Joaquín El Chapo Guzmán vivía escondido en un chalé con cuatro habitaciones y cinco baños. Guardaba varios DVD de la telenovela La reina del sur, a la postre su perdición. Nadie barría las hojas secas de la entrada para transmitir la sensación de que estaba deshabitada.
Cuando los comandos de la Marina mexicana, a golpe de mazo, derribaron las dos puertas metálicas de la entrada el reloj marcaba las 4.40 del viernes. Era noche cerrada y todo este céntrico barrio residencial de Los Mochis dormía. Al hombre que desde una aldea perdida en la sierra había construido el mayor imperio de la droga le quedaban pocas horas en libertad.
La captura del Chapo contó con tres protagonistas inesperados: Sean Penn, la actriz Kate del Castillo y la propia megalomanía del narcotraficante. El Chapo, de hecho, se traicionó a sí mismo. Su pasión por la actriz Kate del Castillo, protagonista del turbulento culebrón que tenía en su último refugio, le puso en manos de las fuerzas de seguridad. Desde agosto de 2014, los servicios de inteligencia la tenían vigilada. Obsesionado con rodar la película de su vida, había ordenado a sus abogados que contactaran con la actriz, después de que esta expresase públicamente su admiración por el narco. El objetivo era que la volcánica Reina del Sur les asesorase en el proyecto. Ella, según fuentes oficiales, se prestó. Las reuniones con los letrados del mayor narcotraficante del planeta fueron celosamente registradas por el servicio de inteligencia. Y cuando el actor estadounidense entró en este círculo también quedó marcado.
Huida por el alcantarillado
La primera cita con Penn en suelo mexicano se registró, según avanzó el diario El Universal, el 2 de octubre de 2015. Fue en el hotel Villa Ganz, en Guadalajara. Desde ahí viajaron a un complejo turístico del cercano Estado de Nayarit que dispone de pista aérea. Les aguardaban dos avionetas. Con ellas volaron hacia las montañas de Durango y Sinaloa, donde se ocultaba El Chapo. Ahí celebraron la entrevista. Cuatro días después, los comandos de la Marina atacaron el refugio de Guzmán Loera. La operación no tuvo éxito. El narco escapó en el último instante, usando como escudo humano a una niña. Pero el primer golpe había sido dado. Las fuerzas de seguridad habían roto su blindaje. Y lo que era más importante: tenían un hilo secreto para llegar hasta él. El líder del cártel de Sinaloa se adentró en la Sierra Madre y redujo su anillo de protección. Poco después, al volver a zona urbana, caería.
Fue en Los Mochis. La tercera ciudad de Sinaloa. Su feudo. Allí lo cercó en la madrugada de viernes la Marina. En la casa en la que se escondía, a la que han tenido acceso este lunes los medios de comunicación, vivía rodeado de un círculo de fieles sicarios. No dudaron en dar su vida por él. Ellos se enfrentaron a las tropas de élite mexicanas, mientras él huía por el agujero de un armario que conecta con un túnel de 15 metros de longitud y 1,80 metros de alto. Esta ruta lleva hasta el sistema pluvial de la ciudad. El narco, por esa vía, les sacó 90 minutos de ventaja.
El Chapo recorrió junto a su jefe de sicarios, El Cholo Iván, varios kilómetros de drenaje, agachado y de rodillas, según este mismo relato. Tras salir al exterior por una alcantarilla robaron un coche. Después lo cambiaron por otro. El segundo perímetro policial lo agarró en un control y lo llevó hasta un motel de mal gusto por temor a que alguien intentara rescatarlo. En la habitación, según el periódico Milenio, les ofreció a los agentes dinero y empresas. Una cantidad obscena. “No tendréis que trabajar nunca más”, les dijo. Era una escena perfecta para La reina del sur, con un punto dramático que pone al héroe entre la espada y la pared. En el culebrón saldría victorioso, y lo veríamos a continuación riendo a carcajadas, abrazado por una chica guapa que le diría que es “el más chingón”. Pero olvidó que estaba en la vida real, y en esa hay millones de mexicanos honrados.