánov, editor jefe de Russia in Global Affairs y presidente del presidium del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, explica basándose en el informe del Club de Debate Valdái ‘Doctor Caos, o cómo dejar de tener miedo y enamorarse del desorden’.

Lukiánov afirma que «el orden mundial liberal ha terminado, no hay otro y no está claro si lo habrá, y si lo hubiera, cuándo y cuál será». Aunque se intenta construir la paz «a través de la fuerza», la realidad es que «la fuerza existe, pero la paz solo está en la imaginación de los adeptos a este lema».

No habrá revolución: los de arriba no pueden, los de abajo no quieren

Los autores del informe, utilizando la terminología marxista-leninista, concluyen que no se ha desarrollado una situación verdaderamente revolucionaria en la arena global. La razón fundamental es que «el sistema actual no es insoportablemente injusto para ninguno de los actores. En otras palabras, no es tan malo como para exigir soluciones revolucionarias».

El derribamiento completo del sistema no es el objetivo de nadie. Incluso la Administración de Donald Trump, la más revolucionaria en el discurso, «simplemente ignora las restricciones existentes en el marco del sistema de relaciones internacionales cuando lo considera necesario», señala Lukiánov.

En el citado informe, los expertos señalan que la falta de revolucionarismo, a pesar de los profundos cambios, se explica por la complejidad del mundo:

-«Los ‘de arriba’ no están en condiciones de ser hegemones plenos: para ello no tienen ni dinero libre, ni impulsos sociales internos, ni siquiera ya deseo».
-«Los ‘de abajo’ […] no quieren un cambio radical del orden existente. Precisamente, aspiran a evitar su quiebra completa, temiendo efectos secundarios y viendo para sí mismos provecho en algunas instituciones».

Aquí, por ‘los de arriba’ y ‘los de abajo’ se entiende, respectivamente, la élite mundial gobernante (o que gobernaba), representada por las grandes potencias, y las masas «(no)gobernadas», ahora denominadas la mayoría mundial, que, según la teoría de Lenin, en una situación revolucionaria deberían mostrar la voluntad de cambiar la formación, explicó.

Sin embargo, la mayoría de los países no necesitan una revolución, ya que «pueden elevar su status sin necesidad de alzarse y aceptar riesgos excesivos».

Nuevos objetivos en la era del policentrismo

La transición de la hegemonía a la multipolaridad es un cambio cualitativo de entorno, no un orden nuevo. En esta coyuntura, la principal prioridad de los Estados es la estabilidad interna.

«La estabilidad interna y la capacidad de las autoridades para garantizar el desarrollo seguro de su Estado son ahora una prioridad en todas partes, algo incomparablemente más importante que las ambiciones externas»

Esta prioridad de las tareas internas cambia radicalmente la naturaleza de la actividad político-militar. «Los Estados y las sociedades no tienen una demanda interna de apostarlo todo por la victoria en cualquier enfrentamiento armado», sostienen los autores. Por ejemplo, EE.UU. entiende que no podrá, como antes, aprovechar su dominio global, y Rusia «no arriesgará su propia estabilidad socioeconómica por una victoria decisiva en un conflicto militar».

El objetivo realista, en la mayoría de los casos, ya «no es el aplastamiento total, sino una constante corrección de la situación establecida (con todo el conjunto de medios disponibles), la obtención de condiciones más ventajosas para el período inmediato». Este modelo, si se consolida, supone un renacimiento de la práctica del siglo XVIII, cuando las guerras no se libraban para aniquilar al enemigo, sino para obtener mejores condiciones en la siguiente paz, señala Lukiánov.

Estabilidad como adaptación forzosa

A pesar de la inestabilidad generalizada, el mundo demuestra una sorprendente capacidad de resistencia. Los autores del informe Valdái concluyen: «El mundo contemporáneo es sorprendentemente resistente a los desafíos generados por los motores de su desarrollo».

Esta estabilidad no es nostalgia por el pasado. «No son intentos de aferrarse a los vínculos anteriores […] Está relacionada con cambios más fundamentales, tanto en la estructura del mundo como del desarrollo interno de los Estados». En última instancia, mantener la estabilidad es una necesidad urgente frente a cambios imposibles de detener. «No es la base más sólida, pero por ahora no se ofrece otra», concluye Lukiánov.