Nahia Sanzo
* Washington Post: El 90% de los 61.000 millones de dólares en ayuda militar y relacionada que el Congreso ha aprobado hasta ahora no va a Ucrania, sino que se gasta en EEUU.
“Después de meses de retrasos y votos en contra, los congresistas han autorizado votar este sábado en el pleno -donde seguramente quedará aprobado- un proyecto de ley que asigna 60.000 millones de dólares (unos 56.000 millones de euros) para la asistencia militar y económica al país invadido por Rusia”, escribía ayer por la mañana El País en referencia a la inminente votación de la nueva financiación para Ucrania.
“El paso es resultado de una insólita alianza entre republicanos moderados y demócratas para derrotar el bloqueo del grupo de republicanos ultraconservadores, opuestos a ultranza a destinar un solo dólar más a Kiev”, añadía, dando una épica extraordinaria a algo que ha sido la norma a lo largo de las últimas décadas, en las que nada ha unido a ambos lados del establishment estadounidense como el aumento del gasto militar.
Pese al repentino olvido de la prensa, la oposición a las guerras extranjeras y su financiación ha sido, tanto en demócratas como republicanos, una excepción y no la norma. “En una situación muy poco habitual, votaron a favor de la autorización más legisladores de la minoría demócrata”, insiste el artículo, empeñado en no recordar que la beligerancia ha sido seña de identidad del Partido Demócrata desde hace décadas.
El retraso en la aprobación de los nuevos fondos estadounidenses para la guerra siempre fue solo algo temporal, una víctima colateral de la situación interna de EEUU, enfangado en la lucha partidista propia de un año electoral en el que el aspirante quiere diferenciarse del actual presidente. El ala trumpista ha conseguido, utilizando a Ucrania como herramienta política, presionar a Biden hacia posturas más a la derecha tanto en las disputas con China como especialmente en materia antiinmigración, donde los republicanos han logrado con gran facilidad escorar hacia sus posturas a la administración demócrata.
En este proceso en el que las posturas de uno y otro partido se asemejan cada vez más, la visita a Ucrania de Lindsey Graham, republicano y fanático defensor de la guerra contra Rusia desde 2014, marcó un punto de inflexión. Fue ahí cuando se planteó directamente a Zelensky por primera vez como propuesta política la idea de la asistencia militar a crédito.
Durante unos días, hasta que se conoció el apoyo implícito de Trump, Kiev navegó entre la ira de los primeros momentos hasta la aceptación, un cambio en el que juegan un papel determinante tanto la necesidad de aceptar toda la asistencia posible, sea en el formato que sea, como la certeza de que las deudas que está contrayendo Ucrania en estos años son absolutamente inviables y jamás podrán pagarse.
En el cambio de postura republicana han tenido un rol especial las motivaciones económicas. Aunque los demócratas y parte de los republicanos -fundamentalmente el ala neoconservadora- han tratado de presentar como gran reclamo de esta guerra que el gasto en las Fuerzas Armadas de Ucrania es en realidad una inversión en seguridad nacional y una oportunidad para derrotar militarmente a un enemigo histórico, ese argumento no puede competir con el de los beneficios económicos.
Los esfuerzos de Andriy Ermak, jefe de la Oficina del presidente de Ucrania, para llamar la atención de Trump y su partido apelando a Reagan y al discurso del mundo libre frente al autoritarismo de Moscú no han logrado lo que sí ha conseguido la promesa de aumento de la producción militar y de suculentos contratos para el complejo militar-industrial estadounidense. Es ahí donde Trump ha encontrado un lenguaje común con los demócratas, que parecen seguir luchando contra la Unión Soviética de los tiempos de la Guerra Fría, y los neoconservadores, defensores de la guerra como herramienta para mantener la hegemonía estadounidense.
No es casualidad que apenas unas horas antes de que se votara en el Congreso la legislación que reanudará el flujo de armamento, munición y financiación estadounidense a Ucrania, se publicara en un medio tan influyente como The Washington Post lo que su autor, el periodista y think-tanker conservador republicano Marc Thiessen, definió como “un ensayo a toda página” en el que los argumentos no cubrían siquiera la totalidad de las dos columnas de la izquierda, mientras que un mapa y un resumen de los distritos que saldrían ganando gracias a la inversión en Ucrania copaban el resto del espacio en el diario impreso. Las banderas que acompañan a su nombre en su perfil de redes sociales -Ucrania, Taiwán e Israel- dejan claras las intenciones.
“Proporcionar ayuda militar a Ucrania es lo correcto”, insiste para argumentar que “las armas de fabricación estadounidense están protegiendo a los civiles ucranianos de los bombardeos rusos, impidiendo que las fuerzas rusas tomen ciudades ucranianas y masacren a sus habitantes y diezmando la amenaza militar rusa para la OTAN”. Las motivaciones del comentarista republicano no difieren en absoluto de las de los demócratas estadounidenses, ni tampoco de las de los democristianos, socialdemócratas o verdes europeos, que han aceptado como dogma la posibilidad de que Rusia, que lucha pueblo a pueblo en la parte más alejada de los territorios ucranianos, vaya mágicamente a presentarse en la frontera de la OTAN y atacarla.
“Ayudar a Ucrania a derrotar la injusta agresión rusa redunda en nuestro interés moral y de seguridad nacional”, sentencia Thiessen, que párrafos antes había abierto el artículo con una pregunta. “Si usted supiera que la mayor parte de la ayuda militar que el Congreso aprueba para Ucrania se gasta aquí mismo, en EEUU, muy posiblemente en su propio distrito electoral, reforzando nuestra capacidad de producción de defensa y creando buenos puestos de trabajo en la industria manufacturera para los trabajadores estadounidenses, ¿querría que sus representantes en Washington la apoyaran?”
“Nuestra ayuda militar a Ucrania también está revitalizando nuestra base industrial de defensa, creando líneas de producción en caliente para las armas que necesitamos para disuadir a posibles adversarios y creando puestos de trabajo de fabricación en EEUU. Esto se debe a que el 90% de los 61.000 millones de dólares en ayuda militar y relacionada que el Congreso ha aprobado hasta ahora no va a Ucrania, sino que se gasta en EEUU, según un análisis de Mark Cancian, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales”, afirma para posteriormente detallar estado a estado, los beneficios económicos en clave de empleos creados y contratos obtenidos que va a obtener cada empresa.
Todo ello, eso sí, enmarcado en la disuasión de futuros oponentes. Ucrania es así solo una herramienta con la que justificar un aumento del gasto del país cuyo presupuesto militar destaca tanto con respecto al resto que supera la suma del de todos sus aliados y oponentes.
El retraso en la aprobación de nuevos recursos económicos estadounidenses para Ucrania no ha tenido implicaciones únicamente en la política interna estadounidense. Con la paralización de nuevos envíos de armamento, Biden ha logrado algo que también buscó su predecesor: obligar a los aliados europeos a aumentar su gasto militar. En tiempos de Trump, en los que el rearme no era aún prioridad absoluta, la exigencia estadounidense de cumplir con el criterio de la OTAN de emplear el 2% del PIB en defensa fue tomada como una imposición imposible tachada de autoritarismo.
Los tiempos han cambiado y los socios europeos han reaccionado a la guerra y a la posible falta de apoyo estadounidense con un vigor militarista que ha conseguido que Macron plantee la posibilidad de enviar tropas euroatlánticas a Ucrania, aumente la presión sobre Alemania para enviar misiles con los que Ucrania podría atacar Rusia, que se consolide el aumento en los presupuestos militares, que cualquier gobierno con una duda mínima sobre la asistencia a Kiev sea calificado de prorruso y que los bloques occidentales -la UE, la OTAN y el G7- busquen frenéticamente entre sus arsenales Patriots que enviar a la guerra y mercados en los que adquirir los proyectiles de 155 milímetros que las tropas ucranianas utilizan, por ejemplo, contra civiles en la ciudad de Donetsk.
Políticamente, la guerra de Ucrania ha supuesto para EEUU la certeza de disponer de una Unión Europea cada vez más subordinada a Washington. Sin más política exterior que la expansión y el mantenimiento del statu quo de la hegemonía actual -estadounidense-, Bruselas nunca ha sido capaz de tener una agenda propia que pudiera avanzar en una dirección independiente. Incapaz por definición -la Europa de posguerra fue diseñada para depender militarmente del paraguas de seguridad estadounidense- de surtir con su industria las necesidades militares de una guerra convencional terrestre como la actual, el mercado al que acudir de forma prioritaria es siempre el mismo, el de EEUU.
Esos beneficios económicos se unen a los que implica, como publicitan a los cuatro vientos think-tankers tanto demócratas como republicanos, la asistencia militar estadounidense. Es el argumento de la guerra como transacción económica.
La guerra debe continuar y lo hará con rapidez. Ayer, antes incluso de que finalmente se aprobaran las medidas que destinan los 61.000 millones de dólares que Zelensky lleva meses esperando [de los que le van a llegar muy poquito], los medios estadounidenses publicaron las declaraciones del Pentágono confirmando que el primer paquete de asistencia militar estaba ya preparado, dispuesto a ser enviado inmediatamente a Ucrania.