Francisco reflexiona sobre el delito de la estafa, cuenta anécdotas de su experiencia en la Argentina, habla de los homosexuales y de la anulación de los matrimonios para lo que antes se pagaba y ahora no, gracias a su reforma.
La corrupción “no es un acto sino una condición, un estado personal en el cual uno se acostumbra a vivir. El corrupto está tan cerrado y satisfecho de su autosuficiencia, que no permite que nada ni nadie lo ponga en discusión”, dice el papa Francisco en un libro-entrevista realizado por el periodista vaticanista Andrea Tornielli. El libro, El nombre de Dios es Misericordia (Ed Piemme-Librería Vaticana), aparecerá en las librerías de 86 países mañana pero ayer algunos medios italianos presentaron un resumen. La corrupción es uno de los temas más enfáticamente abordados por Francisco, sobre quien por lo demás, desde su elección en 2013 se han publicado decenas de libros.
“Hay quien va a misa todos los domingos pero no se hace ningún problema por aprovechar de su posición de poder pretendiendo el pago de coimas”, denuncia. “La corrupción –agrega– hace perder el pudor que custodia la verdad, la bondad, la belleza. El corrupto a veces no se da cuenta de su estado, igual que aquel que tiene mal aliento y no se da cuenta.” Según el pontífice, “el corrupto es aquel que se indigna porque le roban el portafolio y se lamenta por la falta de seguridad que hay en las calles, pero después estafa al Estado evadiendo los impuestos, o tal vez licencia a sus empleados cada tres meses para evitar asumirlos por tiempo indeterminado o explota el trabajo negro y luego se enorgullece de sus avivadas con sus amigos”. El corrupto “ha construido su autoestima sobre actitudes estafadoras, pasa la vida buscando los caminos más cortos que le da el oportunismo, a costa incluso de la propia dignidad y la de los demás. El corrupto siempre tiene cara para decir ‘Yo no fui’. Una cara que mi abuela llamaba ‘cara de santito’. Y más adelanta agrega: el corrupto, a diferencia del simple pecador que pide perdón, “peca y no se arrepiente, peca y finge ser cristiano (…) El corrupto no conoce la humildad, no cree que tiene necesidad de ayuda, conduce una doble vida (…) No hay que aceptar el estado de corrupción como si fuera un pecado más (…) El corrupto esconde lo que considera su verdadero tesoro, lo que lo hace esclavo, y disfraza su vicio con la buena educación, tratando de salvar siempre las apariencias”, dice Francisco.
Tornielli contó en el diario La Stampa para el que trabaja, que la entrevista comenzó en el mes de julio pasado, en la sala del departamento donde el pontífice vive en la Casa Santa Marta dentro del Vaticano. Hacía pocos días que el Papa había vuelto de su viaje a América latina, específicamente de Bolivia, Ecuador y Paraguay.
Francisco se refiere en el libro a muchos otros temas. Cuenta anécdotas de su experiencia en la Argentina, habla de los homosexuales, de la anulación de los matrimonios para lo que antes se pagaba y ahora no gracias a su reforma, e insiste en la importancia de la Misericordia. Misericordia que se opone a esa suerte de “aduanas pastorales”, es decir, barreras que a veces se ponen en las Iglesias sin verdadero fundamento y que impide a las personas obtener los sacramentos. Y en este contexto se refiere a los homosexuales. “Yo prefiero que las personas homosexuales vengan a confesarse, que permanezcan cerca del Señor, que se pueda rezar juntos. Si una persona es homosexual pero busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”, dice el Papa recordando las palabras que él mismo había dicho en el avión de retorno de Río de Janeiro, en julio de 2013, para asistir a las Jornadas Mundiales de la Juventud. “Estas personas deben ser tratadas con delicadeza y no deben ser marginadas. Sobre todo –agrega– me gusta que se hable de ‘personas homosexuales’ porque antes que nada está la persona en toda su entereza y dignidad. La persona no es definida sólo por su tendencia sexual. No nos olvidemos que todos somos criaturas amadas por Dios.”
En las 109 páginas del libro, Francisco cuenta varias anécdotas. Como la de una joven argentina que encontró una vez en un santuario. “Me dijo: ‘Estoy contenta, padre, vengo a agradecer a la virgen por la gracia recibida’. Era la mayor de sus hermanos. No tenían padre y para ayudar a su familia se prostituía.” Le contó que un día en el prostíbulo donde trabajaba, conoció un hombre que se encontraba allí por trabajo. El la invitó a ir con él y ella se había dirigido a la virgen pidiéndole que le ayudara a encontrar un trabajo que le permitiera cambiar su vida. Estaba feliz porque lo había conseguido, cuenta el pontífice.
También dice haber recibido un email de una señora de la Argentina que le contaba que hace 20 años se había dirigido al tribunal eclesiástico para conseguir la anulación de su matrimonio. Le habían dicho que había razones fundadas, que se trataba de un caso muy claro pero antes que nada debía pagar 5000 dólares. Ella se escandalizó y dejó la Iglesia. “La llame al teléfono y hablé con ella. Me contó que tuvo dos hijas y que ellas ayudaban mucho en la parroquia”, relata el Papa.
Francisco dice también en el libro que pese a ser Papa es pecador. “El Papa es un hombre que tiene necesidad de la misericordia de Dios. Lo he dicho sinceramente incluso frente a los detenidos en la cárcel de Palmasola, en Bolivia (…) Tengo una relación especial con los que viven en una prisión, privados de la libertad. Siempre estuve muy cerca de ellos, precisamente por esta conciencia mía de ser un pecador. Cada vez que atravieso la puerta de una cárcel se me presenta un pensamiento: ¿por qué ellos y no yo? (…). Sus caídas podrían haber sido las mías, no me siento mejor que ellos.” Por eso el papa Francisco insiste en que espera que este Jubileo extraordinario, que él inauguró abriendo la Puerta Santa de San Pedro el 8 de diciembre, haga surgir cada vez más la cara de una Iglesia que redescubre la misericordia y que va al encuentro de los tantos ‘heridos’, que tienen necesidad de ser escuchados, de comprensión, de perdón y de amor”. Porque para el papa Francisco la vida es como una guerra y la Iglesia debe funcionar como un hospital entre las trincheras.