El día que don Jaime pensó que se iba a morir

Quién imaginaría al director de La Prensa, don Jaime Chamorro, vestido de verde olivo, con un fusil de guerra, barbudo, hediondo a sudor, sin bañarse y expuesto a un bombardeo por parte de fuerzas enemigas.

 

Creemos que es muy difícil imaginar eso. Sin embargo, don Jaime, un hombre tan cristiano, miembro destacado de una secta católica de élite, denominada “La ciudad de Dios”, participó en la escaramuza de Olama hace casi 60 años, y según Daniela Chamorro, ese día pensó que iba a morir.

Ese hecho sucedió entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1959, cuando unos 100 hombres, la mayoría de tendencia conservadora,  se alzaron en armas en contra del régimen somocista, pero rápidamente fueron neutralizados.

Según esa parte de la historia, escrita por Daniela Chamorro, don Jaime sintió el zumbido de las balas en sus oídos. A continuación parte del relato de la familia Chamorro, escrita por Daniela.

 

3: Olama

La invasión de Olama y Mollejones comenzó en el sur de Costa Rica, en una playa peñascosa llamada Punta Llorona. Una playa extensa, bordeada de altas palmeras y terminando en un peñasco con una fuente de agua que cae a la playa, ahí se reunieron cien patriotas nicaragüenses, dirigidos por Pedro Joaquín, para entrenar. Con amplio espacio para aterrizar aviones, y un islote que servía para hacer prácticas de tiro al blanco desde la orilla del campamento, la playa inhospitable se transformo en un sitio de preparación.

Les dijeron que llegaría un avión grande de Venezuela, uno que pudiera llevar a todos los hombres a Los Mollejones de un solo, pero el avión nunca llegó. Se conformaron con el CD-46 Curtis Commando, propiedad de las Aerolíneas Nacionales de Costa Rica. Este avión, que solo tenia capacidad para sesenta hombres a la vez, llevaría a la mitad de los hombres, dirigidos por Pedro Joaquín, a Mollejones, y luego regresaría por el otro grupo.

En este segundo grupo se encontraba Jaime, hermano menor de Pedro. Estando exilado su hermano Pedro Joaquín  en Costa Rica, Jaime había terminado sus estudios en la universidad de Notre Dame de Ingeniero Civil y había regresado a Nicaragua. Ahí encontró un trabajo en una compañía Mexicana que estaba construyendo el muelle del Puerto de Corinto. En un fin de semana en Managua, un amigo de Jaime lo visitó y le contó sobre un plan de organizar una invasión desde Costa Rica dirigida  por Pedro. Le dijo que se iba a llevar a cabo junto con un paro y una huelga general  en Managua, y disturbios en la ciudad que iban a ser provocados por un grupo al que él pertenecía. “Vamos a poner bombas y hacer boicots,” le dijo su amigo. “Te queres unir?” Pero a Jaime no le gustó eso de andar poniendo bombas y haciendo huelgas en la ciudad, y había decidido renunciar su trabajo y unirse en vez al grupo de Olama en Costa Rica.

Para cuando el avión Curtis llegó de nuevo a Punta Llorona, sabían que no podrían aterrizar en el mismo lugar. Jaime le preguntó al piloto, el Capitán Rivas Gómez, “Donde vamos a aterrizar?”

“En cualquier lugar que encontremos” le dijo el piloto con toda honestidad.

Desde el aire, el valle de Olama pareció como el lugar apropiado—una extensión de grama verde, con algunos arbustos dispersos y cauces lodosos, y rodeado de colinas. Lo que ninguno de los pasajeros o el piloto sabia es que la grama creaba una capa fina que ocultaba debajo el sonsoquite, un arcillo y pegadero natural. Consiguientemente, al aterrizar el avión dio un gran frenazo, haciendo que Jaime y los hombres se deslizaran bruscamente por el piso hacia el frente del avión.

Al bajarse del avión, Jaime vio que el avión estaba intacto, pero las dos ruedas estaban enterradas hasta la mitad, dejando dos zanjas largas detrás de ellas. Trataron de forzar los motores para extraer al avión, pero el ruido ensordecedor no dio ningún resultado. Pensaron sacarlo con yunta de bueyes, y mandaron a varios incluyendo a Jaime hacia una casita que habían visto en la distancia.  Pero terminó solo ser casa de un cuidador, sin buey alguno, y Operación Yunta falló.

De repente observaron dos aviones acercándose, volando más y más bajo sobre las montanas. El piloto dio orden de que nadie disparara—la velocidad de los aviones y los uniformes que los camuflaban casi aseguraban que no los habían visto. Sin embargo cuando los dos aviones se dirigieron directamente donde Jaime se escondía bajo un arbusto, el juró que lo habían visto y pensó que moriría en unos instantes.

Pero los aviones se dirigían al avión Curtis que estaba detrás de él, y segundos después se oyó el estruendo de seis cañones de cincuenta milímetros y Jaime sintió un temblor de tierra cuando el Curtis explotó. El segundo avión, viniendo justo detrás del primero, lo comenzó a ametrallar, y el primero regresó para hacer lo mismo. Por el resto del día iban y venían aviones; estos se encargaron de barrer el valle de punta a punta, llenándolo de zumbidos, seguidos por explosiones y temblores que sacudieron el valle hasta las cuatro y media de la tarde.

Por dos semanas el grupo camino, tratando de encontrar una montana o selva para esperar información sobre el primer grupo, pero nunca apareció. Con municiones limitadas y ninguna forma de  obtener mas, excepto por las contribuciones de los campesinos que se encontraban en el camino, no durarían mucho tiempo. Pronto supieron que el grupo de los Mollejones se había rendido, y que tenían garantizados la vida si deponían las armas y se entregaban.

 

 

 

 

 

 

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